Lo cierto es que Inyanna pasó los siguientes seis días en compañía de Calain. Durante las horas del sol se divirtieron en el río con el majestuoso yate del noble, o pasearon cogidos de la mano por el parque de caza del duque, un lugar repleto de animales sobrantes del Parque de Bestias Fabulosas, o se limitaron a instalarse en el balcón de Vista de Nissimorn para contemplar el camino del sol a través del continente, desde Piliplok hasta Pidruid. Y durante las noches todo fue fiesta y ensueño, cenas en las islas, en alguna mansión de Ni-moya, en el mismo Palacio Ducal… El duque se parecía muy poco a Calain: mucho más robusto, y bastante más viejo, de modales molestos y rudos. Sin embargo se las arregló para mostrarse encantador con Inyanna, la trató con elegancia y seriedad y nunca hizo que se sintiera como una mujerzuela recogida por su hermano en las calles del Gran Bazar. Inyanna flotó durante todos estos días con la serena aceptación que demuestra una persona en sueños. Ella sabía que reflejar admiración sería vulgar. Fingir igual nivel social y sofisticación habría sido aún peor. Ella hizo gala de una conducta refrenada sin humillarse, se mostró agradable sin atrevimientos, y fue una conducta eficaz. Al cabo de unos días le pareció muy natural ocupar una mesa junto a dignatarios recién llegados del Monte del Castillo con chismes de lord Malibor y su séquito, o con nobles que explicaban haber cazado en las marismas del norte acompañando a lord Tyeveras cuando éste era Corona durante el pontificado de Ossier, o que acababan de entrevistarse con la Dama de la Isla en el Templo Interior. Inyanna adquirió tanta seguridad en sí misma en compañía de los grandes del reino que si alguien le hubiera dicho, «Y usted, milady, ¿cómo ha pasado los últimos meses?» se habría limitado a contestar, «Muy bien, he sido ladrona en el Gran Bazar», tal como había contestado la primera noche en la Isla de Narabal. Pero nadie hizo esa pregunta. En esas alturas de la sociedad, comprendió Inyanna, nadie intentaba satisfacer su curiosidad, dejaban que los demás se explicaran hasta el punto que creyeran más conveniente.
Por todo ello, cuando el séptimo día Calain le ordenó que se preparara para regresar al Bazar, Inyanna no hizo preguntas. No preguntó a Calain si había disfrutado con su compañía, y tampoco le preguntó si se había cansado de ella. Él la había elegido como compañera durante unos días, el plazo había cumplido y no había nada que objetar. Había sido una semana que Inyanna no olvidaría nunca.
Pero volver al cubil de los ladrones fue un sobresalto. Un suntuoso flotador llevó a Inyanna desde Vista de Nissimorn hasta la Puerta de Piliplok del Gran Bazar, y un criado de Calain puso en sus brazos el montoncito de tesoros que el hermano del duque le había regalado durante la última semana. Después el flotador se fue e Inyanna descendió al sudoroso caos del Bazar. Fue igual que si acabara de despertar de un sueño raro y mágico. Nadie la llamó al recorrer las atestadas callejuelas, porque en el Bazar todos la conocían con su disfraz masculino de Kulibhai, y en esos momentos llevaba puesta ropa femenina. Se abrió paso entre la muchedumbre, en silencio, envuelta todavía en los efluvios de la aristocracia y rindiéndose poco a poco a una incontenible sensación de tristeza y pérdida, pues era evidente que el sueño había terminado, que había vuelto a la realidad. Esa noche Calain cenaría con un visitante, el duque de Mazadone, el día siguiente él y sus invitados navegarían por el Steiche en una expedición de pesca, y un día más tarde… Bien, ella no tenía la menor idea, pero sí sabía que ella, ese mismo día, estaría escamoteando encajes, frascos de perfume y rollos de tela. Durante un instante brotaron lágrimas en sus ojos. Reprimió el llanto, pensó que estaba siendo una tonta, que no debía lamentarse por volver de Vista de Nissimorn sino alegrarse de que le hubieran permitido pasar una semana allí.
No había nadie en las habitaciones de los ladrones aparte de un yort, Beyork, y un metamorfo. Ambos hicieron una simple inclinación de cabeza al ver a Inyanna. Ésta fue a su habitación y se puso la vestimenta de Kulibhai. Pero no pudo obligarse a volver tan pronto al robo. Guardó la caja de joyas y dijes, obsequio de Calain, debajo de la cama. Vendiendo esas alhajas ganaría bastante para librarse de su profesión durante uno o dos años; pero no pensaba separarse ni de la más pequeña. Mañana, decidió, regresaría al Bazar. Pero de momento se quedó tumbada boca abajo en la cama que volvía a compartir con Sidoun. No opuso resistencia a las lágrimas cuando llegaron, y al cabo de un rato se levantó, sintiéndose más tranquila, se lavó y aguardó la llegada de los otros.
Sidoun le dio la bienvenida con el donaire de un noble. Ninguna pregunta sobre sus aventuras, ninguna muestra de resentimiento, ninguna tímida indirecta. El joven sonrió, la cogió de la mano, dijo que se alegraba de que hubiera vuelto, le ofreció un vaso de vino Alhanroel que acababa de hurtar y le explicó un par de cosas que habían ocurrido en el Bazar mientras ella estaba ausente. Inyanna se preguntó si su amigo no mostraría inhibiciones en sus relaciones sexuales al saber que el último hombre que la había tocado era hermano del duque. Pero no fue así, él actuó cariñosa y resueltamente en cuanto se acostaron, y su delgado cuerpo se apretó a ella con júbilo y cordialidad. El día siguiente, después de la ronda en el Bazar, fueron juntos al Parque de Bestias Fabulosas y vieron por primera vez al finimaulo del Grayge, tan delgado que casi era invisible visto de lado. Lo siguieron un rato hasta que desapareció, y ambos se echaron a reír como si nunca hubieran estado separados.
Los demás ladrones trataron a Inyanna con cierto respeto durante algunos días, porque sabían dónde había estado y qué debía haber hecho, y con ello había adquirido la rareza típica de las personas que se mueven en círculos aristocráticos. Únicamente Liloyve, y sólo una vez, se atrevió a plantear el tema.
—¿Qué vio él en ti? —dijo a Inyanna.
—¿Cómo quieres que lo sepa? Fue como un sueño.
—Creo que fue justicia.
—¿Qué pretendes decir?
—Que te prometieron Vista de Nissimorn, falsamente, y esta visita ha sido una especie de compensación. El Divino equilibra lo Bueno y lo malo, ¿comprendes? —Liloyve se rió—. Has tenido un equivalente a los veinte reales que te quitaron aquellos estafadores, ¿no es cierto?
Era cierto, convino Inyanna. Pero la deuda aún no estaba totalmente satisfecha, cosa que no tardó en descubrir. El siguiente Día Estelar, mientras recorría los puestos de los cambistas y robaba una moneda rara de aquí y otra de allá, se sobresaltó al notar una mano en su muñeca, y se preguntó quién sería el necio que, sin haberla reconocido, intentaba detenerla. Pero era Liloyve. Tenía el rostro encendido y los ojos muy abiertos.
—¡Vuelve a casa ahora mismo! —gritó.
—¿Qué ocurre?
—Dos vroones te aguardan. Estás citada por Calain, y dicen que debes llevarte todas tus cosas, porque no volverás al Gran Bazar.
10
De ese modo, Inyanna Forlana de Velathys, ex ladrona, fijó su residencia en Vista de Nissimorn en calidad de compañera de Calain de Ni-moya. Calain no ofreció explicaciones y ella no las pidió. Calain deseaba estar junto a ella, y eso era suficiente explicación. Durante las primeras semanas Inyanna esperó que cualquier mañana le ordenaran prepararse para volver al Bazar, pero no fue así, y acabo olvidándose de esa posibilidad. Si Calain iba a algún sitio, ella iba con éclass="underline" a las marismas de Zimr para cazar gihornas, a la fulgurante Dulorn para ver el Circo Perpetuo durante una semana, y a Khyntor para presenciar el festival de géiseres, incluso a la tenebrosa y lluviosa Piurifayne para explorar la sombría patria de los cambiaspectos. Ella, que había pasado veinte años en la miserable Velathys, llegó a pensar que no tenía nada de anormal recorrer el mundo como una Corona que hace la gran procesión, con el hermano de un duque real al lado. Sin embargo jamás perdía su perspectiva, jamás olvidaba la ironía, la incongruencia de las extrañas transformaciones sufridas por su vida.