– Pero, por favor, Erica, ¡si sólo faltan seis semanas! ¿Qué vestido vas a llevar? ¿Y los niños? ¿Y el ramo? ¿Habéis hablado del menú con el hotel? ¿Y habéis reservado habitación para los invitados de fuera? Y la distribución de las mesas, ¿la tenéis pensada?
Erica alzó una mano entre risas. Maja los observaba satisfecha desde su trona, ignorante del origen de tanta alegría repentina.
– Tranquila, tranquila… Si sigues así, terminaré por lamentar que Dan te haya sacado de la cama -dijo con una sonrisa y guiñando un ojo, para que no cupiese duda de que estaba bromeando.
– Vale, vale -respondió Anna-. No diré una palabra más. Bueno, sí, sólo una: ¿tenéis preparada una orquesta o algo así?
– No, no y mil veces no. Ésa es la respuesta a todas tus preguntas, lo siento -suspiró Erica-. No he tenido tiempo… -explicó.
Anna adoptó enseguida una expresión grave.
– No has tenido tiempo porque has cargado con la responsabilidad de tres niños. Perdóname, Erica, los últimos meses no deben de haber sido fáciles para ti. Quisiera haber… -Se interrumpió y Erica vio que se le llenaban los ojos de lágrimas.
– Sssss, no pasa nada. Adrian y Emma se han portado divinamente y pasan el día en la guardería, así que tampoco ha sido para tanto. Pero echan de menos a su madre.
Anna exhibió una sonrisa empañada de tristeza. Dan flirteaba con Maja, intentando mantenerse al margen de la conversación. Era cosa de Erica y Anna.
– ¡Dios! ¡La guardería! -exclamó Erica dando un salto de la silla con la vista en el gran reloj de la cocina-. Llego tarde, tengo que ir a buscarlos. Ewa se pondrá hecha una furia si no me doy prisa.
– Hoy voy a buscarlos yo -dijo Anna poniéndose de pie-. Si me dejas las llaves del coche, salgo ahora mismo.
– ¿Estás segura? -preguntó Erica mirándola a los ojos.
– Sí, totalmente segura. Tú has ido a buscarlos todos estos días. Hoy iré yo.
– Se van a poner tan contentos… -dijo Erica volviendo a sentarse.
– Sí, seguro que sí -convino Anna con una sonrisa al tiempo que cogía las llaves del coche que estaban en la encimera. Ya en el vestíbulo, se dio media vuelta.
– Dan… ¡Gracias! Necesitaba ese paseo. Y me ha sentado de maravilla poder hablar.
– Anda ya, si me lo he pasado muy bien -respondió Dan-. Igual podemos repetir mañana, si el tiempo lo permite. Trabajo hasta las tres, así que, ¿qué te parece una hora de caminata, antes de recoger a los niños?
– ¡Fenomenal! Pero ahora tengo que irme volando. De lo contrario, Ewa se pondrá hecha una furia, ¿no es lo que has dicho, Erica? -dijo Anna con una última sonrisa antes de marcharse.
Erica se volvió hacia Dan.
– ¿Qué demonios habéis hecho en el paseo? ¿Habéis fumado maría o qué?
Dan se echó a reír.
– Qué va, nada de eso. Anna necesitaba hablar con alguien, nada más. Tuve la sensación de haberle quitado un tapón. Cuando empezó, no había manera de detenerla.
– Yo llevo varios meses intentando hablar con ella -se lamentó Erica, que no pudo evitar sentirse un tanto herida.
– Erica, ya sabes cómo son las cosas entre vosotras dos -le dijo Dan intentando tranquilizarla-. Tenéis bastantes trapos sucios pendientes, quizá por eso a Anna no le resulte tan fácil hablar contigo. Vuestra relación es demasiado íntima, para bien y para mal. Sin embargo, cuando íbamos caminando, me dijo que sentía una gratitud infinita por la ayuda que tú y Patrik le estáis prestando y, ante todo, por lo bien que os habéis portado con los niños.
– ¿Eso te ha dicho? -preguntó Erica en un tono que desvelaba su ansia de reconocimiento. Estaba tan acostumbrada a hacerse cargo de Anna y lo hacía tan de buen grado… Pero, por egoísta que sonara, quería que su hermana lo admitiese y lo apreciase.
– Sí, eso me ha dicho -reiteró Dan y posó su mano sobre la de Erica, en un gesto cálido y familiar-. Pero, oye, lo de la boda sonaba un tanto preocupante -prosiguió Dan-. ¿Os dará tiempo de atarlo todo en seis semanas? Bueno, ya me dirás si necesitas que te ayude con algo -dijo mientras le hacía muecas a Maja, que hipaba de risa.
– ¿Y qué ibas a poder hacer tú? -resopló Erica al tiempo que servía un poco más de café-. ¿Elegir el vestido de novia?
Dan rompió a reír.
– Sí, seguro que elegía uno precioso. No, claro, pero sí puedo ofrecerte cama para algunos invitados, si es necesario. Tengo sitio de sobra.
Dan se puso serio enseguida. Erica sabía perfectamente por qué.
– Oye, todo se arreglará -le dijo-. Mejorarán las cosas, ya verás.
– ¿Tú crees? -preguntó apesadumbrado antes de tomar un sorbo de café-. ¡Qué coño sabemos! Las echo tanto de menos que creo que me voy a romper por dentro.
– ¿A quién echas de menos? ¿A las niñas? ¿O a Pernilla y a las niñas?
– No lo sé. A todas. Pero ya he aceptado que Pernilla seguirá adelante sola. Me mata no poder ver a las niñas todos los días. No poder estar con ellas cuando se despiertan, cuando se van al colegio, no poder cenar con ellas por la noche mientras me cuentan cómo les ha ido. Y todo eso. En lugar de pasarme las semanas en una mierda de casa vacía. Quise conservarla para que no perdieran también el hogar de su infancia, pero ahora no sé si podré seguir pagándola. Lo más probable es que tenga que venderla dentro de seis meses.
– Créeme, yo he vivido lo mismo y he pasado por ahí -dijo Erica, aludiendo a lo cerca que estuvo Lucas de vender la casa en la que ahora vivían, el hogar de su infancia y la de Anna.
– Es que no sé qué hacer con mi vida -confesó Dan mesándose el corto cabello rubio.
– Vaya, no sonáis muy alegres vosotros dos, ¿no? -vino a interrumpirlos la voz de Patrik desde la puerta.
– Estábamos hablando de lo que va a hacer Dan con la casa -respondió Erica levantándose para ir a besar a su futuro esposo. Maja también se había dado cuenta de que el hombre de su vida acababa de entrar por la puerta y estalló en un frenético manoteo para hacerse notar.
Dan la miró y abrió los brazos con dramatismo:
– ¿Cómo? Yo creía que había algo serio entre tú y yo, y resulta que le sonríes al primer tipo que aparece por la puerta. ¡Qué juventud! Son incapaces de reconocer la calidad cuando la ven.
– Hola, Dan -dijo Patrik entre risas dándole una palmadita en la espalda, antes de coger a Maja-. Sí, verás, yo creo que para esta jovencita papá está el primero de la lista. -Besó a Maja y frotó la barba contra el cuello de la pequeña, que rió con una mezcla de molestia y entusiasmo.
– Por cierto, Erica, ¿no tendrías que ir a por los niños a la guardería? -preguntó.
Erica hizo una pausa de efecto, antes de explicar con una amplia sonrisa:
– Ha ido a recogerlos Anna.
– ¿Qué me dices? ¿Anna ha ido a por los niños? -Patrik los miraba atónito pero encantado.
– Sí, aquí el héroe se la llevó de paseo y luego se fumaron un porro de maría y…
– ¡Qué mentirosa eres! Anda, calla ya -rió Dan volviéndose a Patrik-. Resulta que Erica me llamó esta mañana y me preguntó si no podría intentar convencer a Anna para que saliera un rato, a fin de animarla un poco. Y bueno, Anna vino conmigo y dimos un largo y agradable paseo, que le ha sentado muy bien, por lo visto.
– Pues sí, eso parece -corroboró Erica y despeinó a Dan con gesto amistoso-. ¿Y si te quedas un rato al resplandor de la admiración general y cenas con nosotros?
– Depende. ¿Qué hay de cenar?
– Menudo caprichoso estás tú hecho -rió Erica-. Bueno, anda. Pollo guisado con aguacate y arroz de jazmín.
– Vale, me parece aceptable.
– Qué descanso ver que podemos satisfacer tu elevado estándar, mister gourmet.
– Bueno, eso ya lo veremos cuando lo haya probado.
– Anda, cállate ya -le dijo Erica al tiempo que se levantaba para preparar la cena.