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Tampoco le sorprendió encontrarse sentada en la mesa junto a la misma Corona. Lord Malibor había llegado a Ni-moya en visita oficial porque había decidido viajar por el continente occidental cada ocho o diez años; con ello quería demostrar a los habitantes de Zimroel que en la mente del monarca tenían igual importancia que los ciudadanos de su continente natal Alhanroel. El duque preparó el obligatorio banquete, e Inyanna ocupó la mesa principal, con la Corona a la derecha y Calain a la izquierda, mientras el duque y la esposa de éste tomaban asiento delante de lord Malibor. Naturalmente Inyanna había aprendido en la escuela los nombres de las grandes coronas (Stiamot, Confalume, Prestimion, Dekkeret…) y su madre le había explicado a menudo que el mismo día de su nacimiento Velathys se enteró del fallecimiento del viejo Pontífice Ossier, la obligada toma de posesión de lord Tyeveras y la elección de un noble de Bombifale, un tal Malibor, como nueva Corona. Con el tiempo llegaron a la provincia de Inyanna las nuevas monedas con la efigie de lord Malibor, un hombre de cara rolliza, ojos hundidos y pobladas cejas. Pero que esos personajes, coronas y pontífices, existieran realmente fue un tema dudoso para Inyanna durante muchísimos años, y sin embargo en ese momento tenía el codo a un centímetro del brazo de lord Malibor y lo único que le maravillaba era el gran parecido entre ese hombre fornido y el corpulento vestido con los colores imperiales y el hombre cuyo rostro estaba en las monedas. Inyanna había supuesto que los retratos no eran tan precisos.

A Inyanna le parecía razonable que la conversación de una Corona girara principalmente en torno a los asuntos de estado. Pero en realidad lord Malibor habló de caza. Había ido a un lugar remoto para cazar cierta bestia poco común, a una montaña inaccesible y desagradable para cortar la cabeza de un difícil animal, y así sucesivamente. Y estaba construyendo una nueva ala en el Castillo para dar cabida a sus trofeos.

—Espero que tú y Calain —dijo la Corona— vengáis a visitarme al Castillo antes de un par de años. La sala de trofeos estará ya lista para entonces. Os complacerá, estoy seguro, ver esa colección de criaturas, preparadas por los mejores taxidermistas del Monte del Castillo.

Inyanna ansiaba visitar el Castillo de lord Malibor, ciertamente, porque la enorme residencia de la Corona era un lugar legendario que aparecía en los sueños de cualquier persona, y ella no podía imaginar algo más maravilloso que ascender a la cima del imponente Monte del Castillo y vagar por el gran edificio de miles de años de antigüedad, explorar sus miles de habitaciones. Lo único que le repugnaba era la obsesión de lord Malibor por la matanza de animales. Cuando el monarca habló de la caza de amorfibotes, ghalvares, sigimoines y estitmoys, y del supremo esfuerzo desarrollado en esas matanzas, Inyanna recordó el Parque de Bestias Fabulosas de Ni-moya, donde gracias a la orden de una Corona más moderada esos mismos animales recibían protección y cuidado. Y esto le trajo a la memoria al sereno y enjuto Sidoun, que tantas veces la había acompañado a ese parque, y que tan dulcemente tocaba el arpa. Inyanna no quería pensar en Sidoun (no debía nada a su amigo, pero sentía por él un culpable afecto) y no deseaba hablar de extrañas criaturas muertas para que sus cabezas adornaran la sala de trofeos de lord Malibor. Pero logró prestar educada atención a los sangrientos relatos de la Corona e incluso hizo algún amable comentario.

Cerca del alba, cuando volvieron por fin a Vista de Nissimorn y se dispusieron a acostarse, Calain habló con Inyanna.

—La Corona planea una cacería de dragones marinos. Busca uno al que llaman dragón de lord Kinniken, y que mide más de cien metros de longitud.

Inyanna, cansada y desanimada, respondió con indiferencia. Al menos los dragones no eran animales raros, ni mucho menos, y no sería motivo de pena que la Corona arponeara unos cuantos.

—¿Habrá espacio en su sala de trofeos para un dragón de ese tamaño?

—Para la cabeza y las alas, sí, supongo. Pero lord Malibor tiene pocas posibilidades de cazarlo. El dragón de Kinniken sólo ha sido visto cuatro veces desde los tiempos de ese monarca, la última hace setenta años. Pero si la Corona no encuentra ése, cazará otro. O se ahogará en el intento.

—¿Existe ese riesgo? Calain asintió.

—La caza de dragones es peligrosa. Sería más prudente no arriesgarse. Pero Malibor ha cazado prácticamente todo lo que se mueve en tierra firme, y ninguna Corona se ha hecho a la mar en un buque dragonero. Así que él no va a desanimarse. Partiremos hacia Piliplok dentro de una semana.

—¿Partiremos?

—Lord Malibor me ha pedido que participe en la cacería. —Sonriendo tristemente, Calain agregó—: En realidad él quería la compañía del duque, pero mi hermano rechazó la invitación alegando obligaciones políticas. Por eso me invitó a mí. No es fácil rehusar tales invitaciones.

—¿Iré contigo? —preguntó Inyanna.

—No lo hemos planeado así.

—Oh —dijo ella, en voz baja. Al cabo de unos instantes preguntó—: ¿Cuánto tiempo estarás fuera?

—Normalmente la cacería dura tres meses. Durante la estación de vientos del sur. Además hay que contar el viaje a Piliplok, el tiempo que se tardará en preparar el barco, y el viaje de regreso… seis o siete meses en total. Volveré en primavera.

—Ah. Comprendo.

Calain se acercó a ella y la abrazó.

—Será la separación más larga que soportaremos, no habrá otra, te lo prometo.

Inyanna sintió el deseo de preguntar, «¿No podrías rehusar de alguna forma?» o, «¿No puedes conseguir que yo te acompañe?». Pero sabía que sería en vano, y que supondría violar la etiqueta respetada por Calain. En consecuencia, no protestó. Abrazó a Calain, y el abrazo duró hasta la salida del sol.

La víspera de la partida hacia el puerto de Piliplok, la base de los barcos dragoneros, Calain llamó a Inyanna al despacho del piso superior de Vista de Nissimorn y le entregó un grueso documento para que lo firmara.

—¿Qué es esto? —preguntó ella, sin coger los papeles.

—Las cláusulas de nuestro matrimonio.

—Es un chiste muy cruel, mi señor.

—No es un chiste, Inyanna . No es un chiste.

—Pero…

—Pensaba discutirlo contigo este invierno, pero surgió el maldito viaje para cazar dragones y no nos queda más tiempo. Por eso he acelerado un poco las cosas. Tú no eres una simple concubina para mí: este documento formaliza nuestro amor.

—¿Acaso nuestro amor necesita formalidades? Calain entrecerró los ojos.

—Voy a partir en una aventura peligrosa y temeraria de la que confío en volver. Pero cuando me halle en el mar mi suerte no dependerá de mí. Como compañera mía no posees derechos legales de herencia. Siendo mi esposa…

Inyanna estaba atónita.

—¡Si el riesgo es tan grande, abandona el viaje, mi señor!

—Sabes que eso es imposible. Debo correr el riesgo. Y quiero asegurar tu futuro. Firma, Inyanna.

Inyanna contempló largo rato el documento, un borrador de numerosas páginas. Sus ojos se negaron a darle una visión correcta y no pudo leer las palabras que cierto amanuense había escrito con elegantísima caligrafía. ¿Esposa de Calain? Casi era monstruoso para ella… era igual que destrozar todos los cánones sociales o ir más allá de cualquier límite. Y sin embargo… sin embargo…

Calain aguardaba. Inyanna no podía negarse.

Por la mañana Calain partió hacia Piliplok con el séquito de la Corona, y durante ese día Inyanna vagó por los pasillos y habitaciones de Vista de Nissimorn, confusa y trastornada. Por la noche, el atento duque la invitó a cenar. La noche siguiente, Durand Livolk y su compañera la llevaron a la Isla de Pidruid, donde acababa de llegar un cargamento de vino de palmera flamígera. Las invitaciones se sucedieron, Inyanna estuvo muy ocupada, y pasaron los meses. El invierno cumplió su primera mitad. Y entonces llegó la noticia de que un enorme dragón marino había atacado el barco de la Corona, dejándolo en el fondo del Mar Interior. Lord Malibor había fallecido en compañía de todos los que navegaban con él, y se había nombrado a un tal Voriax para sucederle. De acuerdo con la voluntad de Calain, su viuda, Inyanna Forlana, era la nueva propietaria de la gran finca denominada Vista de Nissimorn.