Fue una noche tan agradable… La conversación fluía con una soltura inaudita. Hablaron de todo lo habido y por haber. Y a él le interesaba oír lo que ella tuviese que contarle. Quería saberlo todo de ella, dónde creció, qué había hecho en la vida, con qué soñaba, qué tipo de comida le gustaba, cuáles eran sus programas de televisión favoritos. Absolutamente todo. En un momento dado de la velada, vio reflejada en el cristal de la ventana la imagen de los dos riendo, brindando, charlando. Y apenas se reconoció a sí mismo. Jamás había visto en su propia cara una sonrisa como aquélla, y no pudo dejar de admitir que le sentaba muy bien. Que a ella le sentaba bien sonreír, eso ya lo sabía.
Cruzó las manos bajo la nuca y se estiró. El sol primaveral se filtraba por la ventana y cayó en la cuenta de que hacía ya mucho que debería haber lavado las cortinas.
Se despidieron con un beso ante la puerta del Gestgifveriet. Con cierto reparo, con cierta cautela. El posó las manos sobre sus hombros con suma delicadeza, y la sensación de la superficie lisa y fresca del tejido en la yema de sus dedos, combinada con el aroma de su perfume cuando la besó, fue lo más erótico que jamás había experimentado. ¿Cómo era posible que aquella mujer lo alterase de tal modo? Y así, después de tan poco tiempo.
Rose-Marie… Rose-Marie… Pronunció su nombre saboreándolo. Cerró los ojos e intentó recrear su rostro mentalmente. Acordaron que volverían a verse muy pronto y Mellberg se preguntaba a qué hora no sería demasiado temprano para llamarla ese mismo día. Aunque, ¿no resultaría un tanto agobiante? ¿Demasiado ansioso? Pero ¡qué demonios! Aquello o funcionaba o no funcionaba: con Rose-Marie no tenía ganas de entrar en juegos complicados. Miró el reloj. Ya no era primera hora. Seguramente estaría despierta. Extendió el brazo para coger el auricular cuando sonó el teléfono. Vio en la pantalla que era Hedström. Su llamada no podía presagiar nada bueno.
Patrik se presentó en el lugar del hallazgo al mismo tiempo que los técnicos de la policía científica. Debieron de salir de Uddevalla más o menos cuando él se metió en el coche para llevar a Erica a casa. El viaje de regreso a Fjällbacka fue bastante lúgubre. Erica se dedicó a mirar por la ventana. No estaba enfadada, sólo triste, decepcionada. Y Patrik la comprendía. También él se sentía triste y decepcionado. Se habían dedicado tan poco tiempo el uno al otro los últimos meses… Patrik apenas recordaba cuándo fue la última vez que se sentaron sencillamente a charlar los dos solos. A veces detestaba su trabajo. En ocasiones así se preguntaba por qué habría elegido una profesión que hacía que, en la práctica, careciese por completo de tiempo libre. Podían requerirlo en cualquier momento. Su trabajo siempre estaba a una simple llamada telefónica de distancia. Pero, al mismo tiempo, era mucho lo que le daba. Por ejemplo, la satisfacción de sentir que él marcaba una diferencia. Al menos, de vez en cuando. Jamás habría soportado un trabajo en el que se viese obligado a mover papeles y a manejar cifras día tras día. La profesión de policía le producía una sensación de plenitud, de que su labor tenía sentido, de que era necesario. El problema o, más bien, el reto, consistía en que también en casa lo necesitaban.
Mierda, que tenga que ser tan difícil atender a todo el mundo, se lamentó Patrik mientras giraba para aparcar a unos metros del camión de la basura. Montones de personas se habían congregado alrededor del vehículo, pero los técnicos habían acordonado la zona marcando con cinta policial un área bastante extensa en torno a la parte trasera del camión, con el fin de asegurarse de que nadie la transitara y destruyese cualquier tipo de prueba. El jefe del equipo de la policía científica, Torbjörn Ruud, se le acercó para estrecharle la mano.
– ¡Hola, Hedström! Ya te digo, esto no tiene buena pinta.
– No, ya me han dicho que, al parecer, Leif recogió algo más que la basura con la que contaba.
Patrik asintió en dirección al hombre, que parecía presa del desaliento.
– Sí, se ha llevado un susto de muerte. No es un espectáculo agradable. El cadáver sigue ahí, no hemos querido tocarlo aún. Ven conmigo a verlo, pero ten cuidado en dónde pones los pies.
Ah, por cierto, toma -dijo Torbjörn tendiéndole un par de cintas de goma, que Patrik se puso alrededor de los zapatos, a fin de que sus huellas se distinguiesen del posible rastro dejado por el agresor o los agresores. Entraron juntos en la zona delimitada por la cinta blanca y azul. Patrik sintió en el estómago cierto desasosiego mientras se acercaban y tuvo que reprimir el impulso de darse media vuelta y marcharse de allí. Detestaba con toda su alma aquella parte del trabajo. Como de costumbre, tuvo que hacer acopio de valor antes de ponerse de puntillas para ver el fondo de la parte trasera del camión. Allí, en medio de un amasijo repugnante y maloliente de restos de comida, latas de conserva, pieles de plátano y otros residuos, yacía el cadáver de una chica desnuda. Flexionado, con los pies alrededor de la cabeza, como si estuviera entrenándose para algún tipo de acrobacia. Patrik miró inquisitivo a Torbjörn Ruud.
– Rigor mortis -explicó con parquedad-. Las articulaciones se pusieron rígidas cuando ya estaba en esa posición, es decir, después de que le flexionaran el cuerpo para meterla en el contenedor.
Patrik esbozó una mueca de rechazo. Aquello era indicio de una sangre fría inusitada, de un desprecio ilimitado por el ser humano; no sólo habían matado a la joven, sino que, además, se habían deshecho de su cadáver como si de un montón de basura se tratase. Arrojada a un contenedor. Sencillamente, le parecía repugnante. Patrik apartó la vista.
– ¿Cuánto tiempo os llevará la inspección del escenario del hallazgo?
– Un par de horas -respondió Torbjörn -. Supongo que, entretanto, empezaréis por preguntar a los vecinos de la zona por si ha habido testigos. Por desgracia, no hay muchos aquí -se lamentó señalando las casas vacías y abandonadas, a la espera de los inquilinos veraniegos. Sin embargo, alguna sí que estaba habitada todo el año, así que tendrían que confiar en la suerte.
– ¿Qué ha pasado? -se oyó la voz de Mellberg, tan irritada como de costumbre. Patrik y Torbjörn se dieron la vuelta y lo vieron caminar resoplando hacia donde ellos se hallaban.
– Han encontrado a una mujer ahí -respondió Patrik, señalando el contenedor que estaba a un lado de la calle. En ese momento, dos de los técnicos estaban colocándose los guantes para ponerse manos a la obra-. Este operario, Leif, descubrió el cadáver cuando vació el contenedor, por eso está en el camión de la basura.
Mellberg interpretó aquella respuesta como una exhortación a pasar por encima del cordón policial y acercarse al camión de la basura para comprobarlo. Torbjörn no intentó siquiera que se pusiera las cintas de goma en los zapatos. No tenía importancia, ya habían tenido que descartar las huellas de los zapatos de Mellberg en más de una ocasión, de modo que las tenían en el registro.
– ¡Joder! -exclamó Mellberg tapándose la nariz-. Aquí huele que apesta. -Se apartó, al parecer más afectado por el hedor del camión de la basura que por la visión del cadáver de la muchacha. Patrik suspiró para sí. Desde luego, todo seguía como siempre. Podían estar seguros de que Mellberg se comportaría de un modo inapropiado y con una falta de sensibilidad extrema.
– ¿Sabéis quién es? -preguntó Mellberg con expresión apremiante. Patrik negó con un gesto.
– No, por ahora no sabemos nada. Había pensado llamar a Hanna y pedirle que mirase si había llegado alguna denuncia de alguna joven que no hubiese vuelto a casa anoche. Y Martin está en camino; había pensado que él y yo podíamos empezar por interrogar a los pocos vecinos permanentes de la zona.