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Barbie y su padre habían vivido muy bien. Su madre murió de cáncer cuando ella era pequeña pero, de alguna manera, él había logrado hacer que se sintiera completa, nunca tuvo la sensación de que le faltase nada. Sabía que las cosas no fueron nada fáciles durante un tiempo, cuando ella era un bebé y su madre acababa de morir y cuando tuvo lugar aquel terrible suceso. Barbie había oído toda la historia, pero su padre pagó el precio, aprendió la lección, siguió adelante y se forjó una vida para sí mismo y para su hija. Hasta aquel día de octubre.

Cuando ocurrió, le pareció irreal. Toda su vida se derrumbó de un plumazo, se lo arrebataron todo. No había más familia ni más parientes a quienes recurrir, de modo que se vio arrojada a un mundo de familias de acogida y de condiciones de vida provisionales, y aprendió cosas que habría querido ignorar. Y la seguridad que antes sentía, desapareció por completo. Sus amigos no comprendieron que lo sucedido la cambió por dentro, que aquel día le arrebató algo fundamental de su ser, que nunca volvería a ser la misma. Lo intentaron un tiempo, pero luego la abandonaron a su destino.

Y fue entonces cuando comenzó la persecución, la búsqueda de reafirmación con chicos mayores y chicas de vida dura. Ya no bastaba con ser normal y parecer un chico. Ni tampoco bastaba con llamarse Lillemor. De modo que comenzó con lo que podía permitirse. Se tiñó el pelo de rubio en el bano de la casa de uno de los novios que pasaron por su vida. Cambió toda su ropa por otra nueva más corta, más estrecha, más sexy. Porque, en efecto, había descubierto cuál era el billete que la sacaría de aquella miseria: el sexo. Con sexo compraría atención y compraría cosas. Le daría la posibilidad de distinguirse de la mayoría. Un novio que tenía dinero le pagó la operación del pecho. A ella le habría gustado un poco más pequeño, pero pagaba él, de modo que él decidía. Quería la talla ciento diez, y ésa era la talla que tenía. Una vez realizada la transformación externa, sólo era cuestión de embalaje. El novio que sucedió al que le financió el pecho, la llamaba su pequeña Barbie, y así resolvió el asunto del nombre. Después, sólo le quedaba decidir en qué foro lanzar su nuevo yo. Comenzó con varios trabajos de modelo ligera de ropa o sin nada de ropa. Pero el programa Gran Hermano supuso su verdadero lanzamiento. Se convirtió en la gran estrella de la serie. Y no le importó lo más mínimo que toda Suecia hubiese podido seguir su vida sexual desde sus casas. ¿A quién iba a importarle? No existía una familia que la llamase para reprenderla por ponerlos en ridículo. Estaba sola en el mundo.

Por lo general, conseguía no pensar en lo que existía antes de Barbie. Había relegado a Lillemor a lo más recóndito de su conciencia, hasta el punto de que ya apenas existía. Y otro tanto había hecho con el recuerdo de su padre. No podía permitirse evocar su imagen. Para sobrevivir, debía evitar que el sonido de su risa o la sensación de su mano en la mejilla existiesen en la vida que ahora vivía. Sería demasiado doloroso. Pero la conversación mantenida con el psicólogo aquella mañana había tocado unas cuerdas que ahora vibraban pertinaces en su pecho. Sin embargo, no parecía ser la única afectada. El ambiente se enrareció una vez que todos y cada uno de los participantes hubieron pasado por aquella habitación, después de que cada uno de ellos pasara unos minutos con él. En algún que otro momento sintió que alguno de los demás la observaba con malevolencia, pero, cuando se daba la vuelta para ver de dónde procedía aquella sensación, ésta se esfumaba.

Al mismo tiempo, algo la inquietaba. Algo sobre lo que Lillemor intentaba llamar su atención, pero Barbie ignoraba la advertencia. Había cosas a las que no podía permitirse abrir las puertas.

Los productos seguían pasando por la cinta que tenía delante. No parecían terminar jamás.

Como de costumbre, la búsqueda en el archivo resultó un trabajo tan duro como aburrido. Nada parecía hallarse donde debía. Patrik estaba sentado en el suelo con las piernas cruzadas, con un montón de cajas a su alrededor. Sabía qué tipo de documento estaba buscando y, con un exceso de ingenuidad, creyó que estaría en la caja donde se leía «Material de formación». Pero no. Oyó pasos en la escalera y levantó la vista. Era Martin.

– Hola. Annika me ha dicho que te había visto bajar. ¿Qué haces? -Martin contemplaba desconcertado el montón de cajas dispuestas en círculo alrededor de Patrik.

– Estoy buscando las notas de una conferencia a la que asistí en Halmstad hace un par de años. Pensaba que las encontraría archivadas con cierta lógica, pero ¡qué va! Algún imbécil se ha dedicado a cambiarlo todo de sitio, así que nada está en su lugar. -Arrojó en una caja un fajo de papeles que tampoco se hallaban donde debían.

– Ya, Annika lleva mucho tiempo quejándose de que no mantenemos ningún orden en la documentación que se archiva aquí. Los documentos de los que se encarga ella sí van a su sitio, dice, pero luego parece como si tuvieran pies.

– Sí, no me explico por qué la gente no puede simplemente dejar las cosas en el mismo lugar de donde las cogió. Sé que dejé las notas en una carpeta que archivé en esta caja. -Señaló la caja marcada con la leyenda «Material de formación», y continuó-: Pero ahora resulta que no está aquí. La cuestión es en qué caja estará la maldita carpeta. «Personas desaparecidas», «Casos resueltos», «Casos sin resolver», etcétera, etcétera. Lo que tú sugieras valdrá tanto como lo que sugiera yo -aseguró abarcando con un gesto del brazo las paredes de la pequeña sala repleta de cajas de arriba abajo.

– Bueno, a mí lo que me tiene fascinado es que archives las notas que tomas cuando vas a una conferencia. Las mías siguen en el despacho, hechas un verdadero lío.

– Ya, pues ahora comprendo que eso debería haber hecho yo. Pero, en mi infinita simpleza, consideré que quizá fuesen útiles para alguno de vosotros… -respondió Patrik con un suspiro al tiempo que cogía otro montón de documentos, que empezó a hojear enseguida. Martin se sentó a su lado en el suelo y se puso manos a la obra con otra de las cajas.

– En fin, te echaré una mano, así acabarás antes. ¿Qué es lo que buscas? ¿Qué conferencia era? Y ¿por qué buscas las notas que tomaste?

Patrik respondió sin apartar la vista de sus papeles:

– Pues lo que te he dicho, una conferencia celebrada en Halmstad en 2002, si no recuerdo mal. Trataba de casos raros sobre los que seguían existiendo interrogantes que no se habían resuelto.

– ¿Y? -replicó Martin inquisitivo, aguardando una explicación.

– Bueno, te lo contaré cuando encontremos las notas. Por ahora sólo tengo una vaguísima idea, así que quiero refrescar mi memoria antes de decir nada.