Un gayrog estaba detrás del mostrador de la vinatería: ojos helados que jamás pestañeaban, piel lustrosa y escamosa, carnoso cabello que no dejaba de retorcerse. Inyanna, con la voz más grave que podía fingir, se interesó por el precio de la leche de dragón en frasquito, botella y botellón. Mientras tanto Athayne se dedicó a mirar los baratos vinos rosados del centro del continente. El gayrog indicó precios. Inyanna expresó sobresalto. El gayrog hizo un gesto de indiferencia. Inyanna levantó un frasco, estudió el líquido de color azul claro y frunció el ceño.
—Es más oscura que la calidad normal —dijo.
—Varía de un año a otro. Y de un dragón a otro.
—Lo lógico sería que estas cosas fueran siempre igual.
—El efecto siempre es igual —dijo el gayrog. En sus ojos de reptil había el equivalente gayrog a una mirada lasciva y presuntuosa—. Unos sorbos, amigo mío, y estará en forma toda la noche.
—Déjeme pensarlo —dijo Inyanna—. Un real es una suma importante, aunque los efectos sean tan prodigiosos.
Era la señal convenida con Athayne, que se volvió hacia el vendedor.
—Este vino de Mazadone —dijo—, ¿cuesta tres coronas el botellón? Estoy seguro de que la semana pasada valía dos.
—Si lo encuentra a ese precio, cómprelo —respondió el gayrog.
Athayne arrugó la frente, fingió que iba a poner la botella en la estantería, tropezó, cayó y tiró media hilera de botellines. El gayrog silbó de cólera. Athayne, sin dejar de disculparse, hizo torpes movimientos para arreglar el desaguisado, y tiró más botellas. El gayrog corrió hacia la estantería dando gritos. Él y Athayne tropezaron mientras intentaban restaurar el orden, y en ese instante Inyanna se metió en la túnica el frasco de leche de dragón y escondió una botella de dorado de Piliplok.
—Creo que preguntaré precios en otro sitio —dijo en voz alta, y se fue.
Asunto concluido. Inyanna se controló para no echar a correr, aunque le ardían las mejillas y estaba segura de que todos los transeúntes sabían que ella era una ladrona, que los otros tenderos del pasaje estallarían de cólera y saldrían a cogerla y que el mismo gayrog iba a perseguirla dentro de un instante. Pero llegó hasta la esquina sin ninguna dificultad, dobló a la izquierda, localizó la calle de cosméticos y perfumes, la recorrió y entró en la sección de quesos y aceites donde aguardaba Liloyve.
—Quédate con esto —dijo Inyanna—. Abrasan tanto que me están perforando el pecho.
—Buen trabajo —comentó Liloyve—. ¡Esta noche beberemos el dorado en tu honor!
—¿Y la leche de dragón?
—Para ti —dijo Liloyve—. Compártela con Calain, la noche que te invite a cenar en Vista de Nissimorn.
Esa noche Inyanna estuvo en vela varias horas, temerosa de dormir, porque al dormirse llegarían los sueños y con éstos los castigos. El vino se había acabado, pero el frasco de leche de dragón se encontraba bajo la almohada, e Inyanna ansiaba salir a escondidas y devolverlo al gayrog. Siglos de antepasados tenderos oprimían su alma. Una ladrona, pensó, una ladrona, una ladrona, soy una ladrona de Ni-moya. ¿Qué derecho tenía a coger esas cosas? ¿Qué derecho tenían, se respondió, los hombres que te robaron los veinte reales? Pero, ¿qué tiene que ver eso con el gayrog? Si ellos me roban, si yo utilizo eso como excusa para robar al gayrog, y el gayrog se resarce con cosas de otra persona, ¿dónde termina la cadena, cómo puede sobrevivir la sociedad? Que la Dama me perdone, pensó Inyanna. El Rey de los Sueños flagelará mi espíritu. Pero acabó durmiéndose. No podía estar en vela eternamente, y los sueños que tuvo fueron maravillosos y majestuosos: se deslizó separada del cuerpo por las grandes avenidas de la ciudad, por el Bulevar de Cristal, por el Museo Universal, por la Galería Telaraña, y llegó a Vista de Nissimorn, donde el hermano del duque pidió su mano. El sueño dejó asombrada a Inyanna porque era imposible juzgarlo como un sueño de castigo. ¿Y la moralidad? ¿Y la conducta correcta? El robo era contrario a todas sus creencias. Sin embargo, parecía que el destino le tenía reservado el oficio de ladrona. Todo lo ocurrido en el último año la había dirigido hacia esa meta. Quizá era voluntad del Divino que ella fuera lo que era. Inyanna sonrió. ¡Qué cinismo! Pero así estaban las cosas. Ella no opondría resistencia al destino.
7
Inyanna hizo numerosos robos, y los hizo bien. Su primera y terrible aventura en el mundo del robo tuvo continuación en muchas otras durante los siguientes días. Vagó libremente por el Gran Bazar, a veces acompañada de cómplices, a veces sola, sirviéndose lo que le apetecía. Fue tan fácil que casi llegó a pensar que no era un delito. El Bazar siempre estaba atestado: la población de Ni-moya, al parecer, se acercaba a los treinta millones de habitantes, y era como si todos estuvieran constantemente en los locales comerciales. Había un constante, aplastante flujo de gente. Los vendedores eran muy descuidados dado el acoso que sufrían; siempre estaban atormentados por preguntas, discusiones, clientes difíciles, inspectores. Actuar entre el río de seres, cogiendo todo lo que se deseaba, apenas era difícil.
La mayor parte del botín se vendía. Un ladrón profesional podía conservar algún artículo para su uso personal, y siempre comía mientras trabajaba, pero casi todo lo robaba con la intención de efectuar una inmediata reventa. Esa tarea era responsabilidad de los yorts que vivían con la familia de Agourmole. Eran tres, Beyork, Hankh y Mozinhunt, y formaban parte de una amplia red de distribución de genero hurtado, una cadena de yorts que sacaban mercancías del Bazar y las introducían en canales de venta al por mayor (muchas veces el producto robado era adquirido otra vez por el mismo comerciante que había sufrido el robo). Inyanna no tardó en aprender qué cosas interesaban a los yorts y qué artículos no merecían fatigas. Puesto que era nueva en Ni-moya, Inyanna tuvo especiales facilidades en su trabajo. No todos los comerciantes del Gran Bazar se mostraban complacientes con el gremio de ladrones, y algunos conocían de vista a Liloyve, Athayne, Sidoun y otros miembros de la familia y les ordenaban salir de la tienda en el mismo instante que los veían. Pero el joven que se llamaba Kulibhai era desconocido en el Bazar, y puesto que Inyanna elegía todos los días un sector distinto del casi infinito lugar, pasarían años antes de que las víctimas llegaran a familiarizarse con ella.
Los riesgos del trabajo no provenían tanto de los vendedores, empero, como de los ladrones de otras familias. Estos últimos tampoco conocían a Inyanna, y su vista era más rápida que la de los tenderos. Tres veces durante los diez primeros días Inyanna fue sorprendida por otro ladrón. Al principio era terrible notar una mano apretada en la muñeca. Pero Inyanna conservaba la serenidad y, mirando al otro sin pánico, se limitaba a decir, «Estás cometiendo un abuso. Soy Kulibhai, hermano de Agourmole». El rumor se propagó con rapidez. Después del tercer incidente de ese tipo, Inyanna no sufrió más molestias.
Hacer ella misma esas intervenciones fue problemático. Al principio le era imposible diferenciar a los ladrones legítimos de los ilegítimos, y dudaba en el momento de aferrar la muñeca de alguien que, por lo que ella sabía, podía haber estado hurtando en el bazar desde los tiempos de lord Kinniken. Con el tiempo le fue sorprendentemente fácil detectar los hurtos, pero si no iba acompañada de otro ladrón del clan de Agourmole para consultarle, no tomaba medidas. Poco a poco fue conociendo a muchos ladrones autorizados de otras familias, pero prácticamente todos los días veía un rostro desconocido que manoseaba los artículos de algún vendedor, y por fin, después de varias semanas en el Bazar, Inyanna se sintió impulsada a actuar. Si topaba con un ladrón auténtico, siempre podía pedir perdón. Pero la esencia del sistema era que ella era vigilante además de ladrona, y sabía que no estaba cumpliendo la primera tarea. Inyanna actuó por primera vez con una mugrienta jovencita que estaba robando verduras; apenas tuvo tiempo para abrir la boca, porque la chica soltó el botín y huyó aterrorizada. El siguiente caso fue el de un ladrón veterano, un pariente lejano de Agourmole que le explicó amistosamente el error que había cometido. Y el tercer ladrón, desautorizado pero impasible, respondió a las palabras de Inyanna con despreciativas maldiciones y veladas amenazas; Inyanna replicó, tranquila y falsamente, que otros siete ladrones del gremio estaban observando y tomarían inmediatas medidas si había problemas. Después de este incidente Inyanna perdió el miedo, y actuó con gran resolución y confianza siempre que le pareció apropiado.