—¿Te aguarda un novio allí? —preguntó tímidamente Freylis.
Tisana respondió con un bufido.
—¡No lo creo! ¿Después de siete años?
—Yo tenía uno en Til-omon. Pensábamos casarnos, construir un barco y navegar por todas las costas de Zimroel, tres o cuatro años de viaje. Y después habríamos ido río arriba hasta Ni-moya para establecernos y abrir una tienda en la Galería Telaraña.
Tisana se sobresaltó. Nunca habían hablado de esas cosas en todo el tiempo que se conocían.
—¿Qué sucedió?
—Un envío me indicó que debía ser oráculo —dijo Freylis en voz baja—. Hablé con él y le pregunté su opinión. Yo ni siquiera estaba segura de lo que iba a hacer, pero quería saber qué pensaba él. Y en el momento de decírselo vi la respuesta, porque se quedó asombrado y con la boca abierta, y un poco enfadado, como si ser oráculo contrariara sus planes (y naturalmente que los contrariaba). Me dijo que debía concederle un par de días para meditar. Ésa fue la última vez que lo vi. Un amigo de ese hombre me dijo que aquella misma noche él recibió un envío indicándole que fuera a Pidruid, cosa que hizo a la mañana siguiente. Después se casó con una antigua novia que encontró allí por casualidad, y supongo que aún estarán hablando de construir un barco y dar la vuelta a Zimroel. Yo obedecí las indicaciones del envío, hice la peregrinación y vine aquí. Y aquí estoy. El mes que viene seré consumada, y si todo va bien dentro de un año seré toda una oráculo. Iré a Ni-moya y ofreceré mis servicios en el Gran Bazar.
—¡Pobre Freylis!
—No tienes que sentir compasión por mí, Tisana. Estoy mucho mejor gracias a lo que sucedió. Sólo sufrí durante algunas semanas. Aquel hombre era despreciable. Yo lo habría averiguado más tarde o más temprano, y en cualquier caso habría acabado separándome de él. Pero de esta forma seré oráculo y rendiré un servicio al Divino, mientras que en el otro caso habría sido una inútil. ¿Comprendes?
—Comprendo.
—Y en realidad no me hacía falta ser la esposa de alguien.
—A mí tampoco —dijo Tisana.
Olió el nuevo vino, dio su aprobación y empezó a poner en orden la mesa de trabajo, tapando con mucho cuidado las redomas y disponiéndolas en precisa sucesión. Freylis era muy amable, pensó Tisana; tan cariñosa, tan tierna, tan comprensiva… Las virtudes femeninas. Tisana no encontraba esos rasgos en su persona. Su alma tal vez era más parecida a su idea de un alma varonil, resistente, dura, fuerte, capaz de soportar toda clase de tensiones pero poco flexible y sin duda insensible a matices y delicadezas. En realidad Tisana sabía que los hombres no eran así, del modo que las mujeres no eran invariables modelos de sutilidad y sensibilidad. Pero la noción tenía cierta parte de verdad, y Tisana siempre se había juzgado demasiado corpulenta, demasiado robusta, demasiado cuadrada para ser realmente femenina. Y en consecuencia la menuda Freylis, delicada y volátil, con un alma variable como el mercurio y una mente de pajarito, le parecía formar parte de una especie completamente distinta. Freylis, pensó Tisana, sería una oráculo soberbia, penetraría intuitivamente en las mentes de las personas que recurrieran a ella en solicitud de interpretaciones y les aclararía, de un modo muy provechoso, lo que más necesitaban saber. La Dama de la Isla y el Rey de los Sueños, cuando visitaban cada cual a su manera las mentes de los durmientes, solían expresarse de una forma enigmática y confusa. La tarea de la oráculo consistía en servir de interlocutora entre esos imponentes Poderes y los miles de millones de habitantes del planeta, para descifrar, interpretar y guiar. Ello significaba una responsabilidad terrible. Una oráculo podía formar o reformar la vida de una persona. La tarea cuadraba bien a Freylis: sabía con exactitud cuándo debía ser severa, cuándo debía mostrar poca seriedad y cuándo hacía falta consuelo y cordialidad. ¿Cómo había aprendido estas cosas? Seguramente en dura lucha con la vida, a través de experiencias de dolor, desengaño, fracaso y derrota. Aun desconociendo numerosos detalles del pasado de su amiga, Tisana veía en los serenos ojos claros de Freylis el reflejo de unos conocimientos valiosísimos, y esos conocimientos, más que todos los trucos y técnicas que aprendiera en la casa capitular, la pertrechaban para la profesión que había elegido. Tisana albergaba serias dudas sobre su vocación de intérprete de sueños, puesto que no había encontrado la apasionada agitación que moldeaba a las Freylis del mundo. Su vida había sido plácida, fácil, el colmo de… ¿qué había dicho Freylis?… el colmo de la estabilidad. La vida típica de Falkynkip: levantarse con el sol, ocuparse de los quehaceres domésticos, comer, trabajar, jugar y acostarse bien alimentada y muy cansada. Sin tempestades, sin cataclismos, sin ambiciones desmedidas que fueran causa de grandes caídas. Carencia total de dolor. ¿Cómo iba a entender ella los sufrimientos de la gente que sufre? Tisana pensó en Freylis y el traicionero novio de su amiga, el hombre que la había traicionado en una décima de segundo porque los inciertos planes de la mujer no cuadraban exactamente con los suyos. Y después pensó en sus insignificantes romances campesinos, tan superficiales, tan casuales, simple compañerismo, dos personas que se unían un rato sin mayores preocupaciones y se separaban con idéntica naturalidad, sin angustias, sin tormentos. Incluso cuando había hecho el amor, el supuesto colmo de la comunión, fue un ejercicio trivial, el enlazamiento de dos cuerpos saludables y robustos, una fácil fusión, un poco de agitación, unos cuantos apretones, jadeos y gemidos, un rápido estremecimiento de placer, desunión y separación. Nada más. Podía afirmarse que Tisana se había deslizado por la vida sin sufrir heridas, intacta, en línea recta. Y por lo tanto, ¿podía ser valiosa para otras personas? Las confusiones y los conflictos de la gente carecían de sentido para ella. Y quizá fuera eso lo que temía de la Prueba: que examinaran su alma y descubrieran su incapacidad para ser oráculo dada su inocencia y carencia de complicaciones, que finalmente averiguaran su impostura. ¡Qué ironía, estar preocupada por haber llevado una vida libre de preocupaciones! Las manos de Tisana empezaron a temblar. Las extendió y las contempló: manos de campesina, estúpidas y ásperas manos de gruesos dedos, manos que temblaban como si estuvieran estrujándolas. Freylis, al ver ese gesto, cogió las manos de Tisana y las estrechó, apenas capaz de taparlas con sus frágiles y menudos dedos.
—Tranquilízate —musitó impetuosamente—. ¡No hay nada de que asustarse!
Tisana asintió
—¿Qué hora es?
—La hora de que tú estés con las novicias y yo haga mis prácticas.
—Sí. Sí. Bien, vamos allá.
—Nos veremos después. En la cena. Y esta noche haré vela onírica contigo, ¿de acuerdo?
—Sí —dijo Tisana—. Me gustaría mucho.
Salieron de la celda. Tisana apretó el paso y atravesó el patio para ir a la sala de reuniones, donde la aguardaba un grupo de novicias. No quedaba rastro de la lluvia: el cruel sol del desierto había evaporado hasta la última gota. Cuando era mediodía hasta las lagartijas se escondían. Mientras se aproximaba al otro lado de la casa capitular vio salir a una veterana tutora, Vandune, una mujer de Piliplok casi tan anciana como la superiora. Tisana esbozó una sonrisa y siguió su camino. Pero la tutora se detuvo y la llamó.
—¿Mañana es tu día? —dijo.
—Me temo que sí.
—¿Te han dicho quién te hará la Prueba?
—No me han dicho nada —replicó Tisana—. Me tienen abandonada a mis conjeturas.
—Así debe ser —dijo Vandune—. La incertidumbre es buena para el alma.
—Claro, como el problema no es suyo —murmuró Tisana mientras Vandune se alejaba.