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– Sí -dijo Martin con un nudo cada vez más grande en el estómago. Sin embargo, no había vuelta atrás. Mejor acabar cuanto antes.

– ¿Lars? -Hanna puso el bolso en el suelo, colgó la cazadora y dejó los zapatos en el armario zapatero. Nadie respondió-. ¿Hola? ¿Lars? ¿Estás en casa? -Notó que la preocupación empezaba a empañar su voz-. ¿Lars? -Fue llamándolo por toda la casa. Todo estaba en calma. Las partículas de polvo revoloteaban a su paso y se veían claramente a la luz primaveral que se filtraba por las ventanas. El propietario no se había esforzado mucho en dejarla limpia antes de alquilarla, pero ella no se sentía con ánimo de ponerse manos a la obra nada más llegar. La inquietud que sentía neutralizaba todo lo demás-. ¡LARS! -gritó, ya en voz alta, aunque sin oír nada más que su propia voz, que rebotó contra las paredes.

Hanna continuó su recorrido por la casa. No había nadie en la planta baja, de modo que subió aprisa las escaleras hacia el primer piso. La puerta del dormitorio estaba cerrada. La abrió despacio.

– ¿Lars? -dijo suavemente. Lo encontró tumbado en la cama, de costado y de espaldas a ella. Se había tumbado sobre la colcha y estaba vestido, pero, por lo pausado de la respiración, Hanna dedujo que dormía. Con mucho cuidado, se tumbó a su lado, pegada a él y en la misma postura. Se quedó unos minutos escuchando su respiración y notó que el ritmo la adormecía. El sueño se llevó su preocupación.

– ¡ Vaya mierda de sitio! -exclamó Uffe al tiempo que se dejaba caer en una de las camas que había preparadas en el espacioso local.

– Pues yo creo que va ser divertido -dijo Barbie dando saltitos sentada en su cama.

– ¿Acaso he dicho yo que no vaya a ser divertido? -se burló Uffe-. He dicho que esto es un agujero de mierda, pero nosotros vamos a animarlo, ¿a que sí? No hay más que ver los recursos que han puesto a nuestra disposición -dijo incorporándose y señalando el bar bien repleto-. ¿Qué decís? ¿Empezamos la fiesta?

– ¡Síí! -corearon todos, menos Jonna. Nadie miró las cámaras que zumbaban a su alrededor. Estaban demasiado habituados como para cometer ese tipo de fallos de principiante.

– Pues vamos, joder, ¡salud! -gritó Uffe, antes de empezar a beber cerveza directamente de la botella.

– ¡Salud! -respondieron los demás alzando sus botellas. Todos menos Jonna, que se quedó en la cama mirando a los otros cinco, sin moverse.

– Y a ti ¿qué coño te pasa? ¿Es que no somos lo bastante buenos para que bebas con nosotros?

Todas las miradas se volvieron expectantes hacia Jonna. Todos eran muy conscientes de que un conflicto suponía un buen programa y nada les interesaba tanto como hacer de Fucking Tanum un buen programa.

– Es que ahora no tengo ganas -respondió Jonna evitando la mirada de Uffe.

– Es que ahora no tengo ganas -la imitó Uffe con voz aflautada. Miró a su alrededor, para asegurarse de que contaba con el apoyo de los demás y, al ver la expectación en sus caras, continuó-: ¡Qué coño! ¿Es que eres abstemia o qué? Creía que estábamos aquí para hacer de esto una ¡FIESTA! -exclamó antes de alzar la botella y dar otro par de tragos.

– No es abstemia -se atrevió a decir Barbie, que calló enseguida ante la mirada de reprobación de Uffe.

– ¡Bah, dejadme en paz! -soltó Jonna bajándose de la cama-. Voy a dar una vuelta -dijo al tiempo que se ponía un chaquetón amorfo de estilo militar que tenía colgado en la silla.

– Sí, lárgate -le gritó Uffe-. ¡Perdedora de mierda! -Se carcajeó ruidosamente y abrió otra cerveza. Luego, miró a su alrededor-. ¿Qué coño hacéis ahí mirando? Es el momento de la gran ¡FIESTA! ¡Salud!

Tras unos segundos de silencio, empezaron a difundirse por el local unas risas nerviosas. Luego, también los demás alzaron sus botellas y se entregaron a la nebulosa del alcohol. Las cámaras no dejaban de filmar con su zumbido incesante, acentuando la embriaguez de los chicos. Ser visto era muy agradable.

– Papá, ¡que están llamando a la puerta! -Sofie vociferó antes de volver a su conversación telefónica. Exhaló un suspiro-. Mi padre es tan lento. Jo, no soporto esto. No veo la hora de volver con mi madre y con Kerstin. Una mierda tener que estar aquí justo cuando están filmando Fucking Tanum. Los colegas iban a verlos y yo me lo pierdo todo. ¡Tenía que pasarme a mí, mierda! -se lamentó-. ¡Papá! ¡Que ABRAS la puerta! ¡Están llamando! -volvió a gritar-. Ya te digo, soy demasiado mayor para andar de una casa a otra en plan hija de padres separados. Pero siguen sin llevarse bien, así que ninguno me hace el menor caso. ¡Qué infantiles son!

El timbre de la puerta atravesó atronador el piso una vez más y Sofie se levantó bruscamente.

– ¡Vale, jo, abriré YO! -gritó antes de volver al auricular en voz más baja-. Oye, luego te llamo. Mi padre estará con los cascos puestos, escuchando esa música de baile repugnante que le gusta. Un besito, guapa.

Con otro suspiro, se dirigió a la puerta.

– ¡SI! Ya va. -Abrió la puerta enojada, pero se apaciguó al ver a los dos desconocidos vestidos de uniforme.

– Hola…

– ¿Te llamas Sofie?

– Sí… -La joven rebuscaba febrilmente en su memoria, preguntándose qué habría hecho para que la policía fuese a buscarla. No atinaba a imaginar qué sería. Bueno, sí, se había tomado varias cervezas con alcohol en el último baile del instituto y se había subido varias veces en la moto de Olle, que está tuneada, pero le costaba creer que la policía se molestase por esas naderías.

– ¿Está tu padre? -preguntó el policía de más edad.

– Pues… sí -respondió Sofie vacilante, con un montón de especulaciones rondándole por la cabeza. ¿Qué puñetas habría techo su padre?

– Nos gustaría hablar con los dos -añadió el pelirrojo, el policía algo más joven. Sofie no pudo por menos de reparar en el lecho de que no estaba nada mal. Claro que el de más edad tampoco. Pero era tan mayor. Un vejestorio, vamos. Seguro que tenía treinta y cinco, como mínimo.

– Entren -les dijo haciéndose a un lado para que pasaran. Mientras se quitaban los zapatos, ella se encaminó a la sala de estar. Y, tal como se figuraba, hallí estaba su padre con los cascos encajados en las orejas. Seguro que estaba escuchando algo espantoso de Wizex, o de Vikingarna, o de Thorleifs, o algo parecido. Le indicó, gesticulando, que se quitase los auriculares. Su padre los separó un poco de las orejas y la miró inquisitivo.

– Papá, hay unos polis que quieren hablar con nosotros.

– ¿Policías? Pero… ¿de qué? ¿Cómo? -Sofie comprendió que también la mente de su padre empezaba a pensar en lo que podría haber hecho ella para que la policía se presentase en casa. Sofie se le adelantó-. Yo no he hecho nada. Honest. Te lo juro.

El padre la miró suspicaz y se quitó los auriculares, se levantó del sillón y se dirigió al vestíbulo dispuesto a averiguar lo que casaba. Sofie iba pisándole los talones.

– ¿Qué ocurre? -preguntó Ola Kaspersen con una expresión de temor ante la posibilidad de recibir una respuesta nada halagüeña. Su acento revelaba su origen norteño, pero tan leve que Patrik supuso que llevaba muchos años fuera de su región natal.

– ¿Podemos entrar? Por cierto, yo soy Patrik Hedström y éste es mi colega, Martin Molin.

– Ajá, vale -respondió Ola estrechándoles la mano a ambos, aún vacilante e inquisitivo-. Sí, claro, pasen y nos sentamos -dijo indicándoles el camino a la cocina, como hacían nueve de cada diez personas. Por alguna razón, la cocina se presentaba siempre como el lugar más seguro de la casa cuando se recibía la visita de la policía-. Bueno, ¿en qué podemos ayudarles?

Ola se había sentado al lado de Sofie, enfrente de los dos policías, y se puso a ordenar los flecos del mantel. Sofie lo miró irritada. ¡Ni siquiera en un momento así podía estarse quieto y dejarse de tanto colocar!