El recordaba vagamente que, al principio, tenía miedo. Ya no. No ahora que ella olía tan bien y la sentía tan suave y su voz subía y bajaba de un modo tan rítmico. No ahora que sabía que ella lo protegía. No ahora que sabía que él era un pájaro cenizo.
Patrik y Martin llevaban un par de horas en la comisaría dedicándose a otros asuntos, a la espera de que Ola volviese a casa del trabajo. Sopesaron la posibilidad de ir allí y hablar con él directamente, pero decidieron esperar hasta las cinco, hora a la que concluiría su jornada laboral en la empresa Inventing. No existía razón alguna para exponerlo a una avalancha de preguntas por parte de sus compañeros de trabajo. De hecho, Kerstin les aseguró que no creía que Ola tuviese nada que ver con las cartas y las llamadas anónimas. Patrik no estaba tan seguro. Necesitaría suficientes pruebas de que así era, antes de desechar la idea. El montón de cartas había salido con destino al laboratorio de criminalística a última hora de la mañana y, además, había solicitado acceso a las listas de abonados que llamaron a Kerstin y a Marit en los períodos en que recibieron las llamadas anónimas.
Parecía que Ola acababa de salir de la ducha cuando les abrió la puerta. Había tenido tiempo de vestirse, pero aún llevaba el pelo mojado.
– ¿Sí, de qué se trata? -preguntó impaciente. Ya no quedaba ni rastro de la expresión de dolor que habían advertido el lunes, cuando le comunicaron que su ex mujer había muerto. O, por lo menos, no tan patente como la que observaron en la segunda visita a Kerstin.
– Queríamos hablar de nuevo con usted unos minutos.
– ¿Ajá? -respondió Ola, aún impaciente y con expresión inquisitiva.
– Bueno, se trata de algunas circunstancias relacionadas con la muerte de Marit.
Al parecer, Ola lo entendió enseguida, porque se apartó a un lado y les indicó que entrasen.
– Pues está bien que hayan venido, porque yo pensaba llamarlos.
– ¿Ah, sí? -preguntó Patrik al tiempo que se sentaba en el sofá. En esta ocasión, Ola no los condujo a la cocina, sino que les señaló el tresillo que había en la sala de estar.
– Sí, quería saber si pueden expedir una orden de alejamiento y prohibición de visitas.
Ola se sentó en un gran sillón de piel y cruzó las piernas.
– Ajá -intervino Martin con una rauda mirada inquisitiva a Patrik-. Y ¿contra quién querría que se redactara dicha orden?
En los ojos de Ola brilló un destello.
– Por el bien de Sofie, contra Kerstin.
Ni Patrik ni Martin mostraron la menor sorpresa.
– ¿Y eso por qué, si puede saberse? -preguntó Patrik aparentando calma.
– ¡No hay razón alguna para que Sofie vaya a casa de esa… de esa… persona! -respondió Ola con tanta animadversión que los salpicó a ambos de saliva. Se inclinó y, con los codos apoyados en las piernas, continuó-: Sofie ha ido hoy a verla. Cuando llegué a casa para el almuerzo, su mochila no estaba. Y he llamado a sus amigos. Seguro que se ha ido a casa de esa… bollera. Tendrá que haber alguna forma de impedírselo, ¿no? Quiero decir que, pienso mantener una conversación seria con Sofie cuando llegue a casa, por supuesto, pero debe existir una vía legal para impedir que la vea, ¿verdad? -Ola miraba alternativamente a Patrik y a Martin, exigiendo una respuesta.
– Pues… yo creo que será difícil -respondió Patrik, que veía cada vez más confirmadas sus sospechas. Aquello de lo que querían hablar con Ola se les antojaba no sólo posible, sino perfectamente verosímil.
– La prohibición de visitas es una medida muy severa y no creo que sea aplicable en este caso -afirmó Patrik sin dejar de observar a Ola, que se mostraba claramente indignado.
– Pero, pero… -balbució Ola-. ¿Qué coño se supone que puedo hacer? Sofie tiene quince años y, si se niega a hacerme caso, no puedo encerrarla. Y esa mierda de… -Se tragó el insulto, aunque no sin dificultad-. Seguro que no va a colaborar. Cuando Marit vivía, me vi obligado a aguantar a esa… pero que tenga que seguir soportando esa mierda ahora, ¡no, hombre, de eso nada! -rugió estampando en la mesa tal puñetazo que Patrik y Martin dieron un respingo en sus asientos.
– En otras palabras, no aprueba el estilo de vida por el que optó su ex mujer, ¿no es eso?
– ¿Que optó por un estilo de vida, dice? -resopló Ola-. De no haber sido por esa puerca que le llenó a Marit la cabeza de grillos, esto jamás habría ocurrido. Marit, Sofie y yo aún estaríamos juntos. ¡Pero no! Marit no sólo destruyó su familia y nos abandonó a mí y a Sofie, sino que, además, ¡nos convirtió en el hazmerreír de todos! -Ola meneó la cabeza, como si aún le costase creerlo.
– ¿Le demostró su disconformidad de alguna manera? -preguntó Patrik insidioso. Ola lo miró suspicaz.
– ¿Qué quiere decir? Desde luego, nunca oculté lo que pensaba sobre el hecho de que Marit nos abandonase. Sin embargo, he sido muy discreto a la hora de hablar de los motivos. Que tu esposa se pase al equipo contrario no es algo que uno quiera ventilar. Verse abandonado por una tía… No es nada de lo que uno pueda ir pavoneándose por ahí, precisamente. -Intentó reír, pero la amargura tornó su risa en algo mucho más ominoso.
– Ya, pero… ¿no tomó ninguna medida en contra de su ex mujer y de Kerstin?
– No entiendo qué quiere insinuar -respondió Ola entornando los ojos.
– Nos referimos a una serie de cartas amenazadoras y llamadas telefónicas intimidatorias -respondió Martin.
– ¿Quién? ¿Yo? -Ola abrió los ojos de par en par. No resultaba fácil juzgar si su asombro era sincero o fingido-. Y, además, ¿qué importancia podría tener eso? Quiero decir, puesto que la muerte de Marit fue consecuencia de un accidente.
Patrik decidió aguardar unos minutos antes de corregir su afirmación. No quería revelar cuanto sabían de golpe, sino que prefería hacerlo poco a poco.
– Alguien les estuvo enviando cartas anónimas y llamándolas por teléfono, también amparándose en el anonimato.
– Ya, bueno, a mí no me parece sorprendente -respondió Ola con una sonrisa-. Ese tipo de personas suelen atraer sobre sí esa clase de atención. Puede que en las grandes ciudades se tolere, pero aquí no.
Patrik estaba a punto de desmayarse ante el exceso de prejuicios que demostraba aquel hombre. Le costó contener el impulso de agarrarlo por la camisa y decirle cuatro verdades. El único consuelo era que, a medida que hablaba, Ola iba cavando su propia tumba.
– Es decir, que no es usted el autor de las cartas ni de las llamadas, ¿no? -preguntó Martin con la misma expresión de desprecio mal disimulada.
– No, jamás me rebajaría a algo semejante. -Ola les sonrió con superioridad. Estaba tan seguro de sí mismo, y de su casa tan limpia y tan ordenada… Patrik sentía un deseo irrefrenable de alterar tanto orden.
– En ese caso, no pondrá objeción alguna a que le tomemos las huellas dactilares, ¿verdad? Para compararlas con las que el laboratorio científico encuentre en los sobres, claro.
– ¿Mis huellas dactilares? -Su sonrisa se esfumó en un instante-. No lo entiendo. ¿Por qué indagar en eso ahora? -preguntó claramente preocupado. Patrik se carcajeó para sus adentros y una breve ojeada a la cara de Martin le reveló que también su colega disfrutaba de la situación.
– Primero, responda a la pregunta. ¿O puedo dar por sentado que no tiene inconveniente en dejarnos sus huellas? Así podremos descartarlo.
Ola empezó a retorcerse en el sillón de piel. Miró vacilante de un lado a otro y se puso a ordenar los objetos que había sobre la mesa de cristal. En opinión de los dos policías, aquello estaba ya en perfecto orden, pero al parecer Ola no compartía su parecer, pues lo fue desplazando todo unos milímetros aquí y otros milímetros allá, hasta que todo estuvo lo bastante recto como para que se serenase.