—¿Tu primera vez? —Otra vez la chica del pelo color lavándula.
Inyanna sonrió nerviosamente.
—Sí. Soy de Velathys. Una campesina, vamos.
—Parece que me tengas miedo.
—¿Yo? ¿Sí?
—No voy a morderte. Tampoco te engañaré. Me llamo Liloyve. Soy ladrona en el Gran Bazar.
—¿Has dicho ladrona?
—Es una profesión reconocida en Ni-moya. Todavía no nos han autorizado, pero no se meten con nosotros. Y tenemos registro oficial, como cualquier gremio. He estado en Lagomandino, vendiendo cosas robadas para mi tío. ¿Tan mala me crees? ¿O es que eres muy tímida?
—Nada de eso —dijo Inyanna—. He hecho un viaje muy largo, sola, y he perdido la costumbre de hablar con gente. Creo que es eso. —Otra sonrisa forzada—. ¿De verdad que eres una ladrona?
—Sí. Pero no robo bolsas. ¡Qué preocupada estás! Es igual, ¿cómo te llamas?
—Inyanna Forlana.
—Me gusta como suena. Nunca había conocido a una Inyanna. ¿Has viajado de Velathys a Ni-moya? ¿Para qué?
—Para reclamar mi herencia —respondió Inyanna—. Las propiedades del nieto de la hermana de mi abuela. Una finca llamada Vista de Nissimorn, en la orilla norte del…
Liloyve se rió tontamente. Intentó contener la risa, y sus mejillas se hincharon. Tosió y se apretó los labios con la mano, casi en un ataque de risa. Pero la alegría acabó enseguida y la expresión de la muchacha se ablandó, reflejó compasión.
—Entonces debes ser de la familia del duque —dijo en voz baja—, y debo pedirte perdón por ser tan grosera.
—¿La familia del duque? No, claro que no. ¿Por qué…?
—Vista de Nissimorn pertenece a Calain, el hermano menor del duque.
Inyanna sacudió la cabeza.
—No. El nieto de la hermana de…
—Pobrecilla, no hace falta que te roben la bolsa. ¡Alguien lo ha hecho ya!
Inyanna aferró su bolso.
—No —dijo Liloyve—. Lo que quiero decir es que te han tomado el pelo si crees que vas a heredar Vista de Nissimorn.
—Había documentos con el sello pontificio. Los delegados de Ni-moya los trajeron personalmente a Velathys. Puedo ser una campesina, pero no tan tonta como para hacer este viaje sin pruebas. Sospeché un poco, sí, pero vi los documentos. ¡He reclamado el título de propiedad! ¡Pagué veinte reales, pero los documentos estaban en orden!
—¿Dónde te alojarás cuando estés en Strelain? —dijo Liloyve.
—No lo he pensado. En una posada, supongo.
—Ahórrate tus coronas. Vas a necesitarlas. Te alojaremos con nosotros en el Bazar. Y por la mañana aclararás las cosas con las gentes imperiales. Es posible que ellos te ayuden a recuperar parte de lo que has perdido, ¿eh?.
4
Desde el principio la posibilidad de ser víctima de unos embaucadores había estado en el pensamiento de Inyanna, igual que un fastidioso zumbido mientras se escucha agradable música. Pero había preferido no prestar atención a ese ruido, e incluso en estos momentos, cuando el zumbido se había transformado en un espantoso rugido, Inyanna se exigió no perder la confianza. Esa zarrapastrosa chica de bazar, esa convicta ladrona profesional poseía sin duda el carácter intrínsecamente receloso de una persona que vive de su ingenio en un mundo hostil, y veía fraude y malicia en todas partes, aunque las cosas fueran de otra forma. Inyanna sabía que la credulidad podía haberla inducido a cometer un terrible error, pero era absurdo lamentarse tan pronto. Tal vez ella formaba parte de la familia del duque a pesar de todo, o quizá Liloyve estaba confundida respecto a quién era el propietario de Vista de Nissimorn. Y si en realidad había ido a Ni-moya para nada, gastando sus últimas coronas en el improductivo viaje, al menos se encontraba en Ni-moya, no en Velathys, y ello era por sí mismo causa de regocijo.
Mientras el transbordador entraba en el muelle de Strelain, Inyanna vio de cerca por primera vez el centro de Ni-moya. Torres de pasmoso color blanco llegaban casi hasta el borde del agua; se alzaban hacia el cielo de un modo tan pronunciado y abrupto que parecían inestables, y era difícil comprender el motivo de que no cayeran al río. La noche empezaba a caer. Fulguraban luces por todas partes. Inyanna mantuvo la calma de una sonámbula ante los esplendores de la ciudad. He llegado al hogar, aquí me siento en casa. De todas formas se preocupó de no alejarse de Liloyve cuando llegó el momento de abrirse paso entre las pululantes multitudes de viajeros que salían a la calle por el corredor.
En el portalón de la estación terminal había tres enormes pájaros metálicos con enjoyados ojos: una gihorna con las vastas alas abiertas, un ridículo hazenmarl de larguísimas patas y un ave desconocida para Inyanna provista de un pico abolsado y doblado en forma de hoz. Los animales mecánicos se movían con lentitud, inclinaban la cabeza, ahuecaban las alas.
—Emblemas de la ciudad —dijo Liloyve—. Los verás por todas partes. ¡Son ridículos y bobos! Y tienen una fortuna en joyas preciosas en los ojos.
—¿A nadie se le ha ocurrido robarlas?
—Ojalá yo tuviera valor. Treparía y las arrancaría. Pero son mil años de mala suerte, eso dicen. Los metamorfos se rebelarán otra vez y nos expulsarán, las torres se derrumbarán y muchas tonterías más.
—Si no crees en leyendas, ¿por qué no robas las joyas? Liloyve hizo una nueva demostración de su risita de mofa.
—¿Quién me las compraría? Cualquier traficante sabría su procedencia. Estando malditas, no habría compradores. Un mundo de preocupaciones para el ladrón, el Rey de los Sueños aullándote dentro de la cabeza hasta que tuvieras ganas de chillar… Prefiero tener el bolsillo lleno de cristales de colores que llevar los ojos de los pájaros de Ni-moya. Vamos, entra. Abrió la puerta de un pequeño flotador callejero aparcado junto a la estación terminal y dio un empujón a Inyanna para que tomara asiento. Después de sentarse, Liloyve tecleó un código en la placa de pago del flotador y el vehículo se puso en movimiento.
—Debemos este paseo a tu noble pariente —dijo Liloyve.
—¿Qué? ¿Quién?
—Calain, el hermano del duque. He usado su código de pago. Alguien se enteró del código el mes pasado, y somos muchos los que viajamos gratis, por cortesía de Calain. En cuanto lleguen las facturas el secretario de Calain cambiará el número, claro, pero hasta entonces… ¿comprendes?
—Soy muy ingenua —dijo Inyanna—. Sigo creyendo que la Dama y el Rey ven nuestros pecados mientras dormimos y envían sueños para que nadie haga esas cosas.
—Eso se pretende que creas —replicó Liloyve—. Mata a alguien y tendrás noticias del Rey de los Sueños, eso está claro. Pero hay… ¿Cuánta gente hay en Majipur? ¿Dieciocho mil millones? ¿Treinta mil? ¿Cincuenta mil? ¿Crees que el Rey tiene tiempo de emporcar los sueños de cualquiera que da un paseo en un flotador callejero y no paga? ¿Lo crees?
—Pues…
—¿Crees que tiene tiempo para castigar a los que venden falsos títulos de propiedad de palacios que ya tienen dueño?
Las mejillas de Inyanna enrojecieron y sus ojos miraron a otra parte.
—¿Adónde vamos ahora? —preguntó con apagada voz.
—Ya hemos llegado. El Gran Bazar. ¡Sal!
Inyanna y Liloyve salieron a una amplia plaza con tres lados rodeados de imponentes torres y el cuarto delimitado por un edificio de escasa altura al que se accedía por una multitud de pétreos escalones, bajos y alargados. Cientos, quizá miles de personas con las elegantes túnicas blancas típicas de Ni-moya entraban y salían por la gran boca del edificio. Sobre el arco de la entrada había un altorrelieve de los tres pájaros simbólicos, de nuevo con joyas en los ojos.