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– ¿Qué tal va eso? -le gritó la mujer desde el otro lado de la cortina, con su tono de voz más entusiasta-. ¿Necesita ayuda con la cremallera?

– Sí, creo que sí -respondió Erica saliendo del probador muy a su pesar. Les dio la espalda para que la señora pudiera subirle la cremallera, tomó aire y se contempló en el espejo de cuerpo entero. Aquello no tenía remedio. No, no lo tenía. Sintió que las lágrimas acudían a sus ojos. No era así como se había imaginado de novia. En sus sueños, siempre había estado deliciosamente delgada, con el pecho firme y la piel tersa. La figura que la miraba desde el espejo, en cambio, parecía una variante femenina del muñeco de Michelin. Los pliegues se ondulaban claramente en la cintura, tenía la piel ajada y apagada por el frío invernal. El cuerpo del vestido había embutido sus carnes de modo que, por debajo de los brazos, sobresalían unos pliegues extraños en forma de molletes de piel y grasa. Tenía un aspecto horrible. Se aguantó las ganas de llorar y volvió a entrar en el probador. Sin saber cómo, logró bajarse la cremallera sin ayuda y se quitó el vestido. Tocaba probarse el siguiente. Aquél pudo ponérselo sin asistencia, de modo que salió a que la vieran Anna y la propietaria. En esta ocasión, no logró ocultar cómo se sentía y vio en el espejo que le temblaba el labio inferior, pues estaba al borde del llanto. Unas cuantas lágrimas rodaron por sus mejillas y se las enjugó con el reverso de la mano. No quería ponerse a llorar allí y hacer el ridículo, pero no podía evitarlo. Tampoco aquel vestido le quedaba bien. Como el anterior, era de corte sencillo, pero iba abrochado al cuello y con la espalda descubierta, lo que, al menos, eliminaba los pliegues de los brazos. En este caso, el mayor problema era la barriga. No conseguía imaginarse cómo podría ponerse lo bastante en forma como para sentirse guapa el día de su boda. Se suponía que tenía que ser divertido. Y llevaba toda la vida esperándolo, soñando con verse allí eligiendo y descartando y probándose un montón de hermosos vestidos de novia, uno tras otro. Imaginando cómo los ojos de todos se volvían para admirarla cuando se dirigiese al altar con su novio del brazo. En sus sueños, siempre parecía una princesa el día de su boda. Al ver que las lágrimas empañaban de nuevo sus ojos, Anna se levantó y posó una mano sobre su brazo desnudo:

– Pero, querida, ¿qué te pasa?

Erica sollozó.

– Es que… Es que… estoy tan gorda. Todo me queda espantoso.

– No estás gorda en absoluto, Erica. Aún te sobran unos kilos del embarazo y nada más. Y de aquí al día de la boda, nos habremos deshecho de ellos. Tienes un cuerpo precioso. Por ejemplo, mira el escote. Yo habría matado por un escote así el día que me casé.

Anna le señaló el espejo y Erica siguió su dedo con la vista, aunque a disgusto. En un principio no vio más que su cara patética, las mejillas húmedas y la nariz hinchada y enrojecida por el llanto. Pero después bajó la mirada y, bueno, sí, quizá Anna tuviese razón. Aquel escote no estaba nada mal.

Entonces se incorporó a la conversación la propietaria de la tienda.

– Le queda precioso, lo que ocurre es que no lleva la ropa interior adecuada. Si se lo prueba con un body o con una faja, esa barriguilla desaparecerá como por ensalmo. Si eso no es nada, mujer. Le aseguro que he visto cosas bastante peores en mis años de oficio. Su hermana tiene razón, tiene un cuerpo muy bonito, así que es cuestión de encontrar un vestido que lo realce. Venga, pruébese éste y verá cómo se anima. Este modelo le hará más justicia si cabe.

La mujer cogió uno de los vestidos que tenía colgados en el expositor y se lo entregó con gesto alentador. Erica se lo puso, aunque con escepticismo, y volvió a salir del probador. Respiró hondo, soltó el aire y se colocó delante del espejo con el estoicismo de un soldado que vuelve a la línea de fuego. Su cara se transformó de asombro. Aquello era otra cosa. Aquel vestido le quedaba… ¡le quedaba perfecto! Todo aquello que, con los anteriores, se veía espantoso, con éste se convertía en ventajas. La barriga aún sobresalía un poco más de la cuenta, desde luego, pero nada que no pudiera arreglarse con una buena faja. Miró asombrada a Anna y a la propietaria. Su hermana asintió encantada y la señora daba palmaditas de entusiasmo.

– ¡Menuda novia! ¿Qué le decía yo? Este modelo es perfecto para su estatura y para sus formas.

Erica se miró una vez más en el espejo, aún un tanto escéptica, pero no pudo por menos de admitir que era verdad. Se veía guapa. Se sentía como una princesa. Si lograba perder algunos de los kilos de más en las semanas previas a la boda, ¡le quedaría perfecto! Se volvió hacia Anna.

– No voy a seguir probándome, me quedo con éste.

– ¡Estupendo! -se congratuló la señora-. Estoy segura de que quedará más que satisfecha. Si quiere, puede dejarlo aquí hasta que se acerque el día de la boda, así podemos hacer una última prueba unos días antes. Si hay que meterle de algún sitio, habrá tiempo.

– Gracias, Anna -le susurró Erica apretándole la mano. Anna le devolvió el gesto.

– Estás preciosa -le dijo. Y Erica creyó ver un destello de llanto en los ojos de su hermana. Fue un momento muy hermoso, un momento que se merecían, después de todo lo que había sucedido, de todo lo que habían pasado.

– Bien, ¿qué tal, cómo os sentís por ahora? -Lars miró a los jóvenes que tenía en círculo a su alrededor. Nadie pronunció una palabra. La mayoría se miraba los zapatos. Todos menos Barbie, que lo observaba con insistencia-. ¿Alguien quiere empezar? -Lars los miraba alentándolos y algunos de ellos empezaron a levantar la vista.

Finalmente, fue Mehmet quien tomó la palabra.

– Pues, bueno, no va mal -dijo sin añadir nada más.

– ¿Podrías contarnos algo más? -Lars hablaba con una dulzura comedida.

– Pues, bueno, quiero decir que, por ahora, está guay. El trabajo no está mal y eso… -El joven volvió a guardar silencio.

– Y a los demás, ¿qué os parecen los puestos que os han asignado?

– ¿Los puestos? -resopló Calle-. Yo me paso los días fregando platos asquerosos, pero pienso hablar con Fredrik esta tarde. Ya me ocuparé yo de que haya cambios en ese terreno -aseguró dirigiéndole a Tina una mirada elocuente, que la joven le devolvió con un destello de rabia en los ojos.

– Y tú, Jonna, ¿qué tal te ha ido a ti la semana?

Jonna era la única que parecía seguir hallando sus zapatos increíblemente interesantes. Murmuró algo ininteligible por respuesta, pero sin levantar la vista. Todos los componentes del círculo formado en el centro del gran local de la granja se inclinaron para oír mejor lo que decía.

– Perdona, no te hemos oído. ¿Podrías repetirlo? Además, me gustaría que nos mostraras un mínimo de respeto y que nos mirases a la cara cuando te diriges a nosotros. De lo contrario, parece que nos menosprecias. ¿Es eso, verdad, Jonna?

– Eso, ¿es verdad? -repitió Uffe dándole una patada en el pie-. ¿Es que te crees que eres mejor que nosotros o qué?

– Venga, Uffe, esa actitud no es muy constructiva que digamos -lo reconvino Lars-. Lo que pretendemos es crear un ambiente cálido y seguro en el que podáis expresar vuestros sentimientos y vivencias en un entorno tranquilo y acogedor.

– Esa frase es demasiado larga para Uffe, me temo -intervino Tina en tono burlón-. Tendrás que expresarte con más claridad, para que Uffe te siga.

– ¡Gilipollas! -fue la bien formulada respuesta de Uffe, que acompañó el improperio con una mirada llena de odio.

– Exactamente a esto me refiero -atajó Lars con más severidad en esta ocasión-. Esos ataques no os conducirán a nada. Todos os halláis en una situación extrema que puede ejercer una enorme presión psíquica sobre vosotros, y aquí tenéis la oportunidad de aliviar esa presión de un modo saludable.