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– ¡Estás de broma! Joder, esa tasa de alcohol mataría a un caballo.

– Exacto. Según Pedersen, debió de beberse toda la botella de vodka en un tiempo récord.

– Ya, y sus familiares dicen que no probaba el alcohol.

– Justamente. Tampoco había en el cadáver indicios de que fuese consumidora de alcohol, lo que seguramente implica que no había desarrollado la menor tolerancia a su consumo, de modo que, según Pedersen, su reacción a la sobredosis debió de ser inmediata.

– O sea, que se pilló una buena curda, por alguna razón. Es muy trágico, pero, por desgracia, son cosas que pasan -observó Martin, algo desconcertado por la evidente preocupación de Patrik.

– Sí, eso parece. Pero resulta que Pedersen encontró una cosa que lo complica todo ligeramente. -Patrik cruzó las piernas y hojeó el informe en busca del párrafo en cuestión-. Aquí está. Intentaré traducirlo al lenguaje del profano, Pedersen lo escribe todo siempre de un modo tan hermético… Bueno, pues dice que Marit tenía un moratón extraño alrededor de la boca. Además, había indicios de lesiones en la boca y en la faringe.

– ¿O sea? ¿Qué quieres decir?

– No lo sé -admitió Patrik con un suspiro-. No es suficiente para que Pedersen se pronuncie de forma definitiva. No puede afirmar con total seguridad que no se metiera entre pecho y espalda la botella entera, y que luego muriera de intoxicación etílica y se saliera de la carretera.

– Pero se supone que estaría aturdida por completo mucho antes. ¿Tenemos algún informe de conducción anormal en la noche del domingo?

– No, o al menos yo no lo he encontrado. Lo que hace que todo esto resulte un tanto extraño. Por otro lado, a esa hora no había mucho tráfico, así que quizá, sencillamente, tuvieron la suerte de no cruzarse con ella -dijo Patrik pensativo-. Pero Pedersen no encuentra explicación a las heridas encontradas en el interior y alrededor de la boca, de modo que considero que hay motivos para estudiar esto más de cerca. Puede que sea un caso normal y corriente de conducción bajo los efectos del alcohol, pero puede que no. ¿Qué opinas tú?

Martin reflexionó un instante.

– Sí, bueno, tú has tenido tus objeciones desde el principio. ¿Crees que Mellberg lo aceptará?

Patrik se quedó mirándolo sin decir nada y Martin se echó a reír.

– Todo depende de cómo se le exponga el asunto, ¿no?

– Desde luego que sí, todo depende de cómo se le exponga el asunto.

Patrik se rió también y se puso de pie. Luego volvió a adoptar una expresión grave.

– ¿Crees que estoy cometiendo un error? ¿Que estoy haciendo una montaña de un grano de arena? Lo cierto es que Pedersen no encontró nada concreto que indicase que no fue un accidente. Pero, al mismo tiempo -dijo blandiendo el informe de la autopsia-, hay algo aquí que dispara una alarma en mi interior, aunque yo sea incapaz de… -Se pasó la mano por el pelo con desesperación.

– Hagamos lo siguiente -propuso Martin-. Empezaremos a preguntar aquí y allá e intentaremos recabar más información, a ver adonde nos conduce. Quizá así descubras a qué se debe el avispero que te zumba en la cabeza.

– Sí, tienes razón -admitió Patrik-. Mira, primero voy a hablar con Mellberg, pero sí, eso haremos, volveremos a interrogar a la pareja de Marit.

– Me parece bien -convino Martin reanudando su trabajo con los informes-. Pasa a buscarme cuando hayas terminado con Mellberg.

– Vale.

Patrik ya se marchaba cuando Martin lo llamó.

– Oye -dijo un tanto inseguro-. Llevo un tiempo pensando en preguntarte… ¿Cómo van las cosas por casa, con lo de tu cuñada y todo eso?

Patrik sonrió desde el umbral.

– Pues, la verdad, empezamos a recobrar la esperanza. Anna parece haber iniciado el ascenso desde el más profundo abismo. En buena medida, gracias a Dan.

– ¿A Dan? -preguntó Martin sorprendido-. ¿El Dan de Erica?

– Excuse me, ¿cómo que el Dan de Erica? Que sepas que en la actualidad es nuestro Dan.

– Sí, sí -rió Martin-. Bueno, pues vuestro Dan, pero ¿qué tiene que ver él con el asunto?

– Pues verás, el lunes pasado, Erica tuvo la brillante idea de pedirle que viniese a casa y hablase con Anna. Y funcionó. Y desde entonces, se ven, conversan y dan largos paseos, y parece que era exactamente lo que Anna necesitaba. En un par de días, se ha convertido en una persona completamente distinta. Los niños están encantados.

– ¡Qué bien!

– Sí, nos alegramos muchísimo -dijo Patrik antes de dar una palmada en el dintel-. Oye, me voy a ver a Mellberg a ver si acabo con él cuanto antes. Luego seguimos hablando.

– De acuerdo -respondió Martin. Enseguida intentó centrarse de nuevo en los informes. Ésa era la otra parte de su profesión de la que le habría gustado librarse.

Los días se le hacían eternos. Se sentía como si el viernes y, con él, la cita para cenar, no fuese a llegar jamás. O bueno, la cita… Le resultaba extraño pensar en esos términos a su edad. En cualquier caso, sí que cenarían juntos. Cuando llamó a Rose-Marie, no tenía ningún plan, de modo que se sorprendió infinitamente cuando se oyó a sí mismo enunciar la propuesta de una cena en el restaurante Gestgifveriet. Y aún más iba a sorprenderse su cartera. Sencillamente, Mellberg no comprendía qué le estaba pasando. Para empezar, no era lógico que se le hubiese ocurrido siquiera la idea de ir a comer a un lugar tan caro como el restaurante Gestgifveriet de Tanum, y mucho menos comprometerse a pagar por dos, no, eso no era propio de él en absoluto. Y aun así, por sorprendente que pudiera parecer, el proyectado dispendio no lo alteraba demasiado. A decir verdad, debía admitir que incluso anhelaba que llegase el momento de poder invitar a Rose-Marie a una cena lujosa de verdad y ver su cara al otro lado de la mesa bajo el resplandor de las velas mientras les servían todo tipo de exquisiteces.

Mellberg meneó la cabeza contrariado con tal vehemencia que el nido de pelo postizo se le escurrió hacia la oreja. Desde luego, no se comprendía a sí mismo. ¿Estaría enfermo? Se colocó de nuevo el peluquín sobre la calva y se tocó la frente con la mano, pero no, no había indicios de fiebre. En cualquier caso, aquello era preocupante, se sentía extraño. ¿Le ayudaría un aporte adicional de glucosa?

Su mano iba ya camino de las bolas de coco que guardaba en el último cajón cuando oyó unos golpecitos en la puerta.

– ¿Sí? -preguntó irritado.

Patrik se asomó a la puerta.

– Perdón, ¿molesto?

– No, qué va -mintió Mellberg exhalando para sí un suspiro tras una última mirada añorante al cajón-. Entra.

Aguardó hasta que Patrik se hubo sentado. Como de costumbre, Mellberg experimentó una mezcla de sentimientos encontrados ante aquel comisario demasiado joven a sus ojos. En realidad, prefería no tomar nota de que, de hecho, Patrik rondaba ya los cuarenta años. En su favor contaba el hecho de la sensatez con que había actuado en las investigaciones de asesinato llevadas a cabo durante los últimos años. Su excelente trabajo había proporcionado a Mellberg metros y metros de columnas en la prensa. En su contra, en cambio, figuraba el hecho de que Mellberg tuviese siempre la sensación de que Patrik se consideraba superior a él. No era una actitud expresa, pues Patrik se comportaba con el respeto que se exigía a un subordinado; era más bien una sensación personal. En fin, mientras Hedström hiciera su trabajo tan bien que Mellberg quedase ante los medios de comunicación como el jefe competente que de hecho era, lo toleraría. Pero sin dejar de observarlo, desde luego.

– Pues, verás, ya tenemos el informe forense del accidente del lunes pasado.

– ¿Ajá? -respondió Mellberg con tedio manifiesto. Los accidentes de tráfico eran un incidente rutinario.

– Pues sí… Y parece que hay algún que otro aspecto poco claro.