Le dolía la cabeza y tenía rígidos los músculos faciales, y se dio cuenta de que estaba andando con los hombros hundidos, como si llevarlos normalmente fuera rendirse a la forma de vida que ella había repudiado. Con la máxima rapidez posible, Thesme huyó una vez más de Narabal. Pero tuvo que caminar dos horas por el sendero de la jungla y dejar bien atrás las afueras de la población antes de notar que su tensión empezaba a menguar. Hizo un alto junto a una laguna que conocía, se desnudó y se dio un remojón en las frías profundidades para liberarse de las últimas manchas de la ciudad. Y después, con la ropa para ir a la ciudad colgada de cualquier modo en el hombro, marchó desnuda por la jungla a la choza.
4
Vismaan estaba en la cama y al parecer no se había movido mientras Thesme estuvo ausente.
—¿Se encuentra mejor? —preguntó Thesme—. ¿Ha podido arreglárselas solo?
—Ha sido un día muy tranquilo. Hay algo más que una hinchazón en mi pierna.
—Veamos.
Thesme tocó cuidadosamente la herida. Parecía más abultada, y Vismaan apartó la pierna al sentir el contacto, detalle que seguramente significaba que la complicación era importante, suponiendo que la sensación de dolor del gayrog fuera tan débil como él afirmaba. Thesme consideró la utilidad de llevar a Vismaan a Narabal para que le atendieran allí. Pero el gayrog no mostraba preocupación, y de todos modos Thesme dudaba que los doctores de la ciudad supieran mucho sobre la fisiología de esa raza. Además, ella quería que Vismaan estuviera en la choza. Sacó las medicinas traídas de la ciudad y dio al gayrog las indicadas para fiebre e inflamación, y luego preparó fruta y vegetales para cenar. Antes de que se hiciera demasiado oscuro examinó las trampas del borde del claro y encontró algunos animales de pequeño tamaño, un joven sigimoin y un par de mintunos. Les torció el cuello con pericia —al principio había sido terriblemente duro, pero la carne era importante y era improbable que otra persona matara a las bestias en lugar de ella, estando tan aislada— y los preparó para asarlos. En cuanto tuvo dispuesta la hoguera, Thesme volvió a la choza. Vismaan estaba entretenido con uno de los nuevos cubos que la mujer le había llevado, pero lo dejó a un lado cuando entró Thesme.
—No ha dicho nada sobre su visita a Narabal —observó el gayrog.
—No he estado mucho tiempo. Conseguí lo que necesitaba, hablé un rato con una de mis hermanas, me fui muy nerviosa y deprimida y me sentí mejor en cuanto estuve en la jungla.
—Odia mucho ese lugar.
—Merece que lo odien. Esa gente es deprimente, te aburren. Y esas horribles casas rechonchas… —Thesme sacudió la cabeza—. Ah, mi hermana me ha dicho que van a levantar nuevos pueblos tierra adentro, para gente de otros planetas, porque hay un gran desplazamiento hacia el sur. Gayrogs, sobre todo, pero también hay otra raza con verrugas y piel gris…
—Yorts —dijo Vismaan.
—Lo que sea. Les gusta trabajar como inspectores de aduanas, me dijo mi hermana. Van a darles vivienda tierra adentro porque nadie quiere verlos en Til-omon o Narabal, eso creo yo.
—Nunca me he sentido indeseable entre humanos —dijo el gayrog.
—¿De verdad? Quizá no se ha dado cuenta. Creo que hay muchos prejuicios en Majipur.
—No es tan claro para mí. Naturalmente, nunca he estado en Narabal, y es posible que ahí haya más problemas que en otros lugares. En el norte no hay dificultades. ¿Ha estado alguna vez en el norte?
—No.
—Encontramos buena acogida por parte de los humanos en Pidruid.
—¿En serio? Oí decir que los gayrogs están construyéndose una ciudad al este de Pidruid, muy al este, en la Gran Fractura. Si todo es tan maravilloso en Pidruid ¿por qué establecerse en otra parte?
—Somos nosotros los que no se sienten nada cómodos viviendo con humanos —dijo tranquilamente Vismaan—. El ritmo de nuestra vida es muy diferente del suyo… nuestra costumbre en cuanto a dormir, por ejemplo. Nos resulta difícil vivir en una ciudad que permanece inactiva ocho horas todas las noches, mientras nosotros estamos despiertos. Y existen otras diferencias. Por eso estamos construyendo Dulorn. Espero que usted pueda verla algún día. Es una ciudad maravillosamente bella, construida con una piedra blanca que brilla con luz propia. Estamos muy orgullosos de Dulorn.
—¿Por qué usted no vive allí?
—¿No se está quemando la carne? —preguntó Vismaan.
Thesme se sonrojó y corrió afuera, con el tiempo justo para arrancar la carne de los espetones. La partió y la sirvió con cierto malhumor, acompañada de algunas zokas y una botella de vino que había comprado por la tarde en Narabal. Vismaan se incorporó para cenar, con gestos bastante torpes.
—He vivido varios años en Dulorn —dijo el gayrog al cabo de un rato—. Pero es un territorio muy seco, y nací en un lugar de mi planeta que es caluroso y húmedo, igual que Narabal. Por eso decidí ir hacia el sur en busca de tierras fértiles. Mis antepasados fueron campesinos, y pensé seguir sus costumbres. Cuando supe que en los trópicos de Majipur se podían recoger seis cosechas anuales, y que en todas partes había tierras libres, decidí explorar el territorio.
—¿Solo?
—Solo, sí. No tengo compañera, aunque pretendo tenerla en cuanto me establezca.
—¿Y cultivará frutos y los venderá en Narabal?