– Verás, te lo voy a explicar -le dijo Hanna quitándole el ratón de las manos. Su compañera fue avanzando hasta el lugar adecuado, hizo unas maniobras en el ordenador y… la bola salió disparada y cayó en el green en una posición perfecta para que él pudiera meterla en el hoyo al siguiente golpe.
– ¡Guau! ¿Eso era lo que había que hacer? ¡Gracias! -Gösta estaba impresionado. Hacía muchos años que sus ojos no tenían aquel brillo.
– Pues sí. Pero no vayas a creer que esto es un juego de niños -respondió Hanna entre risas mientras apartaba la silla y se alejaba un poco de la del colega.
– ¿Tu marido y tú jugáis al golf? -preguntó Gösta con renovado entusiasmo-. Porque, en ese caso, quizá podríamos jugar alguna partida algo más adelante.
– No, por desgracia, no jugamos -admitió Hanna con una expresión de disculpa que le resultó simpática.
En opinión de Gösta, el hecho de que el golf no le gustase a todo el mundo en la misma medida que a él constituía uno de los grandes misterios de la vida.
– Hemos pensado en empezar a jugar, sólo que no encontramos el momento -añadió Hanna encogiéndose de hombros.
A Gösta le agradaba cada vez más su nueva colega. Y no podía por menos de admitir que, como Mellberg, también había visto con cierto escepticismo que la nueva colega fuese del sexo contrario. Había algo en la combinación de pechos y uniforme policial que le resultaba…, bueno, un tanto extraño, como mínimo. Pero Hanna Kruse desterró todos sus prejuicios. Parecía lista, y Gösta esperaba que Mellberg también lo advirtiese y no le hiciese la vida demasiado imposible.
– ¿A qué se dedica tu marido? -preguntó Gösta con curiosidad-. ¿Ha conseguido encontrar trabajo aquí?
– Sí y no -respondió Hanna al tiempo que retiraba una pelusa invisible de la camisa del uniforme-. La verdad es que al menos ha tenido la suerte de encontrar un trabajo temporal. Luego ya veremos qué pasa.
Gösta enarcó una ceja con gesto inquisitivo. Hanna se echó a reír.
– Sí, bueno, es que es psicólogo. Y va a trabajar con los participantes del programa mientras se está grabando. O sea, en el programa Fucking Tanum.
Gösta meneó la cabeza.
– Uno ya es demasiado viejo para comprender cuál podría ser la utilidad de semejante espectáculo. Cabalgar bajo la manta y andar haciendo eses y hacer el ridículo delante de toda Suecia. Y, además, de forma voluntaria. No, yo esas cosas no las entiendo. En mi época, uno encontraba un buen entretenimiento en el programa Hylands hörna [2] y en las representaciones teatrales de Nils Poppe. Un poco más decente, por así decirlo.
– ¿Nils qué? -preguntó Hanna.
Gösta dejó escapar un suspiro y, con cara de abatimiento, le explicó:
– Nils Poppe. Dirigía representaciones teatrales de verano que… -. Al ver que Hanna se reía, guardó silencio.
– Gösta… Sé quién es Nils Poppe. Y Lennart Hyland. No tienes que sentirte tan ofendido.
– Vaya, oye, qué graciosa -dijo Gösta-. De repente me he sentido como si tuviera cien años. Una pura reliquia.
– Gösta, tú estás tan lejos de ser una reliquia como pueda uno imaginarse -aseguró Hanna-. Sigue jugando ahora que sabes cómo pasar el quinto. Creo que puedes concederte un rato de tranquilidad.
Gösta le dedicó una sonrisa cálida y llena de gratitud. ¡Qué mujer! Acto seguido, pasó a intentar dominar el hoyo seis. Un par de hoyos o tres. Eso no era nada.
– Erica, ¿has hablado del menú con el hotel? ¿Cuándo iremos a probarlo?
Arma se balanceaba con Maja en el regazo y miró apremiante a Erica.
– ¡Mierda! Se me ha olvidado -confesó Erica con una palmada en la frente.
– ¿Y el vestido? ¿O es que has pensado casarte en chándal? Y Patrik, con el traje de la graduación del instituto, ¿no? En ese caso, habría que ponerle unos añadidos en los costados. Y una goma elástica entre los botones y los ojales de la chaqueta. -Anna soltó una carcajada.
– Ja, ja, muy graciosa-respondió Erica, incapaz, pese a todo, de no alegrarse al ver a su hermana bromeando. Anna parecía otra persona. Hablaba, reía, comía con apetito y, bueno, hasta se metía con su hermana mayor-. Sí, ya lo sé, lo que no sé es de dónde sacar tiempo para hacer todo eso.
– Oye, tienes delante a la canguro número uno de Fjällbacka. Quiero decir que Emma y Adrian pasan las mañanas en la guardería y yo puedo quedarme con esta señorita, así que aprovecha.
– Vaya… Tienes razón -admitió Erica sintiéndose un tanto ridícula-. La verdad, no había pensado que… -Erica guardó silencio.
– No tienes por qué sentirte ridícula. Lo entiendo. Durante un tiempo no has podido contar conmigo, pero ahora he vuelto al partido. El balón está en el campo. He dejado de martirizarme.
– Bueno, sé de una persona que, últimamente, ha pasado demasiado tiempo con Dan, tengo entendido -observó Erica entre risas, y se dio cuenta de que Anna esperaba que hiciera un comentario al respecto. También ella había andado algo crispada los últimos meses, estresada y nerviosa, y ahora pensó que podría empezar a relajarse… de no ser por el hecho de que, con creciente horror, veía acercarse la fecha de la boda. Ya sólo faltaban seis semanas. Y ella y Patrik llevaban un retraso tremendo con la planificación.
– Hagamos una cosa -propuso Anna dejando a Maja en el suelo-. Escribiremos una lista de lo que hay que hacer. Y luego nos repartimos las tareas entre tú, Patrik y yo. Quizá Kristina también pueda echar una mano, ¿no?
Anna miraba a Erica inquisitiva, pero, al ver la expresión de horror de su hermana, añadió:
– O no, mejor no.
– No, ¡por Dios! Dejemos a mi suegra al margen, en la medida de lo posible. Si ella pudiera intervenir, organizaría esta boda como si fuera su fiesta particular. Si supieras la de sugerencias con las que ya nos ha venido «con la mejor de las intenciones», como se empeña en añadir siempre. ¿Sabes lo que dijo cuando le contamos lo de la boda?
– No, cuenta -respondió Anna llena de curiosidad.
– Ni siquiera empezó diciendo «¡Qué bien! ¡Enhorabuena!», ni nada parecido, sino que nos soltó cinco razones por las que este matrimonio era un error.
– ¡Maravilloso! -rió Anna-. Típico de Kristina. Y dime, ¿cuáles eran esas razones?
Erica se acercó a coger a Maja que, muy decidida, había empezado a trepar por la escalera. Aún no habían comprado una barrera.
– Pues verás. En primer lugar, era demasiado pronto celebrar la boda para Pentecostés. Según ella, necesitaríamos un año por lo menos para prepararla. Además, no le gusta que queramos tener una ceremonia discreta, con un máximo de sesenta invitados, porque entonces no podrían venir ni la tía Agda, ni la tía Berta, ni la tía Rut, o como se llamen todas ellas. Y ten en cuenta que no son tías de Patrik, sino tías de Kristina… a las que Patrik vio una vez cuando tenía cinco años, o algo así.
Anna reía de tan buena gana que le dolía la barriga. Maja las miraba alternativamente, como preguntándose qué sería aquello tan divertido que tanto las hacía reír. Y, seguramente, eso era lo que estaba pensando la pequeña. Pero luego pareció considerar que el motivo no era tan importante y se echó a reír ella también con todas sus ganas.
– Bueno, llevas dos razones. ¿Qué más? -preguntó Anna.
– Sí, luego empezó a discutir la distribución de las mesas y a preocuparse por si íbamos a sentar a Bittan muy cerca de nuestro sitio, porque Bittan, decía, no podía estar de ninguna manera en la mesa presidencial. De hecho, no veía la necesidad de que la invitásemos porque, después de todo, los padres de Patrik son ella y Lars, y los conocidos ocasionales no deberían tener prioridad en una lista de invitados tan reducida.