—Un augurio —murmuró Freylis, la comprometida que era íntima amiga de Tisana en la casa capitular—. Tendrás una Prueba fácil.
—¿De verdad que crees en esas cosas?
—Cuesta tanto ver buenos augurios como ver malos augurios —dijo Freylis.
—Un lema provechoso para una intérprete de sueños —dijo Tisana, y ambas se echaron a reír. Freylis tiró de la mano de Tisana.
—¡Acompáñame a brincar ahí fuera! —instó a Tisana.
Tisana movió la cabeza de un lado a otro. Se quedó al amparo del voladizo, y los tirones de Freylis fueron en vano. Tisana era una mujer alta, robusta, huesuda y fuerte. Freylis, frágil y menuda, era como un pájaro comparada con ella. Brincar bajo la lluvia no convenía al estado de ánimo de Tisana. Mañana llegaría el clímax de siete años de instrucción. Todavía no tenía la menor idea de lo que iban a exigirle en ese ritual, mas estaba perversamente convencida de que la declararían no apta y, para mayor desgracia, tendría que regresar a su lejana ciudad natal. Temores y negros presentimientos eran un lastre de plomo en su espíritu, y brincar en esas condiciones era una increíble frivolidad.
—¡Mira! —gritó Freylis—. ¡La superiora!
Sí, incluso la venerable Inuelda se hallaba bajo la lluvia. Danzaba con majestuoso abandono, describiendo círculos fluctuantes pero ceremoniosos, con los enjutos brazos extendidos y la cara levantada hacia el cielo en un gesto de éxtasis. Y era una anciana canosa, demacrada y arrugada. Tisana sonrió al verla. La superiora avistó la furtiva mirada de la comprometida, hizo una mueca y gesticuló, igual que si animara a una niña enfurruñada a que participara en el juego. Pero la superiora había pasado su Prueba hacía muchísimos años, y debía haber olvidado que eran momentos terribles; no cabía duda de que era incapaz de comprender la sombría preocupación de Tisana ante la difícil experiencia de mañana. Tras un imperceptible gesto de excusa, Tisana dio media vuelta y entró en el edificio. Oyó a su espalda el brusco tamborileo del fuerte chaparrón, y después un silencio total. La extraña tormenta había terminado.
Tisana entró en su celda, agachándose para pasar bajo el bajo arco de pétreos bloques azules, y se apoyó un instante en la tosca pared para liberarse de la tensión. La celda era diminuta, apenas suficiente para contener un colchón, una jofaina, un armario, una mesa de trabajo y una pequeña estantería. Y Tisana, sólida y corpulenta, dotada del cuerpo robusto y saludable de la campesina que había sido, casi llenaba la habitación. Pero se había acostumbrado a las estrechuras y la celda le resultaba curiosamente cómoda. Cómodas, asimismo, eran las rutinas de la casa capitular, el diario período de estudio, prácticas e instrucción, y su labor como tutora de novicias desde que obtuvo categoría de consumada. Cuando empezó la lluvia Tisana estaba preparando el vino onírico, un quehacer que durante dos años había ocupado una hora de su tiempo todas las mañanas. Tras la breve pausa, agradecida por las dificultades de la tarea, Tisana continuó la preparación del vino. Era una distracción bien acogida en un día de nervios.
El vino onírico usado en Majipur se producía en la casa capitular de Velalisier, con el trabajo de comprometidas y consumadas. La preparación requería dedos más ágiles y delicados que los de Tisana, pero aun así era una experta. Ante ella tenía las redomas de hierbas, las minúsculas hojas grises de muhorna, las suculentas raíces de vejlu, las secas bayas de siteril y la infinidad de ingredientes causantes del trance que permitía comprender los sueños. Tisana se concentró en el momento de moler y mezclar las substancias —tenía que hacerse en un orden preciso, o de lo contrario se alteraban las reacciones químicas— para proseguir con la ignición, el chamuscado, la reducción a polvo, la disolución del polvo en aguardiente de uva y la mezcla del conjunto con el vino. Al cabo de un rato la intensidad de su concentración contribuyó a tranquilizarle, incluso a devolverle la jovialidad.
Mientras trabajaba, notó una suave respiración detrás.
—¿Freylis?
—¿No molesto si paso?
—Claro que no. Casi he terminado. ¿Aún siguen bailando las demás?
—No, no, todo ha vuelto a la normalidad. El sol brilla otra vez.
Tisana agitó el oscuro, espeso vino de la botella.
—En Falkynkip, donde crecí yo, el clima también es caluroso y seco. Pero no abandonamos el trabajo y nos ponemos a hacer cabriolas en cuanto empieza a llover.
—En Falkynkip —dijo Freylis— nadie se asusta de nada. Un skandar de once brazos no excitaría a esa gente. Si el Pontífice visitara la ciudad e hiciera la vertical en la plaza, acudirían cuatro gatos a verlo.
—¿Ah sí? ¿Has estado en Falkynkip?
—Una vez, cuando era niña. Mi padre tuvo la idea de criar ganado. Pero le faltaba temperamento para ese trabajo, y al cabo de un año regresamos a Til-omon. Pero nunca se cansó de hablar de la gente de Falkynkip, de lo lentos, impasibles y pausados que son.
—¿Yo también soy así? —preguntó Tisana, con cierta malicia.
—Tú eres… bueno… el colmo de la estabilidad.
—En ese caso, ¿por qué me preocupo tanto por mañana?
Freylis se arrodilló delante de Tisana y cogió ambas manos de ésta entre las suyas.
—No tienes nada de que preocuparte —dijo tiernamente.
—Lo desconocido siempre inquieta.
—¡Sólo es un examen, Tisana!
—El último examen. ¿Y si fracaso? ¿Y si demuestro un terrible defecto de carácter que me incapacita por completo para ser oráculo?
—¿Qué? —preguntó Freylis.
—Vaya, habré perdido siete años. Regresaré a Falkynkip arrastrándome como una necia, sin oficio, sin talento para nada, y pasaré el resto de mi vida recogiendo cieno en alguna granja.
—Si la Prueba demuestra que no eres apta para ser oráculo, tendrás que tomártelo con filosofía. No podemos consentir que gente incompetente se entrometa en las mentes de otras personas, ya lo sabes. Además, no estás incapacitada para ser oráculo, la Prueba no será un problema para ti y no comprendo por qué te trastorna tanto.
—Porque no tengo ninguna pista de cómo va a ser.
—Bueno, seguramente te someterán a una interpretación. Te darán el vino, examinarán tu mente y verán que eres fuerte, inteligente y buena. Acabará la sesión, la superiora te abrazará y te dirá que has aprobado, y ya está.
—¿Estás segura? ¿Lo sabes?
—Es una conjetura lógica, ¿no crees?
Tisana se encogió de hombros.
—He oído otras conjeturas. Que te hacen algo especial y te encuentras cara a cara con lo peor que has hecho en tu vida. O con lo que más te asusta en este mundo. O con el secreto que temes que otras personas averigüen. ¿No has oído estas historias?
—Sí.
—Si hoy fuera el último día antes de tu Prueba, ¿no estarías un poco nerviosa?
—Sólo son fantasías, Tisana. Nadie sabe cómo es una Prueba, excepto las mujeres que la superan.
—Y las que fracasan.
—¿Tienes noticias de que alguien fracasara?
—Bueno… supongo que…
Freylis sonrió.
—Sospecho que las tutoras acaban con las posibles fracasadas antes de que lleguen a ser consumadas. Incluso antes de que lleguen a ser comprometidas. —Freylis se levantó y jugueteó con las redomas de hierbas que había en la mesa de trabajo de Tisana—. En cuanto seas oráculo, ¿regresarás a Falkynkip?
—Creo que sí.
—¿Te gusta mucho esa ciudad?
—Es mi hogar.
—El mundo es tan enorme, Tisana… Podrías ir a Ni-moya, o a Piliplok, o quedarte en Alhanroel, incluso vivir en el Monte del Castillo…
—Falkynkip me satisface —dijo Tisana—. Me gustan las calles llenas de polvo. Me gustan las montañas, resecas y pardas. No las he visto desde hace siete años. Y en Falkynkip hacen falta oráculos, cosa que no pasa en las grandes ciudades. Todas hablan de ser oráculo en Ni-moya o en Stee, ¿no es verdad? Yo prefiero Falkynkip.