Patrik fue derecho al grano y comenzó en cuanto se hubieron sentado.
– Verá, hemos encontrado una serie de… anomalías en torno al accidente de Marit.
– ¿Anomalías? -repitió Kerstin mirando sin comprender a Patrik y a Martin alternativamente.
– Sí… -continuó Martin-. Existen ciertas… lesiones que probablemente no puedan atribuirse al accidente.
– ¿Probablemente? -volvió a repetir Kerstin-. ¿No lo saben?
– No, aún no estamos seguros -confesó Patrik-. Sabremos más cuando el forense haya enviado el informe definitivo, pero por ahora tenemos los interrogantes suficientes como para hacerle algunas preguntas más. Queremos saber si existe algún motivo para creer que alguien hubiese querido hacerle daño a Marit.
Patrik vio que Kerstin se estremecía. Más que verlo, sintió que una idea cruzaba por su cabeza, una idea que la mujer desechó enseguida. Pero precisamente aquella idea era la que él debía abordar.
– Si sabe de alguien que pudiera querer causarle daño a Marit, debe contárnoslo. Al menos, para que podamos excluir a la persona en cuestión como sospechosa.
Patrik y Martin la observaban tensos. La mujer parecía estar debatiéndose en su interior y ambos guardaron silencio para darle tiempo a formular su respuesta.
– Bueno, durante un tiempo, recibimos unas cartas -respondió despacio y a disgusto.
– ¿Cartas? -preguntó Martin lleno de curiosidad.
– Pues sí… -Kerstin hacía girar el anillo de oro que llevaba en el anular izquierdo-. Nos pasamos cuatro años recibiendo cartas.
– ¿Cuál era el contenido de esas cartas?
– Amenazas, comentarios sucios, cosas sobre nuestra relación.
– Es decir, las remitía alguien que aludía a… -Patrik dudaba preguntándose en qué términos formular la pregunta-… a la naturaleza de la relación que ustedes mantenían.
– Sí -respondió Kerstin incómoda-. Alguien que sabía o sospechaba que éramos algo más que amigas y que… -Ahora le tocó a ella el turno de vacilar y de elegir los términos-… que lo «desaprobaba» -añadió al cabo.
– ¿En qué consistían las amenazas? ¿Eran graves? -Martin iba anotando cuanto decían. Verdaderamente, aquello no contradecía los indicios que
indicaban que la muerte de Marit no había sido un accidente.
– Sí, eran muy graves. Decían que la gente como nosotras era repugnante, que éramos repugnantes para la naturaleza. Que la gente como nosotras merecía morir.
– ¿Con qué frecuencia las recibían?
Kerstin hizo memoria. Seguía nerviosa, dándole vueltas al anillo una y otra vez.
– Puede que unas tres o cuatro al año. Unos años más, otros menos. No parecían seguir un patrón. Era más bien como si a la persona en cuestión le diera un arrebato de pronto, no sé si me entienden.
– ¿Por qué no lo denunciaron nunca a la policía? -preguntó Martin levantando la vista del bloc de notas. Kerstin exhibió media sonrisa.
– Marit se negaba. Temía que eso empeorase las cosas. Que se armaría un gran escándalo y que nuestra… relación se haría pública.
– ¿Y ella no quería? -preguntó Patrik justo antes de recordar que eso fue lo que, según les contó Kerstin, había provocado la disputa que hizo que Marit saliese aquella noche. La noche en la que nunca regresó.
– No, no quería -repitió Kerstin en tono monocorde-. Pero guardamos las cartas. Por si acaso. -Kerstin se levantó.
Patrik y Martin se miraron atónitos. Ni siquiera se les había ocurrido preguntárselo. Era más de lo que jamás se habrían atrevido a esperar. Quizá pudiesen encontrar pruebas físicas que los condujesen al remitente de aquellas misivas.
Kerstin volvió con un grueso fajo de cartas protegidas por una bolsa de plástico. Las esparció sobre la mesa, delante de Patrik y Martin. Temeroso de destruir las pruebas, más de lo que ya lo habían hecho las manos del cartero y de Kerstin y Marit, Patrik las empujó cuidadoso con un lápiz. Las cartas seguían en los sobres y, al pensar que quizá hallasen una prueba definitiva en el ADN de la saliva con la que el remitente pegó los sellos, sintió que se le aceleraba aún más el corazón.
– ¿Podemos llevárnoslas? -preguntó Martin, también esperanzado al ver las cartas.
– Sí, claro, llévenselas -asintió Kerstin en tono cansino-. Llévenselas y quémenlas después.
– Pero, salvo las cartas, ¿no habían recibido ninguna otra amenaza?
Kerstin se había sentado de nuevo y era evidente que le costaba decidirse.
– No sé si… -añadió vacilante-. A veces llamaba alguien, pero cuando cogíamos el teléfono, la persona que llamaba no decía ni una palabra, sino que se quedaba en silencio hasta que colgábamos. Lo cierto es que intentamos averiguar el número, pero al parecer pertenecía a un móvil con tarjeta de prepago, así que no pudimos saber quién era el propietario.
– Y ¿cuándo fue la última vez que recibieron una de esas llamadas? -preguntó Martin expectante, con el bolígrafo preparado.
Kerstin hizo memoria.
– Pues… ¿cuándo sería? Hace dos semanas, más o menos -respondió sin dejar de girar el anillo en el dedo.
– Y, a excepción de las llamadas, ¿nada más? ¿Ninguna otra persona que hubiese querido hacerle daño a Marit? Por cierto, ¿cómo era la relación con su ex marido?
Kerstin se tomó su tiempo antes de contestar. Tras echar una ojeada al pasillo para asegurarse de que la puerta del dormitorio de Sofie seguía cerrada, dijo:
– Al principio era una tortura, bueno, lo fue durante bastante tiempo, la verdad. Pero este último año la cosa ha estado más tranquila.
– ¿Puede explicarnos en qué sentido era una tortura? -Patrik preguntaba y Martin no dejaba de tomar notas.
– Se negaba a aceptar que Marit lo hubiese abandonado. Llevaban juntos desde la adolescencia y, bueno, según Marit, hacía muchos años que su relación no era buena, si alguna vez lo fue. A ella le sorprendió lo violentamente que reaccionó Ola cuando le confesó que quería irse de casa. Pero Ola… -Se detuvo dubitativa-. Ola es un hombre que necesita ejercer control. Todo ha de estar limpio y en orden, y el hecho de que Marit lo abandonase perturbaba ese orden. Yo creo que era más bien eso lo que lo irritaba, no el hecho de perderla.
– ¿Llegó a agredirla físicamente?
– No -respondió Kerstin algo insegura. Una vez más, miró temerosa hacia la puerta de Sofie-. Aunque, claro, eso depende de qué entendamos por físicamente. Creo que nunca la golpeó, pero sí sé que le tiró del brazo en alguna ocasión y que le dio algún empujón y cosas así.
– Y ¿cómo lograron ponerse de acuerdo con respecto a Sofie?
– Sí, bueno, era uno de los temas sobre los que discutían sin cesar al principio. Marit se mudó conmigo enseguida y, aunque el tipo de relación que manteníamos no se conocía abiertamente, tenía sus sospechas. Y se mostraba totalmente en contra de que Sofie estuviera aquí. Intentaba sabotear el tiempo que pasaba con nosotras, venía a recogerla mucho antes de lo acordado y eso.
– Pero luego, la cosa se arregló, ¿no? -preguntó Martin.
– Sí, por suerte Marit no cedió un ápice en ese punto y, al final, Ola comprendió que no tenía nada que hacer. Lo amenazó con involucrar a las autoridades y entonces Ola terminó por rendirse. Pero nunca le gustó demasiado que Sofie viniese aquí.
– ¿Y Marit le explicó alguna vez el tipo de relación que mantenían ustedes?
– No. -Kerstin meneó la cabeza con vehemencia-. ¡Era tan obstinada al respecto! Según decía, no le incumbía a nadie. Ni siquiera quería contárselo a Sofie. -Kerstin sonrió y meneó la cabeza, aunque más despacio, retardando el movimiento-. Pero Sofie es más lista de lo que creía Marit. Hoy mismo me ha contado que no se dejó engañar ni un segundo por nuestros intentos de escondernos. ¡Dios santo! Nos hemos pasado años cambiando las cosas de habitación e intentando besarnos discretamente en la cocina, como unas adolescentes.