Выбрать главу

Se quedó pasmado.

—¿De verdad?

Le conté todo lo que sabía. Se quedó pensativo.

—¿Y éste, Isa, por qué no se va? —dijo por fin, al borde de la cólera.

No sabía qué decirle.

—Está ahi, en la habitación —dijo—, con Javer. Se pasan el día haciendo girar el globo con el dedo.

Subimos. La puerta del cuarto de Isa estaba entornada. Entramos, Ilir primero, yo detrás. Hicieron como si no nos hubieran visto. Isa estaba sentado en una silla, con la barbilla apoyada en un puño. Parecía muy disgustado.

—Ellos lo saben mejor —dijo Javer—. Si nos ordenan que nos quedemos aquí, esto significa que debemos quedarnos.

Isa callaba.

—El frente está en todas partes —dijo Javer poco después—. Quizás éste sea el puesto más difícil.

Nuevamente silencio. Nosotros dos aguardábamos en pie. Siguieron aparentando no vernos. Ilir dijo de pronto:

—¿Por qué vosotros dos no vais a la guerrilla?

Javer volvió la cabeza. Isa se quedó helado, pero sólo por un instante. Se puso en pie bruscamente, se volvió y le dio un bofetón a su hermano.

Mi amigo se llevó la mano a la cara. Sus ojos lanzaban chispas, pero no lloró. Nos fuimos apesadumbrados. Bajamos las escaleras en silencio y salimos al patio. Sobre nuestras cabezas estaban las ventanas de su habitación. Alzamos los ojos con cólera. Nos pusimos a gritar a grandes voces:

—¡Abajo los traidores!

—¡Abajo el fratricidio!

Arriba sonó una puerta. Nos lanzamos corriendo hacia el portón y salimos a la calle.

Cuando volví a casa, la abuela mayor ya se había ido.

Se siguió hablando durante aquellos días de los que se iban a la guerrilla. Cada mañana, las mujeres abrían los postigos de las ventanas y se daban las nuevas noticias unas a otras.

—Se ha ido el otro nieto de Bido Sherif.

—¿Ah, sí? Y de la hija de Kokobobo, ¿has oído algo?

—Dicen que también se ha ido.

—Se rumorea que la ha matado la gente de Isa Toska.

—No sé nada de eso. Avdo Babaramo no ha vuelto aún. Anda buscando el cuerpo de su pobre hijo, pero no consigue dar con él.

—¡Pobre viejo, por los caminos, con este invierno!

La abuela, doña Pino y la mujer de Bido Sherif tomaban café en el diván cuando sonó la puerta. Para sorpresa de todas entró la señora Majnur.

—¿Cómo estáis, queridas, qué tal os va? Me dije: voy a hacerles una visita. No os he visto durante los bombardeos.

—¡Adelante, señora Majnur, bienvenida! —dijo mamá.

La señora Majnur se sentó sobre un cojín, junto a la abuela.

—He oído hablar de lo que os ha sucedido —dijo balanceando la cabeza—. ¿Cómo es posible toda esta maldad, querida Selfixe, cómo es posible?

—Para soportar todos los males estamos.hechos.

—Así es, Selfixe, así es.

Cuando mamá salió a hacer café, los ojos de vidrio de la señora Majnur la siguieron hasta la puerta.

—Las perras se van a la montaña, se van —dijo entre dientes.

Nadie respondió.

Mamá trajo el café.

—Dicen que allá en las montañas los chicos y las chicas hacen el amor —siguió diciendo la señora Majnur—. Espera y verás cuando vengan con los bebés en brazos.

La cara de mamá se descompuso. La de la señora Majnur se tornó brutal. Un diente de oro en la parte derecha de la boca parecía sonreír por todos.

—Pero ahora las van a coger a todas —prosiguió—. No tienen dónde ir. Se han quedado sin qué comer y sin qué ponerse, en medio del invierno y de los lobos. Además dicen que muchas de ellas no pueden moverse, claro…, preñadas…

—No hables así, Majnur —dijo la abuela—. No digas pecados.

Mamá volvió la cabeza para que no le vieran las lágrimas y se fue a la otra habitación.

Se hizo un silencio inquietante.

—Tus palabras han sido duras —dijo la abuela.

Los ojos de vidrio de la señora Majnur se esforzaron por sonreír, pero en ese momento la mujer de Bido Sherif se levantó ruidosamente del diván.

—¡Bruja! —dijo y se fue con mamá a la otra habitación.

—¡Es la hecatombe! —exclamó doña Pino, sin dirigirse a nadie.

La señora Majnur se levantó ofendida. La abuela permaneció inmóvil. Miraba hacia afuera, a la tierra desolada por el invierno.

Se reúnen los chiquillos y las chiquillas. Cantan en los desvanes canciones prohibidas. Van a destruir el viejo mundo, dicen, van a construir un mundo nuevo.

—¿Un mundo nuevo? ¿Y cómo es ese mundo nuevo?

—Ellos sabrán, querida Xiko, ellos sabrán. Pero escucha, acerca el oído. Dicen que para construir ese mundo nuevo se va a derramar sangre.

—Esto me lo creo. Un puente nuevo, cuando se construye, exige un sacrificio, cuando no todo un mundo.

—Un gran sacrificio.

—¡Qué cosas me dices, Dios mío, qué cosas me dices!

FRAGMENTO DE CRÓNICA

…según el boletín n° 1187. Innumerables soldados y tanques rusos son aniquilados por el mortífero fuego alemán. Batallas de proporciones apocalípticas. Sólo el ejército alemán y el italiano podrían superar este invierno, que no tiene parangón desde hace ciento cuarenta años, ha declarado Mussolinni. Timoxenko, ensangrentado, recorre la estepa rusa convertida en degolladero. Tribunales. Audiencia. Propiedad. Los Karllashe aportan nuevos hechos. Cuchillas Gillette. Marca garantizada. No le producirán ningún corte. Se prohibe la celebración de reuniones en las calles, plazas o domicilios particulares. Se prohibe temporalmente la celebración de ceremonias matrimoniales y funerales. El comandante, Bruno Archivocale. Direcciones de las comadronas de…

XV

Sobre los restos de uno de los muros de las ruinas había un papel pegado. Solíamos jugar en aquellas ruinas. Tendidas en su desgracia, eran generosas con nosotros. Tomábamos de ellas lo que quisiéramos, arrancábamos fragmentos de muro, movíamos las piedras de un lado a otro y sin embargo su aspecto general no cambiaba. Después de haber soportado las llamas que las habían transformado en lo que eran: unas ruinas, y que sin embargo antes habían sido una casa, ahora eran del todo imperturbables y capaces de sufrirlo todo. Unos cuantos hierros sobresaliendo de los restos de un muro parecían los dedos de una mano rígida. Precisamente junto a aquellos hierros estaba pegado el cartel. Dos hombres viejos se habían detenido y lo leían. Ilir y yo nos acercamos. El anuncio estaba escrito a máquina y en dos lenguas: albanés e italiano:

«Se busca al peligroso comunista Enver Hoxa. Es un hombre de unos treinta años. Alto. Lleva gafas de sol. Recompensa para el informador: 15.000 lekes. Para quien lo capture: 30.000 lekes. El comandante de la ciudad, Bruno Archivocale».

Ilir me tiró de la manga.

—Estas ruinas eran su casa —me dijo al oído.

—¿De Enver Hoxa?

—Sí.

—¿Cómo lo sabes?

—Papá se lo dijo un día a Isa.

—¿Y dónde está ahora Enver Hoxa?

—Lejos, allá en Tirana.

Solté un silbido de asombro.

—¿Hasta Tirana se ha ido?

—Así es.

—¿Está muy lejos Tirana?

—Muy lejos. A lo mejor, cuando seamos viejos, vamos nosotros también.

Se detuvo otro hombre ante el cartel. Nos fuimos.

En casa estaban Xexo y doña Pino. Tomaban café con la abuela. Xexo dio la vuelta a la taza cuidadosamente.

—Ha aparecido ahora una guerra nueva —dijo—. No soy capaz de decir cómo la llaman: guerra con clases o guerra de clases. Esta guerra es algo muy raro, querida Selfixe. Es distinta de las demás. En esta guerra el hermano mata al hermano y el hijo al padre. En su misma casa, en la misma mesa. Lo mira un instante a los ojos y después: «Tú no eres mi padre», le dice y bang, le dispara en mitad de la frente.