Thesme acompañó a pasear al gayrog varias veces al día. Vismaan todavía no podía usar la pierna lesionada, pero ganó agilidad sin ella, y dijo que la hinchazón menguaba y que el hueso estaba soldándose correctamente. Empezó a referirse a la granja que pensaba construir, a las cosechas, a los métodos para despejar la jungla.
Una tarde, al final de la primera semana, Thesme regresó a la choza después de una expedición para recoger calimbotes en el prado donde había encontrado al gayrog, y se detuvo para examinar las trampas. Casi todas estaban vacías o contenían los acostumbrados animalillos. Pero había una extraña, violenta agitación en la maleza al otro lado de la laguna, y cuando se acercó a la trampa que había dispuesto allí vio que había capturado un bilantún. Era la bestia de mayor tamaño que había cazado. Los bilantunes se encontraban en todas las regiones de Zimroel occidental —animalillos de movimientos rápidos y elegantes con afiladas pezuñas, frágiles patas y minúscula cola adornada con un penacho y vuelta hacia arriba— pero la variedad de Narabal era gigante, dos veces mayor que la delicada especie del norte. Uno de estos animales llegaba a la cadera de un hombre, y eran muy apreciados por su carne tierna y fragante. El primer impulso de Thesme fue dejar libre al bonito animaclass="underline" era demasiado hermoso para matarlo, y además excesivamente corpulento. Thesme se había acostumbrado a sacrificar animalillos que pudiera coger con su mano, pero este caso era totalmente distinto. Se trataba de un animal de gran tamaño, de aspecto inteligente y noble, con una vida que seguramente debía valorar, con esperanzas, necesidades y anhelos, tal vez con alguna compañera que le aguardaba en las cercanías. Thesme se dijo que era una estúpida. También droles, mintunos y sigimoines estaban ansiosos de seguir viviendo, tan ansiosos como ese bilantún, y ella los mataba sin vacilar. Era erróneo tener ideas románticas con los animales y ella lo sabía… en especial cuando en sus días más civilizados había mostrado tanta satisfacción en comer esa carne, si bien la matanza la hacían otras manos. Y entonces no le había importado la desolada pareja del bilantún.
Al acercarse vio que el bilantún, aterrorizado, se había roto una de sus delicadas patas, y durante un instante Thesme pensó en entablillarla y conservar al animal como mascota. Pero esta idea aún era más absurda. No podía adoptar cualquier lisiado que la jungla le ofreciera. El bilantún no estaría calmado el tiempo suficiente para que ella examinara la pata. Y si algún milagro le permitía curar el miembro herido, el animal seguramente huiría en cuanto tuviera oportunidad de hacerlo. Tras respirar profundamente, Thesme se aproximó a la forcejeante criatura, la cogió por el blando hocico y partió el largo y gracioso cuello.
La tarea del despedazamiento fue sangrienta y más difícil de lo que esperaba Thesme. Estuvo preparándolo durante un tiempo que creyó eran varias horas, hasta que Vismaan la llamó desde la choza para saber qué estaba haciendo.
—¡Preparando la cena! —respondió Thesme—. Una sorpresa. Un gran convite: ¡bilantún asado!
Thesme contuvo la risa. Me parezco tanto a una esposa, pensó mientras continuaba agachada, con sangre por todo su desnudo cuerpo, arrancando trozos de carne y costillas, mientras una criatura extraña que semejaba un reptil yacía en la cama a la espera de la cena.
Pero finalmente la desagradable tarea estuvo terminada y Thesme puso la carne sobre una humeante hoguera, tal como se suponía debía hacer, y se lavó en la laguna. Después recogió zokas, hirvió raíces de gumba y abrió las últimas botellas de vino de Narabal. La cena estuvo lista al llegar la noche, y Thesme sintió inmenso orgullo por lo que había hecho.
Esperaba que Vismaan engullera la cena sin comentarios, con su acostumbrada flema, pero no fue así: Thesme creyó detectar por primera vez un rasgo de animación en el semblante del gayrog, un nuevo brillo en los ojos, quizá, una forma distinta de mover la lengua. Decidió que podía mejorar en la interpretación de las expresiones de su huésped. Vismaan comió entusiasmado el bilantún asado, alabó el aroma y textura de la carne y pidió más veces. Y Thesme comió tanto como éclass="underline" engulló la carne hasta hartarse y siguió comiendo mucho más allá de la saciedad, pensando que lo que no comiera ahora se estropearía antes de la mañana.
—La carne armoniza muy bien con las zokas —dijo mientras se metía en la boca otra baya blancoazulada.
—Sí. Más, por favor.
El gayrog devoró tranquilamente todo lo que ella le puso delante. Finalmente Thesme no pudo comer más, ni siquiera fue capaz de observar a su huésped. Puso el resto de la cena al alcance de Vismaan, bebió un último trago de vino, tembló ligeramente y se echó a reír mientras unas gotas resbalaban por su barbilla y por sus pechos. Se tendió en las hojas de burbujabustos. La cabeza le dio vueltas. Se puso boca abajo, agarrada al suelo, escuchando el sonido de los mordiscos y mascaduras que seguían y seguían y seguían a poca distancia. Después incluso el gayrog dio por terminado el festín, y todo quedó en silencio. Thesme aguardó el sueño, pero el sueño no llegó. Fue mareándose cada vez más, hasta que temió que estuvieran lanzándola en un terrible arco centrífugo a un lado de la choza. Le ardía la piel, notaba la cabeza y el cuello doloridos. He bebido demasiado, pensó, y he comido demasiadas zokas. Con semillas incluidas, lo peor, y al menos una docena de bayas. El ardiente jugo de la fruta recorría alocadamente su cerebro en esos momentos.
No quería dormir sola, acurrucada de ese modo en el suelo.
Thesme se puso de rodillas con exagerado cuidado, se estabilizó y se arrastró lentamente hacia la cama. Miró al gayrog, pero su visión era confusa y sólo distinguió un irregular perfil.
—¿Está dormido? —musitó.
—Ya sabe que no puedo estar dormido.
—Claro. Claro. Qué tonta soy.
—¿Algo va mal, Thesme?
—¿Mal? No, de verdad que no. Nada va mal. Pero… es sólo que… —Vaciló—. Estoy borracha, ¿sabe? ¿Entiende el significado de estar borracho?
—Sí.
—No me gusta estar en el suelo. ¿Puedo echarme al lado de usted?
—Si lo desea…
—Tendré mucho cuidado. No quiero darle un golpe en la pierna mala. Dígame cuál es.
—Casi está curada, Thesme. No se preocupe. Vamos, acuéstese.
Thesme notó que la mano de Vismaan asía su muñeca y tiraba de ella hacia arriba. Flotó, y cayó sin esfuerzo al lado del gayrog. Sintió la extraña piel, parecida a un caparazón, apretada a su cuerpo, desde el pecho hasta la cadera, muy fría, muy escamosa, muy lisa. Tímidamente, Thesme pasó la mano por el cuerpo de Vismaan. Igual que un elegante objeto para guardar el equipaje, pensó Thesme mientras hundía un poco las yemas de los dedos y tanteaba los potentes músculos ocultos bajo la rígida superficie. El olor de Vismaan cambió, se hizo más picante, más penetrante.
—Me gusta su olor —murmuró.
Enterró la frente en el pecho del gayrog y se abrazó con fuerza a él. No había estado acompañada en la cama desde hacía muchos meses, casi un año, y le agradó sentir tan cerca a Vismaan. Aunque sea un gayrog, pensó. Aunque sea un gayrog. Basta con este contacto, esta cercanía. Se está tan bien…
Vismaan la tocó.
Thesme no esperaba eso. La naturaleza de su relación mutua consistía simplemente en que ella le cuidaba y él aceptaba esta atención de un modo pasivo. Pero de pronto la mano de Vismaan —una mano fría, llena de rebordes, escamosa, lisa— estaba recorriendo su cuerpo. La mano rozó sus pechos, siguió deslizándose por su barriga, se detuvo en los muslos. ¿Qué ocurría? ¿Acaso Vismaan estaba haciendo el amor con ella? Thesme pensó en el cuerpo asexuado del gayrog, un cuerpo semejante a una máquina. Vismaan continuó acariciándola. Qué extraño, pensó ella. Extraño incluso para Thesme, se dijo. Una cosa extremadamente extraña. Él no es un hombre. Y yo…