El pintor no podía librarse de la obsesión de que ella era un metamorfo. El pensamiento le producía escalofríos —que la belleza de Sarise era un engaño, que detrás de esa belleza se ocultaba un ser extraño y grotesco— en especial cuando pasaba las manos por la fresca y dulce tersura de los muslos y los pechos de la mujer. Constantemente tenía que reprimir sus sospechas. Pero las sospechas no desaparecían. No había poblados humanos en esa zona de Zimroel y era muy improbable que una mujer joven —y Sarise era muy joven— hubiera decidido, igual que Nismile, emprender una vida apartada en la jungla. Era mucho más probable, pensaba Nismile, que ella fuera nativa del lugar, un cambiaspecto más de los muchos que se deslizaban como fantasmas por las húmedas arboledas. A veces, mientras Sarise dormía, Nismile la observaba a la tenue luz de las estrellas para comprobar si empezaba a perder su forma humana. Pero Sarise siempre permanecía igual, y aun así, Nismile recelaba de ella.
Y sin embargo… buscar compañía humana o demostrar cordialidad a los hombres no era rasgo de la naturaleza de los metamorfos. Para casi todos los habitantes de Majipur, los metamorfos eran espectros de una época anterior, fantasmas irreales y legendarios. ¿Qué razón había para que un piurivar encontrara al recluido Nismile, se ofreciera al pintor en una convincente farsa amorosa y se esforzara con tanto celo en iluminarle los días y animarle las noches? En un momento de paranoia, Nismile imaginó que Sarise volvía a su estado primitivo en la oscuridad y se echaba sobre él aprovechando que dormía para hundirle un reluciente puñal en el cuello: la venganza por los crímenes de los antepasados humanos del pintor. ¡Pero qué locas eran esas fantasías! Si los metamorfos deseaban asesinarle, no precisaban una charada tan compleja.
Para apartar de sus pensamientos estos asuntos, Nismile decidió reanudar su arte. Un día anormalmente claro y soleado partió con Sarise hacia la roca de las suculentas plantas rojas, con un lienzo blanco bajo el brazo. Ella le observó, fascinada, mientras se preparaba.
—¿Haces el cuadro únicamente con la mente? —le preguntó.
—Únicamente. Preparo la escena en mi alma, transformo, arreglo, y luego… ya lo verás.
—¿No te importa que mire? ¿No lo estropearé?
—Claro que no.
—Pero si la mente de otra persona se mete en el cuadro…
—Imposible. Los lienzos están adaptados a mí. Nismile observó con un ojo cerrado, formó cuadrados con los dedos, se movió unos centímetros a uno y otro lado. Tenía la garganta seca y le temblaban las manos. Habían transcurrido muchos años desde el último cuadro. ¿Habría conservado su talento? ¿Y la técnica? Dispuso el lienzo del modo más conveniente y efectuó mentalmente el contacto preliminar. El paisaje era excelente, vívido, original; los contrastes de color, notables; los rasgos de la composición, fascinantes. La enorme roca, las raras y carnosas plantas rojas con minúsculas brácteas florales de color amarillo en las puntas, la luz salpicada de las sombras de la vegetación… Sí, sí, daría resultado, serviría con creces como el vehículo que permitiría al artista transmitir la textura de esa densa y enmarañada jungla, de ese lugar de formas variables…
Nismile cerró los ojos. Entró en trance. Lanzó la imagen al lienzo.
Sarise emitió un apagado grito de sorpresa.
Nismile notó que sudaba por todas partes. Se tambaleó, jadeó. Al cabo de unos instantes se recuperó y contempló el lienzo.
—¡Qué hermoso! —murmuró Sarise.
Pero Nismile se estremeció al ver cuadro. Vertiginosas diagonales… difusos colores jaspeados… Un cielo oscuro, de grasienta apariencia, con bruscos bucles suspendidos sobre el horizonte… totalmente distinto al paisaje que él intentaba plasmar y, un detalle mucho más preocupante, sin ningún parecido con la obra de Therion Nismile. Era un cuadro tétrico, angustioso, corrompido por impensadas discordancias.
—¿No te gusta? —preguntó Sarise.
—No es lo que tenía en mente.
—Aunque así sea… es hermoso conseguir que la imagen salga en el lienzo de esta forma… y es tan bonito…
—¿Piensas que es bonito?
—¡Sí, claro! ¿No estás de acuerdo?
Nismile la miró fijamente. ¿Este cuadro? ¿Bonito? ¿Estaba halagándole, desconocía los gustos de la época, o realmente admiraba el cuadro? Un cuadro extraño, atormentado, tenebroso y extraño…
Extraño…
—No te gusta —dijo Sarise, y esta vez no era una pregunta.
—No pintaba desde hace casi cuatro años. Quizá me hace falta ir poco a poco, volver a adquirir la destreza…
—He estropeado tu cuadro —dijo Sarise.
—¿Tú? No seas tonta.
—Mi mente se ha entrometido. Mi forma de ver las cosas.
—Ya te he explicado que los lienzos están adaptados únicamente a mí. Podría estar rodeado de mil personas y ninguna afectaría el cuadro.
—Pero es posible que te haya distraído, que haya desviado tus pensamientos.
—Es absurdo.
—Iré a dar un paseo. Pinta otra cosa mientras tanto.
—No, Sarise. Éste es espléndido. Cuanto más lo miro, más me complace. Vamos, volvamos a casa. Nadaremos un rato, comeremos duika y haremos el amor. ¿De acuerdo?
Nismile sacó el lienzo del caballete y lo enrolló. Pero la reacción de Sarise le había afectado más de lo que fingía. Algo muy extraño se había introducido en el cuadro, era indudable. ¿Y si Sarise lo había contaminado de algún modo? ¿Y si la oculta alma metamorfa de ella había proyectado su esencia sobre el espíritu del pintor, tiñendo los impulsos mentales de éste con un matiz no humano?
Caminaron río abajo en silencio. Al llegar al prado de los lirios de fango donde Nismile vio por primera vez un metamorfo, el pintor no pudo contenerse.
—Sarise, quiero hacerte una pregunta.
—¿Sí?
Le fue imposible callar.
—Tú no eres humana, ¿verdad? En realidad eres un metamorfo, ¿no es cierto?
Sarise le miró con los ojos muy abiertos, mientras brotaba color en sus mejillas.
—¿Lo dices en serio?
Nismile asintió.
—¿Yo? ¿Un metamorfo? —Sarise se echó a reír, de forma poco convincente—. ¡Qué idea tan disparatada!
—Respóndeme, Sarise. Mírame a los ojos y respóndeme.
—Esto es una locura, Therion.
—Por favor. Respóndeme.
—¿Quieres que demuestre que soy humana? ¿Cómo lo hago?
—Quiero que me digas que eres humana. O que eres de otra raza.
—Soy humana —dijo ella.
—¿Puedo creerte?
—No lo sé. ¿Puedes creerme? Te he respondido. —Los ojos de Sarise brillaban de alegría—. ¿No parezco humana? ¿No actúo como humana? ¿Tengo aspecto de ser una imitación?
—Tal vez yo no puedo notar la diferencia.
—¿Por qué piensas que soy un metamorfo?
—Porque sólo los metamorfos viven en esta jungla —dijo él—. Me parece… lógico. De todos modos… pese a… —Nismile titubeó—. Mira, ya me has respondido. Ha sido una pregunta estúpida y me gustaría cambiar de tema. ¿De acuerdo?
—¡Qué extraño eres! Debes estar enfadado conmigo. Crees que he estropeado tu cuadro.
—No es cierto.
—Eres mal mentiroso, Therion.
—Muy bien. Algo estropeó el cuadro. No sé qué ha sido. No es el cuadro que yo pretendía pintar.
—Pues pinta otro.
—Lo haré. Acepta posar para mí, Sarise.
—Ya te dije que no quería.