Paseó la mirada por todos los congregados y los observó severamente uno a uno. Algunos asintieron. Barbie levantó la mano para pedir la palabra.
– ¿Sí, Lillemor?
La joven bajó la mano.
– Para empezar, ya no me llamo Lillemor, ahora me llamo Barbie -respondió con un mohín que enseguida transformó en una sonrisa-. Pero sólo quería decir que esto me parece fantástico. Que todos tengamos la oportunidad de reunimos así y decir lo que queramos. En Gran Hermano no tuvimos nada parecido.
– ¡Anda ya! No seas pelota.-Uffe, que estaba medio tumbado en la silla, miraba a Barbie fijamente. La sonrisa de la joven se apagó y Barbie bajó la vista.
– Pues a mí me parece que ha dicho algo muy bonito -objetó Lars, que ahora asentía animando a Barbie-. Y, aparte de la terapia de grupo, podréis disfrutar de terapia individual. Bueno, creo que podemos dar por finalizada la parte común, y, Barbie, tú y yo quizá… ¿Quieres empezar tú con la terapia individual?
La joven levantó la vista y volvió a sonreír.
– ¡Sí, me encantaría! Hay montones de cosas de las que necesitaría hablar.
– Perfecto -respondió Lars también con una sonrisa-. En tal caso, te propongo que nos sentemos en la habitación que hay detrás del escenario, así podremos hablar sin que nadie nos moleste. Después, iréis viniendo según el orden en el que estáis sentados en el círculo, es decir, después de Barbie, vendrá Tina, luego Uffe y así sucesivamente. ¿Os parece bien? -Nadie respondió y Lars tomó el silencio por un sí.
Tan pronto como Lars y Barbie cerraron la puerta, empezaron a hablar todos a la vez. Todos salvo Jonna que, como de costumbre, optó por guardar silencio.
– ¡Menuda chorrada! -exclamó Uffe entre risas y golpeándose las rodillas.
Mehmet lo miró irritado.
– ¿Qué pasa? Me gusta la idea. Ya sabes lo pirado que se queda uno después de un par de semanas en una cosa de éstas. A mí me parece de cine que, por una vez, piensen un poco en que los participantes estemos bien.
– Que los participantes estemos bien -lo remedó Uffe con voz chillona-. Eres como una tía, Mehmet, ¿lo sabías? Deberías presentar uno de esos programas de salud que dan en televisión. Aparecer en leggins y camiseta de tirantes y «yogarte», o como quiera que se diga.
– No le hagas caso, es que es idiota -intervino Tina mirando con animadversión a Uffe, que ahora dirigió hacia ella su. atención.
– ¿Qué coño estás diciendo, soplapollas? Tú es que te crees muy lista, ¿no? Vas por ahí fardando de buenas notas y de que puedes hacer frases largas y te crees superior a los demás. Y ahora, además, piensas que vas a ser estrella del pop. -Uffe soltó una carcajada burlona y miró a su alrededor como buscando apoyo en el grupo. Nadie lo miró siquiera, pero tampoco nadie protestó, de modo que Uffe prosiguió muy animado-. Eso no te lo crees ni tú, ¿verdad? Harás el ridículo y nos pondrás en ridículo a los demás. Ya te he oído darle coba al productor para que te deje cantar esta noche ese tema tuyo tan patético, y me muero de ganas de ver cómo te tiran tomates podridos. Joder, yo mismo pienso ponerme en primera fila para bombardearte.
– Uffe, cállate ya -ordenó Mehmet mirándolo a la cara-. Eres una mala persona y un imbécil, y lo que te pasa es que le tienes envidia a Tina, porque ella tiene talento, mientras que tú sólo cuentas con una breve carrera de gilipollas en un reality-show. Luego volverás al almacén a acarrear mierda.
Uffe volvió a reír, pero en esta ocasión su risa sonó un tanto nerviosa y hueca. Las palabras de Mehmet encerraban algo de verdad, y el sonido de esa verdad empezó a llenarlo de preocupación. Sin embargo, consiguió inhibir la sensación enseguida.
– No me creáis si no queréis, pero ya la oiréis esta noche. Los paletos del pueblo se morirán de risa.
– Uffe, eres un mierda y te odio, que lo sepas-le espetó Tina al tiempo que se levantaba con los ojos llenos de lágrimas. Una cámara la siguió y la joven empezó a correr para librarse de ella, pero no había donde refugiarse de las cámaras, que los seguían, ávidas, a todas partes.
Patrik no lograba concentrarse en ninguna otra cosa. El recuerdo del accidente de tráfico lo perseguía sin tregua. Si recordara qué era lo que le resultaba tan familiar en aquella muerte… Sacó la carpeta con todos los documentos relacionados con la investigación y se sentó para revisarlos una vez más. Por enésima vez. Como siempre que se concentraba en algo, también en esta ocasión se puso a murmurar y a hablar solo.
– Moratones alrededor de la boca, una tasa de alcohol insólita en una persona que, por si fuera poco y según sus familiares, no bebía nada.
Fue pasando el dedo por el informe de la autopsia en busca de algo que pudiera habérsele escapado en las lecturas anteriores, pero no halló nada que llamase su atención. Patrik cogió el auricular y marcó un número que conocía de memoria.
– Hola, Pedersen, soy Patrik Hedström, de la policía de Tanum. Oye, tengo delante el informe de la autopsia y me preguntaba si tienes cinco minutos para repasarlo conmigo una vez más.
Pedersen le respondió que no tenía inconveniente, de modo que Patrik continuó:
– Los moratones de la boca… ¿Tú crees que es posible establecer cuándo se los hizo? Vale…
Mientras hablaba, Patrik iba anotando las respuestas del forense en el margen.
– Y todo ese alcohol… ¿Es posible concretar el espacio de tiempo en el que lo ingirió o se lo hicieron ingerir? Bueno, no quiero la hora exacta o… en fin, también, claro, si es posible, pero vamos, si lo ingirió durante un período de tiempo prolongado o si se lo tomó de golpe… en fin, ya me entiendes.
Patrik prestaba la máxima atención a las respuestas de Pedersen, sin dejar de escribir.
– Interesante, muy interesante. ¿Encontraste algún otro detalle llamativo durante la autopsia?
Patrik dejó el bolígrafo un instante, mientras escuchaba. De pronto se dio cuenta de que estaba apretando tanto el auricular contra la oreja que ya empezaba a dolerle, de modo que aflojó un poco la presión.
– ¿Restos de cinta adhesiva en la boca, dices? Sí, esa información es sin duda muy importante. Pero ¿no tienes nada más que ofrecerme? -Lanzó un suspiro al oír la respuesta negativa de Pedersen y, ciertamente frustrado, se frotó los ojos con el pulgar y el índice de la mano que le quedaba libre-. Vale, pues tendré que arreglarme con eso.
Colgó apesadumbrado. Desde luego, esperaba más. Sacó las fotos del lugar del accidente y empezó a examinarlas en busca de algo, cualquier cosa, que disparase su memoria encasquillada. Lo más irritante era que no estaba seguro al cien por cien de que hubiese nada que recordar. Cabía la posibilidad de que todo fuese una invención suya, de que se tratase de una sensación rara de déjà vu, de algo que hubiese visto en la televisión o en una película, o que hubiese oído de pasada. Quizá era eso lo que hacía que su cerebro se empecinase en obligarlo a buscar algo que no existía. Pero justo cuando se disponía a abandonar y dejar los documentos, un rayo atravesó las sinapsis de su cerebro. Se inclinó para observar con mayor detenimiento la foto que tenía en la mano y experimentó una incipiente sensación de triunfo. Tal vez no anduviese tan equivocado, después de todo. Tal vez fuese cierto que, en lo más recóndito de su cerebro, se hubiese ocultado algo concreto todo el tiempo.
Llegó a la puerta de una zancada. Había llegado el momento de bajar al archivo.
Fue dejando los productos en la cinta al tiempo que pasaba los códigos con gesto apático. Las lágrimas pugnaban por asomar a sus ojos, pero Barbie las retenía obstinada parpadeando continuamente. No quería hacer el ridículo poniéndose a llorar allí mismo.
La conversación de aquella mañana había removido tantos sentimientos… Tanta basura como había ido acumulando en el fondo, durante tanto tiempo, pero que ahora empezaba a emerger a la superficie. Observó a Jonna, sentada en la caja de enfrente. En cierto modo, la envidiaba. Quizá no su tendencia a estar depre y lo de los cortes. Barbie no sería capaz de llevar el cuchillo contra su propia carne como ella. Pero sí le envidiaba su indiferencia manifiesta ante lo que los demás pensaban y opinaban. Para Barbie, nada revestía mayor importancia que su aspecto y el modo en que los demás la percibían. No siempre fue así, como demostraron las fotos del colegio que sacó aquella mierda de diario vespertino. Unas fotos en las que aparecía menuda y escuálida, con el dichoso aparato en los dientes, unos pechos pequeños, casi inexistentes, y el cabello oscuro. Cuando publicaron las fotos en las portadas, creyó morir de desesperación. Pero no por la razón que todos sospechaban; no porque le preocupase que la gente supiera que tanto las tetas como el pelo eran falsos, no era tan imbécil, sino porque le dolía ver aquello de lo que ya no quedaba nada. La alegría de su sonrisa, llena de seguridad, llena de confianza. Se alegraba de ser quien era, una chica segura y satisfecha de la vida que tenía. Sin embargo, aquel día todo cambió. El día en que murió su padre.