—Ten cuidado con los bosques, ojo con los océanos —dijo Voriax—. ¡Cuidado con las tonterías!
—Tú serás rey —dijo Tanunda.
Voriax se quedó sin aliento de repente. El enfado huyó de su cara, y se quedó boquiabierto.
Valentine sonrió y dio unas palmadas en la espalda de su hermano.
—¿Lo ves? ¿Lo ves?
—También tú serás rey —dijo la bruja.
—¿Qué? —Valentine se quedó atónito—. ¿Qué locura es ésta? ¡Tus semillas te engañan!
—Si me engañan, será la primera vez —dijo Tanunda.
La bruja recogió las semillas y se apresuró a tirarlas al arroyo. Después envolvió su cuerpo con las tiras de cuero.
—Un rey y un rey, y yo he gozado de una noche de diversión con ambos, sus futuras majestades. ¿Pasaréis hoy por Ghiseldorn?
—Creo que no —dijo Voriax, sin mirarla.
—En ese caso no volveremos a vernos. ¡Adiós!
Tanunda avanzó con rapidez hacia el bosque. Valentine extendió una mano hacia la mujer, pero no dijo nada, sólo estrujó el aire con sus temblorosos dedos, impotente, y la bruja se perdió entre los árboles. Valentine miró a su hermano, que estaba removiendo coléricamente las ascuas de la hoguera. La alegría del ensueño nocturno se había esfumado.
—Tenías razón —dijo Valentine—. No debimos consentir que jugara a profetisa a expensas de nosotros. ¡Bosques! ¡Océanos! ¡Y esa locura de que ambos seremos reyes!
—¿Qué ha pretendido decir? —preguntó Voriax—. ¿Que compartiremos el trono del mismo modo que hemos compartido su cuerpo esta noche?
—Es imposible —dijo Valentine.
—Jamás ha habido un gobierno compartido en Majipur.¡Es absurdo! ¡Es inconcebible! Si yo llego a ser rey, Valentine, ¿cómo es posible que tú también lo seas?
—No estás escuchándome. Créeme, no prestes atención a ese imposible, hermano. Ella es una mujer salvaje que nos ha ofrecido una noche de placer entre borrachos. Las profecías no son ciertas.
—Ella dijo que yo sería rey.
—Y así será, seguramente. Pero fue una conjetura afortunada.
—¿Y si no es eso? ¿Y si Tanunda es una vidente auténtica?
—¡Entonces tú serás rey!
—¿Y tú? Si ella dijo la verdad en mi caso, tú serás Corona, y es imposible que…
—No —dijo Valentine—. Los profetas acostumbran a expresarse con acertijos y ambigüedades. Hay que aceptar el significado literal de lo que dijo Tanunda. Tú serás Corona, Voriax, todo el mundo lo sabe… y lo que predijo para mí debe tener otro significado, o no tiene ninguno.
—Eso me asusta, Valentine.
—Si vas a ser Corona, no hay nada que temer. ¿Por qué pones esa cara?
—Compartir el trono con un hermano… —Voriax se preocupaba de esa posibilidad como si fuera una muela dolorida, se negaba a olvidarse de ella.
—Es imposible —dijo Valentine. Recogió una prenda del suelo, comprobó que era de Voriax y la echó hacia su hermano—. Ayer oíste lo que dije. Que alguien codicie el trono es algo que supera mi comprensión. Puedes estar seguro de que no soy una amenaza para ti en cuanto al trono se refiere. —Estrechó la muñeca de su hermano—. ¡Voriax, Voriax, tienes un aspecto tan terrible!… ¿Te van a afectar las palabras de una bruja del bosque? Te lo juro: cuando seas Corona, yo seré tu siervo, nunca tu rival. Lo juro por nuestra madre, que será la Dama de la Isla. Y te aseguro que no hay que tomar en serio lo que ha ocurrido esta noche.
—Quizá no —dijo Voriax.
—Seguro que no —dijo Valentine—. ¿Nos vamos de aquí, hermano?
—Ella hace buen uso de su cuerpo, ¿no estás de acuerdo? Voriax se echó a reír.
—Es cierto. Me entristece un poco pensar que nunca volveré a verla. Pero no, no pienso seguir preocupándome de sus lunáticas predicciones, por más prodigiosos que sean los movimientos de sus caderas. Estoy harto de ella, y creo que de este lugar. ¿Nos desviamos de Ghiseldorn?
—Me parece bien —dijo Valentine—. ¿Qué ciudades de la orilla del Glayge hay cerca de aquí?
—Jerrik es la próxima, con muchos vroones. También está Mitripond, y un lugar llamado Gayles. Opino que deberíamos buscar alojamiento en Jerrik y divertirnos jugando durante algunos días.
—A Jerrik, pues.
—Sí, a Jerrik. Y no me hables más del trono, Valentine.
—Ni una palabra, lo prometo. —Valentine se echó a reír y abrazó a Voriax—. ¡Hermano! Varias veces en el transcurso del viaje pensé que te había perdido por completo, pero veo que todo va bien, que he vuelto a encontrarte.
—Nunca hemos estado alejados —dijo Voriax—, ni un instante. Vamos, recoge tus cosas y… ¡rumbo a Jerrik!
Nunca volvieron a hablar de la noche que pasaron con la bruja y de las predicciones de ésta. Cinco años más tarde, tras el fallecimiento de lord Malibor mientras cazaba dragones, Voriax fue elegido Corona, para sorpresa de nadie, y Valentine fue el primero en arrodillarse y rendir homenaje a su hermano. En esa época Valentine había olvidado la problemática profecía de Tanunda, aunque no el sabor de sus besos y el tacto de su carne. ¿Ambos reyes? ¿Cómo era posible tal cosa, si sólo podía existir una Corona en un momento dado? Valentine se alegró de la suerte de su hermano, lord Voriax, y no se arrepintió de ser quien era. Y cuando comprendió el significado real de la profecía (que él no iba a gobernar conjuntamente con Voriax, sino que sería el sucesor de su hermano, pese a que en la historia de Majipur nunca se había dado el caso de que un hermano sucediera a otro hermano) le fue imposible abrazar a Voriax y confirmarle su cariño, porque Voriax había desaparecido para siempre, abatido por una flecha perdida en el bosque. Valentine había perdido a su hermano cuando, solo y perplejo, subió los escalones del Trono de Confalume.
EPILOGO
Esos momentos finales, ese epílogo que algún amanuense añadió al registro del alma del joven Valentine, dejan perplejo a Hissune. Permanece inmóvil largo tiempo. Luego se levanta como un sonámbulo y abandona el cubículo. Imágenes de aquella noche de locura en el bosque dan vueltas en su aturdida cabeza: los hermanos rivales, la bruja de brillantes ojos, los cuerpos desnudos y entrelazados, la profecía… ¡Sí, dos reyes! ¡E Hissune los ha espiado en el momento más delicado de sus vidas! Se siente avergonzado, rara emoción para él. Quizás ha llegado el momento de unas vacaciones, de olvidar el Registro de Almas, piensa Hissune: la potencia de esas experiencias es abrumadora algunas veces, y es posible que le hagan falta unos meses de recuperación. Le tiemblan las manos cuando cruza el umbral.
Uno de los funcionarios habituales del registro le dejó pasar una hora antes, un hombre rollizo de penetrante mirada llamado Penagorn, y ese hombre continúa sentado ante su escritorio. Pero hay otra persona cerca de él, un individuo alto que luce el uniforme verde y oro del personal de la Corona y que examina gravemente a Hissune.
—¿Podría ver tu identificación? —le dice.
Ha llegado el temido momento. Le han descubierto, saben que ha usado los archivos sin autorización… y van a detenerle. Hissune ofrece su tarjeta de identificación. Seguramente deben conocer sus ilegales intrusiones desde hace tiempo, pero han aguardado a que cometiera la suprema atrocidad, la reproducción de la grabación de la Corona. Esa grabación debe llevar una alarma, piensa Hissune, que llama en silencio a los siervos de la Corona, y ahora…
—Tú eres el joven que buscamos —dice el hombre vestido de verde y oro—. Acompáñame, por favor.
Hissune obedece sin rechistar. Salen de la Casa de los Archivos, cruzan la gran plaza hasta llegar a la entrada de los niveles inferiores del Laberinto, pasan un control, entran en un vehículo flotante y… descienden, descienden hacia misteriosos dominios jamás visitados por Hissune. Él no mueve ni un dedo, está paralizado. El mundo entero se apoya sobre este lugar; innumerables estratos del Laberinto ascienden en espiral por encima de la cabeza de Hissune. ¿Dónde deben estar? ¿En la Sala de los Tronos, donde los ministros principales gobiernan el mundo? Hissune no se atreve a preguntarlo, y su escolta no dice una sola palabra. Cruzan acceso tras acceso, pasadizo tras pasadizo. Luego el coche flotante se detiene. Aparecen seis personas más con el uniforme del personal de lord Valentine. Llevan a Hissune a una habitación brillantemente iluminada y permanecen al lado del joven.