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Anna reía tumbada en el suelo. Sin resuello y entre hipidos, le dijo:

– ¿Con lo de «conocidos ocasionales» se refería a la pareja que Lars ha tenido desde hace más de veinte años?

– Exacto -respondió Erica, secándose las lágrimas, porque lloraba de risa-. La queja número cuatro era que yo me negaba a llevar su vestido de novia.

– Pero ¿habíais mencionado antes su vestido de novia? -La interrumpió Anna, que la miraba con los ojos como platos.

– Ni siquiera llegamos a hablar de su vestido… Pero lo vi en las fotografías de la boda de Lars y Kristina y, teniendo en cuenta que es un vestido de los años sesenta, que parece tejido a ganchillo y que termina justo debajo del trasero, ya podía haberse imaginado que no me interesaría llevarlo. Tan poco como Patrik querría dejarse las pobladas patillas y la abundante barba que su padre luce en la misma foto.

– Esa mujer está como una cabra -sentenció Anna, que ya había pasado de la risa a la estupefacción.

– Y… la razón número cinco, tararará tara… -intervino Erica imitando un toque de trompeta-. La número cinco es que exigía que su sobrino, el primo de Patrik, se encargase de amenizar la fiesta.

– ¿Ajá? Y ¿cuál es el problema? -preguntó Anna un tanto sorprendida.

Erica hizo una pausa teatral, antes de explicar:

– Su sobrino toca la nyckelharpa [3].

– ¡Anda ya! Estás de broma -respondió Anna, un tanto aterrada-. No hablarás en serio, ¿verdad? -Volvió a reír-. ¡Dios santo, me lo imagino! Una gran boda con todas las tías de Kristina apoyadas en sus andadores, tú con un vestido minifaldero de ganchillo, Patrik con patillas largas y el traje de su graduación y, lo último, aunque no menos importante, la nyckelharpa, instrumento imprescindible en cualquier fiesta. ¡Dios, qué guay! Pagaría cualquier cosa por presenciarlo.

– Sí, tú ríete -la recriminó Erica con una sonrisa-. Pero, tal y como están las cosas, no habrá boda, con el retraso que llevamos con los preparativos.

– Pues nada -replicó Anna resuelta mientras se sentaba a la mesa, lápiz y papel en mano-. Hagamos una lista ahora mismo, y nos ponemos manos a la obra. Y que no se crea Patrik que va a librarse. Tú no eres la única que se casa, ¿no? Os casáis los dos.

– Sí, claro, nos casamos los dos -respondió Erica, un tanto escéptica, pues no creía fácil sacar a Patrik de la confusión de que, en los preparativos de aquella boda, Erica era tanto directora de proyecto como soldado de a pie. De hecho, Patrik parecía creer que, una vez se hubo declarado, habían concluido sus obligaciones de tipo práctico y que, a partir de ahí, lo único que le quedaba por hacer era no llegar tarde a la iglesia.

– Veamos: buscar un grupo que toque en la fiesta. Esto… será cosa de Patrik -aseguró Anna encantada. Erica enarcó una ceja con expresión incrédula. Anna no se dejó distraer por ello y continuó con su lista.

– Buscar un frac para el novio. Esto… lo hará Patrik -Anna estaba muy concentrada en su tarea, y Erica, encantada de no tener que llevar las riendas por una vez.

– Pedir hora para la degustación del menú… lo hará Patrik.

– Oye, no creo que funcione… -comenzó Erica, pero Anna fingió no oírla siquiera.

– El vestido de novia… Sí, bueno, esto es cosa tuya, Erica, en lo del vestido has de poner algo de tu parte. ¿Qué te parece si mañana nos vamos las tres a Uddevalla, a ver qué tienen?

– Sí… -respondió Erica vacilante. Lo último que le apetecía en aquellos momentos era ir a probarse ropa. Los kilos de más que había acumulado durante el embarazo de Maja seguían ahí como una montaña inamovible, junto con los otros kilos que había ido añadiendo durante los últimos meses, pues, debido al estrés, no había tenido tiempo de reparar siquiera en lo que comía. Se detuvo mientras se llevaba a la boca el bollo que tenía en la mano y volvió a dejarlo en el plato. Anna dejó la lista y la miró.

– ¿Sabes? Si dejas de comer hidratos de carbono desde hoy hasta el día de la boda, perderás los kilos a toda velocidad.

– Anda ya, yo nunca he perdido kilos a ninguna velocidad digna de mención -respondió Erica con amargura. Una cosa era pensar una misma que le sobraban unos kilos y otra muy distinta que alguien te lo dijera. Pero, claro, Anna tenía razón. Algo debía hacer si quería verse guapa el día de su boda-. Vale, lo intentaremos -dijo a regañadientes-. Nada de bollos ni galletas ni golosinas, me olvidaré del pan y de la pasta de harina blanca y de todas esas cosas.

– Muy bien, pero, en cualquier caso, has de ir a buscar un vestido ya. Luego, si es necesario, pueden meterle un poco las costuras.

– Me lo creeré cuando lo vea -replicó Erica con voz apagada-. Pero tienes razón, podemos ir a Uddevalla mañana, en cuanto hayamos dejado a Emma y a Adrian en la guardería. Y ya veremos. Si no, tendré que casarme en chándal -dijo observándose con pesadumbre-. Bien, ¿y qué más? -preguntó suspirando y señalando con la cabeza la lista de Anna que, entusiasmada, seguía anotando y distribuyendo tareas a diestro y siniestro. Erica experimentó de pronto un cansancio indecible. Aquello no saldría bien, de ninguna manera.

Cruzaron la calle sin prisa. Hacía tan sólo cuatro días que Patrik y Martin recorrieron el mismo camino y no estaban muy seguros de lo que iban a encontrarse. Hacía cuatro días que Kerstin conocía la noticia de la muerte de su pareja. Cuatro días eternos, seguramente.

Patrik le dirigió a Martin una mirada inquisitiva antes de llamar al timbre. Como si se hubieran puesto de acuerdo, ambos exhalaron un hondo suspiro con el que dejaron escapar parte de la tensión acumulada. En cierto modo, consideraban que era muy egoísta sentirse atormentado por visitar a personas que habían perdido a un ser querido; que era puro egoísmo sentir el menor malestar, cuando para ellos era mucho más fácil que para quienes se hallaban en pleno luto por la pérdida de un familiar. Claro que el malestar se debía a su miedo a decir una inconveniencia, a dar un mal paso que empeorase la situación, pese a que la lógica les decía que nada de lo que ellos pudiesen hacer agravaría un dolor que siempre resultaba invicto, imposible de asimilar.

Oyeron unos pasos acercándose por el pasillo y, al cabo de un instante, se abrió la puerta, pero al otro lado no estaba Kerstin, tal y como esperaban, sino Sofie.

– Hola -les dijo la muchacha con un hilo de voz y con la cara marcada por el llanto de varios días. La joven no se movió, de modo que Patrik se aclaró la garganta para tomar la palabra.

– Hola, Sofie. -Guardó silencio un instante, pero añadió enseguida-: Supongo que te acordarás de nosotros, Patrik Hedström y Martin Molin. -Miró a Martin y volvió a dirigirse a Sofie-. ¿Está en casa… Kerstin? Tendríamos que hablar con ella unos minutos.

Sofie se hizo a un lado, entró en el piso y llamó a Kerstin mientras Patrik y Martin aguardaban en el vestíbulo.

– ¡Kerstin! Ha venido la policía. Quieren hablar contigo.

Kerstin salió de una de las habitaciones. También ella tenía la cara hinchada y roja de tanto llorar. Se quedó en silencio a unos metros de donde se encontraban ellos y ni Patrik ni Martin sabían cómo abordar el tema. Finalmente, la mujer les dijo:

– ¿Quieren entrar?

Ambos asintieron, se quitaron los zapatos y la siguieron hasta la cocina. Sofie parecía querer acompañarlos, pero quizá Kerstin intuyó que el tema que iban a tratar no era apropiado para ella, porque le hizo un gesto disuasorio y casi imperceptible. Sofie pareció dispuesta a ignorarlo, pero luego se encogió de hombros, se metió en su cuarto y cerró la puerta. Ya se lo harían saber en su momento; ahora Patrik y Martin querían hablar a solas con Kerstin.

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[3] Nyckelharpa (plural nyckelharpor) es un instrumento de cuerda originario de la región sueca de Uppland, al norte de Estocolmo. La primera referencia que existe de dicho instrumento data de 1350. Se asemeja a la vihuela española y una de sus variantes modernas más conocida, adaptada a la escala cromática, cuenta con 16 cuerdas y 37 teclas. (N. de la T.)