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—Siempre he opinado —dijo, sonriendo con naturalidad— que esa profesión exige gracia y rapidez de reflejos. —Acercó su vaso al de Inyanna—. Te saludo, ladrona que afirma serlo. Eso demuestra una honradez que pocas personas tienen.

Volvió el vroon, con una gran fuente de porcelana llena de bayas de color azul claro, de apariencia cerosa, con puntos blancos. Eran zokas, una fruta conocida por Inyanna. Era la fruta favorita de Narabal, y se decía que enardecía la sangre y provocaba pasiones. Inyanna cogió varias bayas, Tisiorne sólo una, Durand Livolk un puñado y Calain muchas más. Inyanna se percató de que el hermano del duque comía las frutas con semillas incluidas; se aseguraba que ése era el método más eficaz. Tisiorne rechazó las semillas de su zoka, detalle que provocó una torcida sonrisa de Durand Livolk. Inyanna no imitó a Tisiorne.

Luego sirvieron vinos, bocados de pescado sazonado con especias, ostras que flotaban en sus propios jugos, un plato de diminutas setas de suave olor pastel y, como remate, una pierna de aromática carne: la pata de un gigantesco bilantún de los bosques del este de Narabal, según explicó Calain. Inyanna comió frugalmente, un bocadito de esto, un bocadito de aquello. Era el comportamiento correcto, y también el más sensato. Al cabo de un rato llegó un grupo de skandars que realizó prodigiosos ejercicios con antorchas, cuchillos y hachas y se ganó el sincero aplauso de los cuatro comensales. Calain lanzó una reluciente moneda (una pieza de cinco reales, vio asombrada Inyanna) a los rudos seres de cuatro brazos. Después llovió otra vez, aunque nadie se mojó, y más tarde, tras otra ronda de licores, Durand Livolk y Tisiorne se excusaron elegantemente y dejaron solos a Calain e Inyanna, sentados en la nebulosa oscuridad.

—¿De verdad eres ladrona? —dijo Calain.

—De verdad. Pero ése no era mi plan original. Era propietaria de una tienda de artículos diversos en Velathys.

—¿Y luego?

—La perdí por culpa de un timo —dijo ella—. Y llegué sin un peso a Ni-moya. Necesitaba trabajar, y encontré a unos ladrones que me parecieron considerados y simpáticos.

—Y ahora has encontrado ladrones de mayor categoría —dijo Calain—. ¿No estás inquieta por ello?

—No me dirás que te consideras un ladrón…

—He llegado a ocupar una posición elevada sólo porque nací en una buena familia. No trabajo, excepto para ayudar a mi hermano cuando me necesita. Vivo esplendorosamente, mejor que cualquier persona puede imaginar. No merezco nada de todo esto. ¿Has visto mi hogar?

—Lo conozco muy bien. Sólo desde fuera, claro.

—¿Te gustaría verlo por dentro esta noche?

Inyanna recordó brevemente a Sidoun, que estaría aguardando en la habitación de blanqueada piedra en el sótano de la calle de los queseros.

—Mucho —dijo Inyanna—. Y cuando lo hayamos visto, te explicaré una historia, sobre mí, Vista de Nissimorn y el motivo que me trajo a Ni-moya.

—Será muy divertida, estoy seguro. ¿Nos vamos?

—Sí —dijo Inyanna—. Pero… ¿será mucha molestia si paso primero por el Gran Bazar?

—Disponemos de toda la noche —dijo Calain—. No hay prisa.

Llegó el uniformado vroon, que iluminó el camino por los selváticos jardines hasta llegar al muelle de la isla, donde aguardaba un transbordador privado. El barco les trasladó a la ciudad. Un flotador callejero esperaba allí, e Inyanna no tardó en llegar a la plaza de la Puerta de Pidruid.

—Sólo será un momento —musitó Inyanna.

Como un fantasma con su frágil y suelta túnica, Inyanna se abrió paso rápidamente entre el gentío que incluso a esa hora atestaba el Bazar. Bajó al cubil del sótano. Los ladrones estaban congregados alrededor de una mesa, jugando con cubiletes de vidrio y dados de ébano. Vitorearon y aplaudieron la espléndida entrada de Inyanna, pero la joven respondió solamente con una sonrisa, fugaz y nerviosa, y habló aparte con Sidoun.

—Me voy otra vez —dijo en voz baja—, y no volveré esta noche. ¿Podrás disculparme?

—No todas las mujeres consiguen el cariño del chambelán del duque.

—No es el chambelán del duque —dijo ella—. Es el hermano del duque. —Rozó los labios de Sidoun con los suyos. El joven tenía los ojos vidriosos, tal era la sorpresa que le habían producido las palabras de Inyanna—. Mañana iremos al Parque de Bestias Fabulosas, ¿eh, Sidoun?

Volvió a besarle y entró en su dormitorio para coger el frasco de leche de dragón que guardaba bajo la almohada, donde había estado oculto varios meses. Se detuvo en la habitación principal ante la mesa de juego, se inclinó junto a Liloyve y abrió la mano para mostrar el frasco. Los ojos de su amiga se abrieron desmesuradamente.

—¿Recuerdas para qué guardaba esto? —dijo, guiñando un ojo—. Tú me dijiste, «Compártela con Calain, la noche que te invite a cenar en Vista de Nissimorn». Así que…

Liloyve se quedó con la boca abierta. Inyanna volvió a guiñarle el ojo, la besó y se fue.

Esa noche, cuando sacó el frasco y lo ofreció al hermano del duque, Inyanna se preguntó con repentino pánico si no estaría cometiendo una grave infracción de la etiqueta al sugerir el uso de un afrodisíaco, dando a entender que podía ser aconsejable. Pero Calain no dio muestras de ofenderse. Le afectó mucho, o fingió que le afectaba, el regalo de Inyanna. Fue todo un espectáculo verle verter la leche azul en tazas de porcelana, tan delicadas que parecían transparentes. Con gran ceremonia, Calain puso una taza en la mano de Inyanna, alzó la otra e hizo un brindis. La leche de dragón era extraña y amarga. Inyanna tuvo problemas para tragarla, pero no dejó una gota, y casi al instante notó un calor que vibraba en sus muslos. Calain sonrió. Se hallaban en el salón de las ventanas de Vista de Nissimorn, donde una sola franja de vidrio rodeada de oro ofrecía una vista de trescientos sesenta grados del puerto de Ni-moya y la distante orilla meridional del río. Calain tocó un botón. La enorme ventana se hizo opaca. Una cama circular surgió lentamente del suelo. Calain cogió de la mano a Inyanna y la atrajo hacia el lecho.

9

Ser concubina del hermano del duque parecía una gran ambición para una ladrona del Gran Bazar. Inyanna no se ilusionó respecto a su relación con Calain. Durand Livolk la había elegido por su físico, quizá por sus ojos, por su cabello, por su forma de conducirse. Calain, aunque esperaba conocer a una mujer más próxima a su categoría social, había descubierto algo encantador en unirse a una mujer del peldaño inferior de la sociedad, y por eso pasaron la tarde en la Isla de Narabal y la noche en Vista de Nissimorn. Un elegante interludio de fantasía, y por la mañana Inyanna regresaría al Gran Bazar con un recuerdo que perduraría el resto de su vida. Y ahí acabaría todo.

Pero no fue así.

Esa noche no durmieron un momento —¿consecuencia de la leche de dragón, se preguntó Inyanna, o Calain siempre era así?— y al amanecer recorrieron desnudos la majestuosa mansión para que él pudiera mostrarle sus tesoros. Mientras desayunaban en un balcón con vista al jardín, Calain sugirió pasar el día en su parque privado de Istmoy. De manera que no iba a ser una aventura de una sola noche. Inyanna se preguntó si no debía mandar un mensaje a Sidoun, diciéndole que no iba a regresar hasta la noche, pero comprendió que Sidoun no precisaba explicaciones. Él entendería correctamente su silencio. Inyanna no quería lastimarle, pero por otra parte no le debía nada excepto cortesía. Ella acababa de embarcarse en uno de los grandes hechos de su vida, y cuando volviera al Gran Bazar no sería por Sidoun, sino simplemente porque la aventura habría terminado.