Выбрать главу

– Pues verás, tu futura esposa ha expresado su deseo de que los dos estéis estupendos cuando encaminéis vuestros pasos hacia el altar, de modo que el «Plan fantástico» empieza ahora mismo.

– Sí, bueno, en eso puede que tengas algo de razón -admitió Patrik tirándose ligeramente de la camiseta, con la idea de ocultar la barriga que había cogido en los últimos dos años-. ¿Y los niños? ¿No van a comer con nosotros?

– No, ellos están bien donde están -dijo Anna-. Así tendremos un rato tranquilo para nosotros.

– Pero ¿y Maja? ¿Estará bien sola?

Erica se echó a reír.

– ¡Menudo padrazo estás hecho! Será sólo un rato. Y créeme, si hace algo, Emma vendrá como un rayo a chivarse.

Como una confirmación directa de sus palabras, se oyó la vocecita de Emma desde la sala de estar:

– ¡Ericaaaaa, Maja está trasteando el vídeo!

Patrik se echó a reír y se levantó.

– Ya voy yo. Sentaos y empezad vosotras.

Las dos oyeron cómo reñía a Maja, justo antes de darle un beso y luego otro a los dos mayores. Cuando volvió a la cocina, parecía más relajado.

– Y bien, ¿qué es lo que te ha hecho trabajar tan duro todo el día?

Patrik les refirió brevemente lo sucedido. Tanto Anna como Erica dejaron los tenedores en el plato, fascinadas por la historia. Erica fue la primera en hablar.

– Pero ¿cuál crees que es la conexión? Y ¿cómo vais a proseguir la investigación?

Patrik terminó de masticar antes de responder.

– Martin y yo nos hemos pasado la mitad de la mañana haciendo algunas llamadas para recabar información. El lunes intentaremos llegar al fondo de la cuestión.

– ¿Quieres decir que tienes libre el fin de semana? -preguntó Erica con tanta alegría como asombro. El trabajo de Patrik destrozaba más fines de semana de lo deseable.

– Sí, para variar. Y, de todos modos, a las personas con las que tengo que hablar no podré localizarlas hasta el lunes. Así que este fin de semana, ¡estoy a vuestra disposición, chicas! -exclamó con una amplia sonrisa que Erica no pudo, por menos, que devolver.

«¡Qué rápido había pasado todo!», se dijo Erica. Tenía la sensación de que había sido ayer cuando empezaron su relación y, al mismo tiempo, como si llevasen juntos toda la vida. A veces olvidaba que había tenido una vida sin Patrik. Y pensar que, dentro de unas semanas, iban a casarse… Oyó parlotear a su hija en la sala de estar. Ahora que Anna empezaba a recuperarse, podía volver a disfrutar de todo como antes.

Ella ya estaba sentada a la mesa cuando él se presentó, con diez minutos de retraso. Los pantalones que había aplastado bajo los cojines del sofá no resultaron tan fáciles de cepillar. Entre otras cosas, se había adherido a la parte trasera un gran pegote de chicle y, para retirarlo, tuvo que emplearse a fondo con paciencia con uno de los cuchillos más afilados que tenía en la cocina. Claro que el tejido había quedado bastante deslucido después de que lo hubiera pasado por el cuchillo, pero estaba seguro de que no se advertiría si se estiraba bien la chaqueta. Se miró una última vez en el cristal reluciente de un cuadro enmarcado para asegurarse de que todo estaba en orden. Aquella noche había puesto especial cuidado en enrollarse artísticamente el pelo en la mollera. Ni un milímetro del reluciente cuero cabelludo debía quedar al descubierto. Constató satisfecho que llevaba los años tan bien como el pelo.

Una vez más quedó sorprendido por el brinco que le dio el corazón ante la sola contemplación de aquella mujer. Verdaderamente, hacía mucho tiempo que no le latía con aquel ímpetu en el pecho. ¿Qué tenía su cuerpo rechoncho de mujer de mediana edad para provocar en él semejante reacción? La única respuesta que se le ocurría eran los ojos. Eran del azul más intenso que había visto jamás y, en contraste con el tono rojizo con que se teñía el cabello, destacaban como dos soles. La miró como embrujado y tardó en responder cuando ella le tendió la mano para estrechársela. Sin embargo, reaccionó enseguida y, como si se contemplase desde arriba, se vio inclinándose para, de un modo bastante anticuado, tomarle la mano y besársela respetuosamente. Por un instante, se sintió como un imbécil, incapaz de comprender de dónde le vino el impulso. Pero luego comprobó que su acompañante parecía apreciarlo y sintió en el estómago una agradable sensación de calidez. Aún dominaba aquellas artes. Aún sabía cómo llevar el agua a su molino.

– ¡Qué agradable es este sitio! Es la primera vez que vengo -aseguró ella con voz dulce mientras estudiaban la carta con atención.

– Es un local de primera clase, te lo aseguro -respondió Mellberg sacando pecho como si el Gestgifveriet fuera de su propiedad.

– Sí, y parece que se come muy bien -convino Rose-Marie mientras recorría con la mirada todas las exquisiteces que figuraban en la carta. Mellberg también ojeaba los platos y, por un instante, sintió que lo dominaba el pánico al ver los precios. Pero luego se encontró al otro lado de la carta con la mirada de Rose-Marie y su preocupación se aplacó. En una noche como aquélla el dinero no tenía la menor importancia.

Rose-Marie miró por la ventana, hacia el terreno de la granja.

– Al parecer iba a haber una fiesta esta noche.

– Sí, los del programa ese de televisión. En condiciones normales, aquí solemos vernos libres de ese tipo de espectáculos. Strömstad es, por lo general, el pueblo que cuenta con la oferta de ocio de la zona. Los colegas de allí son los que se encargan de la mayoría de los problemas de borracheras y los desmanes subsiguientes.

– ¿Pensáis que habrá problemas? ¿De verdad que puedes tomarte esta noche libre? -Rose-Marie parecía preocupada.

Mellberg emitió una tosecilla y sacó el pecho un poco más. Era una sensación muy agradable la de poder sentirse importante en compañía de una mujer hermosa. Desde que, sin motivo alguno, lo trasladaron a Tanumshede, le había sucedido con escasísima frecuencia. Por alguna razón, a la gente de allí le costaba detectar sus cualidades.

– He puesto a dos hombres a vigilar el jolgorio de esta noche -respondió-. Así que podemos comer y pasar un buen rato sin sobresaltos. Un buen jefe sabe delegar, y me atrevería a afirmar que ésa es una de mis mejores cualidades.

La sonrisa de Rose-Marie le confirmó que ella no dudaba ni por un segundo de su excelencia como jefe. Aquello tenía visos de convertirse en una noche maravillosa.

Mellberg volvió a mirar a la granja. Luego se olvidó por completo de todo lo relacionado con el espectáculo. Para eso estaban Martin y Hanna. Él tenía cosas más agradables a las que dedicarse.

Antes de salir al escenario, practicó los pocos ejercicios de voz que conocía. A decir verdad, sólo iba a cantar en playback, de modo que bastaba con que fuese haciendo la mímica oportuna ante el micrófono, pero nunca se sabía. En una ocasión, en Örebro, la reproducción del playback dejó de funcionar de improviso y, como no había practicado lo suficiente, tuvo que cacarear la canción en directo. Y no quería que volviera a sucederle algo así.

Tina sabía que los demás se reían de ella a sus espaldas. Y mentiría si dijera que no le molestaba, pero, por otro lado, poco más podía hacer salvo subir a escena y demostrar de qué era capaz. Porque aquélla era, sin duda, su gran oportunidad. Su posibilidad de hacer carrera como cantante. Tina quería ser cantante desde niña. Había pasado muchas horas delante del espejo imitando a intérpretes pop con la comba o con cualquier cosa que tuviese a mano como micro. Y gracias a El bar tuvo la oportunidad de demostrar su valía. Antes de solicitar su participación en El bar, la convocaron a una audición en el programa Idol, pero aquella experiencia aún le dolía. Los imbéciles del jurado se la habían cepillado sin piedad, y lo habían pasado por televisión una y otra vez. Entre otras cosas, dijeron que era tan mala a la hora de cantar como Svennis a la hora de ser fiel. Al principio, no comprendió qué querían decir, y se quedó así, con una sonrisa bobalicona. Pero luego el bocazas de Clabbe empezó a carcajearse y a decir que debería darle vergüenza, irse a casa y esconderse. No demasiado ocurrente por parte de Clabbe, pero al menos ella lo entendió. La humillación se prolongó cuando, con los ojos llenos de lágrimas, intentó convencerlos de que retirasen lo que acababan de decir y explicarles que, hasta entonces, todo el mundo le había dicho siempre que tenía una voz preciosa. Que sus padres se emocionaban cuando la oían cantar. Que nadie nunca, en toda su vida, la había preparado para que la descalificaran de forma tan radical. Se sentía tan feliz aquella mañana en la cola. Miraba a su alrededor con expresión de triunfo, convencida de que sería una de las elegidas, cuya interpretación haría llorar a Kishti, el más duro de los miembros del jurado. Había elegido la canción con mucho esmero a fin de impresionarlos. Cantaría Without you, de Mariah Carey, su gran ídolo. Cantaría de modo que los miembros del jurado saltaran de sus asientos y, a partir de ahí, comenzaría para ella una nueva vida. Se lo imaginaba perfectamente. Fiestas con famosos e histeria de admiradores. Giras veraniegas y vídeos en el canal MTV, exactamente igual que Darin. Lo único que tenía que hacer era ser elegida como participante y luego dominar. Pero todo salió mal. En lugar de triunfar, la exhibieron humillándola y burlándose de ella una y otra vez. Que los productores de El bar la llamaran después fue un regalo del cielo. Era una oportunidad que no podía desaprovechar. Al cabo de un tiempo, logró averiguar qué la hizo fracasar en Idol. Naturalmente, era el pecho. Su canción les gustó, claro que sí, pero no quisieron que permaneciese en el programa porque sabían que no tendría éxito si carecía de los demás requisitos. Y, para las chicas, uno consistía en tener las tetas grandes. De modo que cuando comenzaron las grabaciones de El bar, decidió empezar a ahorrar. Guardaría cada céntimo que ganase, hasta reunir lo suficiente para la operación. Con una talla cien, no habría obstáculos. Pero no pensaba teñirse de rubio. Hasta ahí podíamos llegar. Después de todo, ella era una chica inteligente.