—El hueso se soldará solo —replicó él—. Uniré los fragmentos mediante contracciones musculares y los mantendré quietos hasta la curación. Pero tendré que estar echado varios días, de forma que el peso de la pierna no abra la fractura cuando me levante. ¿Le importa que me quede tanto tiempo?
—Quédese tanto tiempo como quiera. Tanto tiempo como haga falta.
—Es usted muy amable.
—Mañana iré a la ciudad para comprar suministros. ¿Desea algo en especial?
—¿Tiene cubos de diversión? ¿Música, libros?
—Tengo algunos. Puedo conseguir más mañana.
—Hágalo, por favor. Las noches serán muy largas para mí, echado aquí sin dormir. Mi pueblo es un gran consumidor de diversión, ¿sabe?
—Traeré todo lo que encuentre —prometió Thesme.
Le dio tres cubos —una comedia, una sinfonía y una composición de color— y emprendió la limpieza después de la cena. Había caído la noche, tan temprano como siempre, en una región tan próxima al ecuador. Thesme oyó el ruido de la lluvia que empezaba a caer una vez más. De ordinario habría leído un rato, hasta que fuera demasiado oscuro, y después se habría acostado. Pero esa noche todo era distinto. Una misteriosa criatura reptil ocupaba su cama; le disgustaba tener que preparar otra cama para ella en el suelo; y tanta conversación, la primera charla que sostenía desde hacía muchas semanas, había dejado su mente zumbando con desacostumbrada viveza. Vismaan parecía satisfecho con los cubos. Thesme salió afuera y recogió hojas de burbujabustos, dos brazadas y luego otras dos, y las extendió en el suelo cerca de la entrada de la choza. Después se acercó al gayrog y le preguntó si podía hacer algo por él. Vismaan respondió con un suave gesto negativo de la cabeza, sin apartar la atención del cubo. Thesme le deseó buenas noches y se acostó en la improvisada cama. Era bastante cómoda, más que lo que cabía esperar. Pero dormir fue imposible. Thesme se volvió de lado, luego del otro lado, y así sucesivamente, sintiéndose trabada y rígida, y la presencia de otra persona a pocos metros de distancia parecía anunciarse mediante un palpable latido en su corazón. Y el olor del gayrog, penetrante e ineludible… Thesme había logrado ignorarlo mientras cenaban, pero ahora, con los nervios de punta, ajustados en la máxima sensibilidad mientras permanecía tumbada en la oscuridad, Thesme percibía ese hedor casi como si fuera un trompetazo incesante repetido. De vez en cuando se incorporó y miró a Vismaan, que yacía inmóvil y silencioso. Luego, en algún momento, el sueño se apoderó de ella. Cuando le llegaron los sonidos de la nueva mañana, las numerosas y familiares melodías de silbidos y chillidos, y cuando la primera luz se abrió paso por la entrada de la choza, Thesme despertó sumida en la desorientación particular que suele acaecer cuando se ha dormido profundamente en un lugar que no es la cama habitual. Le costó unos instantes serenarse, recordar dónde estaba y por qué estaba ahí. Vismaan estaba mirándola.
—Ha tenido una noche agitada. Mi presencia le molesta.
—Me acostumbraré. ¿Cómo se siente?
—Entumecido. Dolorido. Pero ya empiezo a mejorar, creo. Noto que todo funciona en mi interior.
Thesme le dio agua y un cuenco de frutas. Luego salió al templado y húmedo amanecer y se zambulló rápidamente en la laguna para bañarse. Al volver a la choza el olor la afectó con renovada fuerza. El contraste entre el aire puro de la mañana y el ambiente interior acre, con olor a gayrog, era notable. Pero la pestilencia no tardó en apagarse en su conciencia una vez más.
—No volveré de Narabal hasta que se haga de noche —dijo mientras se vestía—. ¿Podrá arreglarse solo?
—Déjeme agua y comida al alcance de la mano. Y algo para leer.
—No hay mucha cosa. Le traeré más. Va a ser un día muy silencioso para usted, me temo.
—A lo mejor llegan visitas.
—¿Visitas? —gritó Thesme, consternada—. ¿Quién? ¿Qué clase de visitas? ¡Nadie viene aquí! ¿O se refiere a otro gayrog que viajaba con usted y que debe estar buscándole?
—Oh, no, no. No me acompañaba nadie. Creí que algunos amigos suyos…
—No tengo amigos —dijo solemnemente Thesme.
La frase le pareció estúpida en el mismo instante de pronunciarla. Melodramática, reflejaba su compasión de sí misma. Pero el gayrog no hizo comentarios, dejó a la mujer sin posibilidad de retractarse, y para disimular su turbación Thesme se dedicó a la tarea de atar complicadamente su mochila.
Vismaan guardó silencio hasta que Thesme se dispuso a salir.
—¿Es muy hermosa Narabal? —dijo entonces.
—¿No la ha visto?
— Vine por ruta interior desde Til-omon. En Til-omon me dijeron que Narabal es muy hermosa.
—Narabal no es nada —dijo Thesme—. Cabañas. Calles llenas de barro. Enredaderas que crecen por todas partes, que agrietan los edificios antes de que tengan un año. ¿Le explicaron eso en Til-omon? Se burlaron de usted. La gente de Til-omon desprecia Narabal. Las dos ciudades son rivales, ¿sabe?… son los dos puertos tropicales más importantes. Si alguien de Til-omon le dijo que Narabal es muy hermosa, era un mentiroso, estaba bromeando con usted.
—Pero, ¿por qué hacer eso? Thesme se encogió de hombros.
—¿Cómo voy a saberlo? Quizá para que usted saliera más deprisa de Til-omon. En fin, no espere nada de Narabal. Dentro de mil años será algo, supongo, pero ahora mismo es una sucia ciudad fronteriza.
—Es igual, confío en poder visitarla. Cuando mi pierna esté más fuerte, ¿podrá enseñarme Narabal?
—Claro —dijo Thesme—. ¿Por qué no? Pero tendrá un desengaño, se lo prometo. Y ahora tengo que irme. Quiero acabar la caminata antes de las horas más calurosas del día.
3
Mientras caminaba animadamente hacia Narabal, Thesme se imaginó apareciendo uno de esos días en la ciudad con un gayrog al lado. ¡Cómo iba a gustarles eso a los de Narabal! ¿Los apedrearían con rocas y bolas de barro? ¿Los señalarían, se burlarían de los dos y la humillarían cuando intentara saludarlos? Seguramente. Ahí está la loca de Thesme, se dirían unos a otros; trae seres no humanos a la ciudad, va por ahí con reptiles gayrogs, probablemente hace toda clase de monstruosidades con ellos cuando está en la jungla. Sí. Sí. Thesme sonrió. Sería divertido pasear por Narabal en compañía de Vismaan. Lo haría en cuanto él fuera capaz de resistir la larga caminata por la jungla.
El camino no era más que un sendero toscamente abierto a machetazos; había rastros de fuego en los árboles y montones de piedras como señales, y la maleza había tapado la senda en numerosos puntos. Pero Thesme era experta en el viaje por la jungla y raramente se desorientaba por mucho tiempo. A últimas horas de la mañana llegó a las plantaciones de las afueras de la ciudad y no tardó en divisar Ni-moya, extendida sobre ambas laderas de una montaña de tal modo que formaba un fluctuante arco a lo largo de la costa.
Thesme desconocía por completo el motivo de que alguien hubiera deseado fundar una ciudad ahí, al otro lado del mundo, en la punta suroeste de Zimroel. Fue idea de lord Melikand, la misma Corona que invitó a todos los no humanos a establecerse en Majipur, para impulsar el desarrollo del continente occidental. En los tiempos de lord Melikand, Zimroel sólo tenía dos ciudades, ambas terriblemente aisladas, meros accidentes geográficos fundados en los primeros días de colonización humana de Majipur, antes de que fuera obvio que el otro continente iba a ser el centro de la vida de Majipur: Pidruid, en el centro de la costa oeste, con su prodigioso clima y su espectacular puerto natural, y Piliplok, en la costa este, donde se hallaba la base de los cazadores de dragones de mar. Pero en la actualidad existía también un pequeño puesto de avanzada llamado Ni-moya a orillas de uno de los grandes ríos de Zimroel, y Til-omon había crecido en la costa occidental al borde del cinturón tropical. Además, era evidente que se estaba fundando cierto poblado en las montañas centrales, y al parecer los gayrogs estaban construyendo una población a más de mil kilómetros al este de Pidruid. Y finalmente estaba Narabal, en el cálido y lluvioso sur, en la punta de un continente y rodeada de agua por todas partes. Si una persona se colocaba junto a la orilla del canal de Narabal y contemplaba el mar, experimentaba el peso de saber que a su espalda había miles de kilómetros de inhóspito territorio, y luego miles de kilómetros de océano, entre el observador y el continente de Alhanroel donde se hallaban las verdaderas ciudades. Cuando era más joven Thesme se había asustado al pensar que vivía en un lugar tan distante de los centros de vida civilizada, como si estuviera en otro planeta. Y en otras ocasiones Alhanroel y sus prósperas ciudades le parecían simplemente míticas, y Narabal el auténtico centro del universo. Nunca había estado en otro sitio, y no tenía esperanza de hacerlo. Las distancias eran enormes. La única población a razonable distancia era Til-omon, pero aun así estaba demasiado lejos, y los que habían estado allí decían que era muy parecida a Narabal, aunque con menos lluvia y con un sol que permanecía constantemente en el cielo igual que un penetrante, inquisitivo ojo verde.