– ¿Preparado?
– No me lo cortes demasiado -le advirtió Yngvar atándose una toalla en torno al cuello-. Que no me rapes, quiero decir. Quisiera tener algo de pelo, vamos.
– Que sí. Siéntate.
Cuando la maquinilla se abrió camino entre la maraña de la nuca se sintió como una oveja. La vibración le resonaba en el cráneo.
– Me hace cosquillas en las orejas -sonrió cepillándose el pelo caído sobre el pecho.
– Estate quieto, Yngvar.
– De verdad que este asesino tiene mucha suerte -dijo él, pensativo-. Si realmente quien se sirve de la lista de noruegos famosos es un solo hombre, entonces o lo ha planeado muy bien o ha tenido una suerte increíble.
– No necesariamente -dijo Inger Johanne pasando la maquinilla con mano firme por la sien izquierda de Yngvar.
– Sí -dijo él con decisión-, ha vuelto a entrar y salir del sitio sin que nadie le viera. Eso parece, y hemos tenido a treinta hombres de Asker y Baerum implicados en una exhaustiva acción de puerta en puerta. Hay muchas huellas en el lugar de los hechos, y la verdad es que son lo suficientemente buenas como para proporcionarnos una imagen considerablemente completa de cómo transcurrieron los minutos previos a que se llevara a cabo el crimen. El asesino estuvo esperando en el bosque, dejó que Vegard Krogh pasara por el sendero, lo siguió y consiguió que se diera la vuelta para luego golpearlo hasta que lo derribó. Pero no hay nada… -La maquinilla le cortó la piel-. ¡Ay! ¡Ten cuidado! ¡Y te he dicho que no me quiero rapar!
– Vas a quedar muy bien. ¿Qué ibas a decir?
– Pero, de todos modos, por ahora, no tenemos nada. No hay huellas orgánicas. Por el peso y el tamaño, es difícil decir algo aparte de que el hombre no es de lo más ligero que hay en el mercado. Tiene suerte.
Ella apagó la maquinilla. Se quedó un rato de pie detrás de él, pensativa, como sin enfocar en nada. Dijo:
– La verdad es que no le hace falta suerte. La pericia y el esmero le bastan. Todas las víctimas eran personajes públicos, más o menos, y es sorprendente que…
Se hizo el silencio. Las dos niñas dormían profundamente. Los vecinos de abajo se habían acostado. No se oía un ruido ni en la calle ni en el jardín. No había gatos. No había coches ni jóvenes borrachos con ganas de seguir la fiesta. La casa estaba en silencio; la ampliación del edificio por fin se había asentado y ya no se quejaba por las noches. Incluso Jack dormía profunda y silenciosamente.
– Hoy he estado en casa de Line -dijo por fin Inger Johanne-. Este ordenador nuestro es un desastre y ella tiene banda ancha. Me llevó sólo unos minutos averiguar que estas víctimas, estas… -Dejó a un lado la maquinilla de cortar pelo y se sentó en cuclillas ante él-. Estos personajes públicos son verdaderamente públicos -dijo apoyando los codos contra sus rodillas-. ¡De verdad! Curiosamente no habían tocado la página web de Vibeke Heinerback desde que ocurrió el asesinato, es…
– La familia habrá tenido otras cosas en que pensar.
– No pretendo criticar -dijo ella rápidamente-. La cosa es que la despedida de soltero del cuñado…
– El futuro cuñado.-aclaró Yngvar.
– No me interrumpas. Se mencionaba la despedida de soltero en su página web, con un vínculo a la página de Trond. ¡En la que se le ofrecía al lector un programa detallado! Cualquiera podía, por tanto, deducir que lo más probable era que Vibeke volviera sola a casa aquella noche. Que se acostaba temprano era cosa conocida, porque montaba un número con ese tema en todas las entrevistas.
– No sé muy bien adonde quieres llegar, querida. Debo de tener un aspecto muy raro en la cabeza.
– Vas a quedar muy bien. -Se volvió a situar detrás de él y puso en marcha la maquinilla-. Fiona Helle también era generosa a la hora de compartir su vida privada. Le había anunciado a todo el mundo que pasaba los martes por la noche sola. Vegard Krogh llevaba un blog, una de esas cosas increíblemente egocéntricas en las que el dueño evidentemente se cree de enorme interés para todo el mundo. Ayer les contó a sus lectores que iba a tener que cenar con su madre porque le debía dinero. De verdad que ese tipo insoportable era un redomado…
– ¿Qué estás haciendo? -dijo Yngvar desembarazándose con un berrido mitigado-. ¡Que no me lo rapes te he dicho!
– ¡Huy! -exclamó Inger Johanne-. Un poco corto quizás. Espera un momento. -Le pasó diligentemente la maquinilla un par de veces de la nuca a la frente-. Así -dijo escéptica-. Por lo menos ahora ha quedado homogéneo. ¿No podríamos pensar que es un corte de verano?
– ¿En febrero? Déjame ver.
Ella le pasó el espejo con gesto reluctante.
– Parezco un pan -se quejó Yngvar-. ¡Mi cabeza parece la parte de arriba de un pan enorme! ¡Te pedí que no me lo cortaras todo!
– No te lo he cortado todo -dijo ella-. Estás estupendo. Pero ahora tenemos que concentrarnos.
– ¡Me parezco a Kojak! -exclamó él, casi desesperado.
– ¿Crees que mienten mucho? -preguntó ella intentando reunir el pelo sobre el recogedor.
– ¿Quiénes? -murmuró Yngvar.
– Los famosos.
– ¿Mentir?
– Sí. Cuando los entrevistan -quiso saber Inger Johanne.
– No sé…
– He visto que algunos lo reconocen. O que presumen de ello, depende de cómo lo mires. Si es verdad, lo entiendo. Crean una vida de mentira en la que puede participar todo el mundo, mientras que se guardan la verdadera realidad para sí mismos -concluyó ella.
– Pero si acabas de decir que ponían toda su vida en la red.
– Parte de su vida. Las cosas poco peligrosas. Eso hace que la mentira sea más efectiva, supongo. No sé. Quizás estoy diciendo tonterías, Yngvar.
Inger Johanne metió el pelo en una bolsa de plástico, la cerró bien y la dejó caer en el cubo de basura. Yngvar seguía sentado en silencio sobre la banqueta, con la toalla en torno al cuello. El espejo estaba boca abajo sobre el suelo. De un corte justo detrás de la oreja brotaba una línea de sangre. Inger Johanne humedeció uno de los trapos sucios de eructar de Ragnhild y lo presionó contra la herida.
– Lo siento -susurró-. Tendría que haberme concentrado más.
– ¿Qué quieres decir con eso de que no necesita suerte? -preguntó Yngvar-. Con eso de que el asesino no necesariamente tiene estrella.
– Un asesinato sencillo y limpio no precisa demasiada planificación -dijo ella-. A no ser que seas uno de los que obviamente van a caer bajo sospecha, claro. Si quisiera quitarle la vida a alguien que todo el mundo supiera que tengo buenas razones para querer mal, tendría que pensármelo muy bien. Conseguir una coartada, por ejemplo. Ése es el mayor reto.
– Un gran reto -asintió Yngvar-. Por eso son pocos los que los consiguen.
– Justo. Piensa en un atraco a un banco… ¡Ahí sí que estamos hablando de planificación! El dinero está mucho mejor protegido que las personas. Un buen atraco depende de las averiguaciones previas y de una logística minuciosamente preparada. Pericia punta. Armas modernas y todo tipo de equipos avanzados. Pero nosotros, las personas, somos tan… -puso las manos sobre el cráneo de su marido; el pelo le pinchaba agradablemente las palmas de las manos- vulnerables. Una fina capa de piel. Y por dentro somos tan vulnerables. Un golpetazo en la cabeza, una puñalada en el sitio adecuado. Un empujón por unas escaleras. En realidad es raro que no ocurra con mas frecuencia.
– Joder, utilizas unas metáforas muy lúgubres para ser una mujer de buen corazón que acaba de tener una criatura -dijo levantándose-. ¿Me estás diciendo esto en serio?
– Sí. Ya lo dije el otro el día. Cuando estuvo Sigmund. Lo terrorífico es el asesino sin motivos. Si no se lo coge con las manos en la masa, o es anormalmente torpe, se libra.
– Mira, la verdad es que no estoy nada de acuerdo en todo esto -dijo Yngvar, y se puso a escupir pelo mientras intentaba rascarse la espalda-. Los asesinatos también necesitan planificación. Conocimientos.