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—Calintane, soy el gobernante supremo de este mundo colosal, y no soy nada, sólo un esclavo, un prisionero. Daría cualquier cosa para huir de este Laberinto y pasar mis últimos días en libertad bajo las estrellas.

—Entonces, ¿por qué no abdica? —sugerí, asombrado por mi audacia. Arioc sonrió.

—Sería una cobardía. Soy el elegido del Divino, ¿cómo puedo rechazar esa carga? Estoy destinado a ser un Poder de Majipur hasta el final de mis días. Pero debe existir alguna forma honrosa de liberarme de esta miseria subterránea.

Y comprendí que el Pontífice no estaba loco, que no era un hombre travieso o caprichoso, que simplemente ansiaba ver la noche, las montañas, las lunas, los árboles y los ríos del mundo que se había visto forzado a abandonar al aceptar la responsabilidad del gobierno.

Después, hace dos semanas, llegó la noticia de que la Dama de la Isla, madre de lord Struin y de todos nosotros, estaba enferma y era improbable que se recuperara. Era una crisis anormal que creaba importantes problemas constitucionales, porque naturalmente la Dama es un Poder de igual rango que Pontífice y Corona, y es imposible reemplazarla de cualquier modo. Lord Struin, según se dijo, había salido del Monte del Castillo para conferenciar con el Pontífice, antes del viaje a la Isla del Sueño, ya que no podía llegar a tiempo de despedirse de su madre. Mientras tanto el duque Guadeloom, supremo portavoz del pontificado y presidente de la corte, compiló una lista de candidatas para el puesto, para compararla con la lista de lord Struin y comprobar si algún nombre aparecía en ambas. El consejo del Pontífice Arioc era preciso en el asunto, y pensamos que, dado su actual estado nervioso, le beneficiaría un mayor compromiso en problemas imperiales. Al menos en sentido técnico, la moribunda Dama era su esposa, porque de acuerdo con las formalidades de la ley de sucesión el Pontífice había adoptado a lord Struin como hijo al elegirle como Corona. Como es lógico la Dama tenía un esposo legal en algún lugar del Monte del Castillo, pero tú ya conoces las cuestiones legales de la práctica, ¿no es cierto? Guadeloom informó al Pontífice de la inminente muerte de la Dama y se inició una serie de conferencias gubernamentales. Yo no tomé parte en ellas, ya que no me corresponde ese nivel de autoridad y responsabilidad.

Me temo que supusimos que la gravedad de la situación llevaría a Arioc a mostrar una conducta menos errática, y al menos de un modo inconsciente redujimos la vigilancia. La misma noche que llegó al Laberinto la noticia del fallecimiento de la Dama, el Pontífice hizo una escapada él solo por primera vez desde que me nombraron su vigilante. Eludió a los guardias, a mí, a los criados… Salió a las interminables e intrincadas complejidades del Laberinto, y nadie sabía dónde estaba. Estuvimos buscándole esa noche y durante buena parte del día siguiente. Yo estaba dominado por el terror, por lo que pudiera ser del Pontífice y de mi carrera. En el colmo de la aprensión mandé gente a las siete entradas del Laberinto para que buscaran en el desolado y tórrido desierto. Visité los cubiles a donde había llevado a Arioc. Y personal de Guadeloom merodeó por lugares desconocidos para mí. Mientras tanto nos esforzamos en evitar que el populacho supiera que el Pontífice había desaparecido. Creo que lo logramos.

Encontramos a su majestad a las doce del día posterior a su desaparición. Se hallaba en una vivienda del distrito denominado Dientes de Stiamot en el primer anillo del Laberinto, e iba disfrazado con prendas de mujer. Tal vez no le habríamos encontrado nunca si no hubiera sido por una reyerta a causa de una cuenta no pagada, cosa que llevó al lugar a varios agentes. Puesto que el Pontífice no se identificó satisfactoriamente, y como oyeron una voz masculina en boca de una supuesta mujer, los agentes tuvieron la sensatez de llamarme, y yo me apresuré a ponerle bajo mi custodia. El Pontífice tenía un aspecto pasmosamente extraño con la ropa y los brazaletes que llevaba, pero me saludó llamándome por mi nombre, muy sereno. Actuó con total compostura y racionalidad, y me dijo que esperaba no haberme causado grandes inconvenientes.

Yo creía que Guadeloom iba a degradarme. Pero el duque se mostró indulgente, o quizá fue que estaba inmerso en el otro problema y no podía preocuparse de mi descuido, porque no se refirió al hecho de que yo había dejado salir al Pontífice de su dormitorio.

—Lord Struin ha llegado esta mañana —me explicó Guadeloom, que parecía estar atormentado y muy cansado—. Naturalmente quería reunirse enseguida con el Pontífice, pero le dijimos que Arioc dormía y que no era sensato molestarlo… todo esto mientras la mitad del personal intentaba encontrarlo. Me apena mentir a la Corona, Calintane.

—En estos momentos el Pontífice está ciertamente dormido en sus habitaciones —dije yo.

—Sí. Sí. Y ahí permanecerá, creo.

—Haré todos los esfuerzos precisos para que así sea.

—No me refiero a eso —dijo Guadeloom—. El Pontífice Arioc ha perdido la razón, de eso no hay duda. Arrastrarse por las canalejas, merodear de noche por la ciudad, ataviarse con galas femeninas… eso supera la mera excentricidad, Calintane. En cuanto nos saquemos de encima el asunto de la nueva Dama, propondré que su majestad permanezca confinado en sus habitaciones de modo permanente bajo vigilancia (para protegerlo, Calintane, para protegerlo) y que las tareas pontificias pasen a una regencia. Existen precedentes. Los he revisado. Cuando era Pontífice, Barhold enfermó de malaria y ello afectó su cordura, y…

—Señor —dije yo—. No creo que el Pontífice esté loco.

Guadeloom frunció el ceño.

—¿De qué otro modo caracterizaría a una persona que hace lo que el Pontífice ha hecho?

—Se trata de los actos de un hombre que ha sido rey durante largo tiempo, y cuya alma se rebela contra lo que tiene que seguir soportando. Pero he llegado a conocerlo muy bien, y me atrevo a decir que lo que expresa en estas escapadas es tormento del alma, y no algún tipo de locura.

Fue una respuesta convincente y, aunque está mal que yo lo diga, intrépida, porque soy un consejero joven y Guadeloom era en ese momento el tercer personaje más poderoso del reino, detrás de Arioc y lord Struin. Pero llega un momento en que hay que dejar de lado la diplomacia, la ambición y la astucia, y decir simplemente la pura verdad. Y la idea de confinar al desgraciado Pontífice como si fuera un lunático vulgar, cuando ya ha sufrido mucho con su confinamiento en el Laberinto, me horrorizaba. Guadeloom guardó silencio largo rato y supongo que yo debí tener miedo ante la posibilidad de que me expulsaran del servicio o simplemente me enviaran a los archivos para pasar el resto de mi vida removiendo documentos. Pero yo estaba tranquilo, totalmente tranquilo, mientras aguardaba la respuesta del duque.

Entonces llamaron a la puerta: era un mensajero que traía una nota sellada con el gran estallido estelar, el sello particular de la Corona. El duque Guadeloom rasgó el sobre y leyó el mensaje. Lo leyó por segunda vez, luego por tercera, y yo nunca había visto una expresión de incredulidad y horror como la que apareció entonces en el rostro del duque. Le temblaban las manos, sus mejillas no tenían color.

Me miró y, con voz apagada, me dijo:

—Esto lo manda la Corona de su puño y letra, me informa que el Pontífice ha salido de sus aposentos y ha ido al Paraje de las Máscaras, donde ha promulgado un decreto tan desconcertante que soy incapaz de pronunciar las palabras con mis propios labios. —Me entregó la nota—. Vamos, debemos ir enseguida al Paraje de las Máscaras.

Echó a correr, y yo detrás de él, mientras hacía desesperados esfuerzos por leer la nota. Pero la escritura de lord Struin es irregular y difícil de leer, Guadeloom corría a fenomenal velocidad, los pasillos tenían muchos recodos y el camino estaba muy poco iluminado. De modo que sólo conseguí leer diversos fragmentos del contenido, algo sobre una proclama, la designación de una nueva Dama, una abdicación. ¿Quién abdicaba si no era el Pontífice Arioc? Sin embargo, él me había dicho que sería una cobardía dar la espalda al destino que le había elegido como Poder del reino.