– Pues… -comenzó indeciso, como queriendo retardar su respuesta-. Bueno, he de confesarlo, entonces -dijo al fin, de nuevo con una sonrisa en los labios. Se retrepó con aire de haber recuperado el equilibrio que parecía haber perdido por un instante-. Sí, será mejor decir la verdad. Es cierto que les envié unas cartas y las llamé unas cuantas veces. Claro que fue una tontería, pero esperaba que Marit tomase conciencia de que la situación era insostenible y que recobrase el sentido común. Hubo un tiempo en que nosotros estábamos estupendamente. Y podíamos volver a estarlo. Pero tenía que abandonar aquel disparate y dejar de ponerse en ridículo a sí misma y al resto de la familia. Sobre todo por Sofie. Imagínense, si hubieran tenido que ir a la escuela con semejante equipaje. Los compañeros les habrían machacado. Marit tenía que comprenderlo. No funcionaría, sencillamente, aquello no funcionaría.
– Y, sin embargo, llevaba cuatro años funcionando, así que no parecía que tuviese mucha prisa por volver con usted -observó Patrik con fingida dulzura.
– Bueno, era cuestión de tiempo, simple cuestión de tiempo. -Ola empezó a trajinar de nuevo con los objetos de la mesa. De pronto, se dirigió vehemente a los dos policías-. Pero, bueno, lo que no entiendo es qué importancia puede tener eso ahora. Marit está muerta y, si Sofie y yo nos libramos de esa mujer, podremos seguir adelante. ¿Por qué hurgar en eso ahora?
– Porque hay una serie de indicios que apuntan a que la muerte de Marit no fue fruto de un accidente.
Un siniestro silencio inundó la sala de estar. Ola los miraba perplejo.
– ¿Que no fue… un accidente? -El hombre los miraba nervioso de hito en hito-. ¿Qué están insinuando? ¿Que alguien…? -Dejó la pregunta inconclusa. Si su sorpresa no era auténtica, podía afirmarse que era un gran actor. Patrik habría dado casi cualquier cosa por saber lo que pasaba por la mente de Ola en aquellos momentos.
– Sí, creemos que pudo haber alguien involucrado en la muerte de Marit. Sabremos más dentro de muy poco, pero por ahora… usted es nuestro principal candidato.
– ¿Yo? -preguntó Ola sin dar crédito a lo que acababa de oír-. Pero… si yo jamás le haría daño a Marit. ¡Yo la quería! ¡Yo sólo quería que volviéramos a ser una familia!
– Ya, y movido por ese gran amor, la amenazaba a ella y a su chica -sentenció Patrik rezumando sarcasmo.
Ola se estremeció al oír la expresión «su chica».
– Es que… ¡ella no lo entendía! Seguro que sufrió una especie de crisis de los cuarenta, las hormonas se le dispararon y, de alguna manera, eso le afectó al cerebro y por eso lo tiró todo por la borda. Llevábamos veinte años juntos, ¿se imaginan? Nos conocimos en Noruega cuando teníamos dieciséis y yo creía que siempre estaríamos juntos. Superamos juntos un montón de… -Se detuvo un instante, como si dudase, antes de reanudar su alegato-:… problemas cuando éramos jóvenes y teníamos todo lo que queríamos. Y luego, de pronto… -Ola había ido levantando la voz y ahora alzó los brazos en un gesto de impotencia, claro indicio de que aún no entendía lo que había sucedido hacía cuatro años.
– ¿Dónde estuvo la noche del pasado domingo?
Patrik aguardaba una respuesta con expresión grave.
Ola le sostenía la mirada incrédulo.
– ¿Me está preguntando si tengo una coartada? ¿Es eso? ¿Quiere que le dé mi puñetera coartada del domingo, es eso?
– Sí, eso es -respondió Patrik con absoluta serenidad.
Ola pareció estar a punto de perder la compostura, pero se controló.
– Estuve en casa toda la tarde. Yo solo. Sofie pasaba la noche en casa de una amiga, de modo que no hay nadie que pueda atestiguarlo. Pero así fue. -Los miró retador.
– ¿Nadie con quien hablara por teléfono siquiera? ¿Ni un vecino que llamase a su puerta para pedirle un favor? -preguntó Martin.
– Nadie -repitió Ola.
– Vaya, pues eso no es nada bueno -comentó Patrik lacónico-. Significa que, si se confirma que la muerte de Marit no fue un accidente, usted sigue siendo sospechoso.
Ola rió con amargura.
– O sea, que ni siquiera están seguros. Y aun así vienen aquí y me exigen que presente una coartada -constató meneando la cabeza con displicencia-. Que me ahorquen si están en sus cabales. -Ola se puso de pie-. Creo que deberían marcharse.
Patrik y Martin se levantaron también.
– Sí, en realidad ya habíamos terminado. Pero es posible que volvamos.
Ola rió de nuevo.
– Sí, seguro que sí. -Dicho esto, se encaminó a la cocina y no se molestó en despedirse siquiera.
Patrik y Martin salieron sin que los acompañase a la puerta. Ya en la calle, se detuvieron de pronto.
– Bueno, ¿tú qué crees? -preguntó Martin subiéndose un poco más la cremallera para protegerse la garganta. Aún no había llegado el verdadero calor primaveral y el viento seguía soplando frío.
– No lo sé -admitió Patrik lanzando un suspiro-. Si tuviéramos la certeza de que lo que tenemos entre manos es una investigación de asesinato, habría sido más fácil, pero así… -Volvió a suspirar-. Si cayera en la cuenta de qué es lo que me resulta tan familiar de todo esto. Hay algo que… -Guardó silencio meneando la cabeza con amargura-. Nada, que no caigo. Tendré que repasarlo todo con Pedersen una vez más, por si da con alguna que otra pista. Y quizá los técnicos hayan conseguido sacar algo en limpio del coche.
Sí, esperemos que sí -asintió Martin dirigiendo sus pasos hacia el coche.
– Oye, creo que me voy a ir a casa dando un paseo -le dijo Patrik.
– Pero ¿cómo vas a ir al trabajo mañana?
– Ya veré cómo lo hago. Quizá Erica pueda llevarme con el coche de Anna.
– Bueno, vale -respondió Martin-. Entonces me voy a casa yo también. Pia no se encontraba muy bien, así que hoy tendré que mimarla un poco más que de costumbre.
– Espero que no sea nada grave -se preocupó Patrik.
– ¡Qué va! Pero lleva unas semanas algo mustia y con náuseas.
– ¿No estará…? -comenzó Patrik, pero una mirada de Martin lo hizo detenerse. De acuerdo, lo había captado: no era el momento ideal para hacerle esa pregunta. Sonrió y se despidió de Martin, que ya estaba en el coche. ¡Qué ganas tenía de llegar a casa!
Lars le masajeaba los hombros a Hanna, que estaba sentada ante la mesa de la cocina, con los ojos cerrados y los brazos colgando inertes a ambos lados. Pero tenía la zona de los hombros dura como una piedra y Lars intentaba aliviar la tensión allí concentrada masajeando con mucho cuidado.
– ¡Qué barbaridad! Deberías ir a un fisioterapeuta, tienes esta zona llena de contracturas.
– Sí, ya lo sé -respondió Hanna con una mueca de dolor mientras Lars presionaba una zona particularmente cargada-. ¡Ay! -se lamentó.
Lars paró enseguida.
– ¿Te duele? ¿Quieres que lo deje?
– No, no, sigue -le rogó, aún con el dolor reflejado en la cara. Sin embargo, era un dolor agradable, la sensación de un músculo que se relaja y vuelve a colocarse en su lugar era maravillosa.
– ¿Qué tal en el trabajo? -preguntó Lars sin dejar de masajearle los hombros.
– Pues mira, bastante bien -respondió Hanna-. Aunque un poco muermo. Ninguno de los colegas destaca por su perspicacia. Bueno, salvo Patrik Hedström, quizá. Y el otro, que es un poco más joven, Martin. El también puede llegar a ser bueno. Pero Gösta y Mellberg… -Hanna rompió a reír-. Gösta se pasa los días jugando a videojuegos y a Mellberg apenas lo he visto. Se encierra en su despacho y de ahí no sale. En fin, que esto va a ser un reto.
Por un instante, la atmósfera se tornó ligera en la habitación. Sin embargo, los viejos fantasmas de siempre no tardaron en infiltrarse, emponzoñándolo todo. Tenían tanto que decirse. Era tanto lo que debían hacer. Pero nunca se decidían a abordarlo. El pasado se interponía entre los dos como un obstáculo descomunal que se les presentaba como insalvable. Se habían resignado. La cuestión era si querían superarlo siquiera.