– ¿No querrá decir que van a seguir adelante pese a que… -se interrumpió, indignado, e hizo un inciso-. ¿Cómo se llamaba la chica en realidad? No puedo seguir llamándola Barbie, me suena como una humillación. Por cierto, voy a necesitar todos sus datos personales, así como los de su pariente más próximo. ¿Es ésa una información que puedan facilitarme, o se trata también de una cuestión de ética? -La última palabra rezumaba sarcasmo, pero su rabia no pareció afectar a Fredrik. Estaba acostumbrado a enfrentarse a los sentimientos agresivos que, por alguna razón, tan fácilmente se desencadenaban en los reality-shows, de modo que, muy tranquilo, le respondió:
– Se llama Lillemor Persson. Se crió en casas de acogida, de modo que no tenemos a nadie registrado como su pariente más cercano. Pero les proporcionaré todos los datos de que disponemos, no hay problema -afirmó con una sonrisa complaciente-. ¿Cuándo comenzarán los interrogatorios? ¿Existe la posibilidad de que se nos permita filmarlos?
Nada perdía por intentarlo, pero la mirada asesina de Patrik le valió como respuesta.
– Iniciaremos la ronda de interrogatorios de inmediato -respondió Patrik tajante antes de levantarse para salir del autobús. No se molestó en despedirse, sino que cerró a su espalda dando un elocuente portazo.
– Joder, menuda bicoca! -exclamó Fredrik entusiasmado. El técnico no pudo por menos de asentir. Fredrik no se explicaba la suerte que habían tenido, la concentración dramática que ahora tendrían oportunidad de servir directamente en las salas de estar de la población. Toda Suecia querría verlos. Por un instante, pensó en Barbie. Luego, tomó el auricular. Los jefes tenían que enterarse. Fucking Tanum se convierte en C.S.I. ¡Joder! ¡Menudo éxito!
– ¿Cómo lo hacemos? -preguntó Martin. Él y Hanna habían decidido quedarse trabajando en la sala de descanso. Cogió el termo de café para llenar las tazas y Hanna se puso un poco de leche antes de remover-. ¿Te parece que cada uno escriba primero su informe, o lo redactamos de forma conjunta directamente?
Hanna reflexionó un instante.
– Yo creo que será más completo si lo hacemos de forma conjunta, así iremos corrigiendo y precisando los detalles que cada uno recuerde.
– Sí, seguramente tienes razón -respondió Martin encendiendo el portátil-. ¿Escribo yo, o prefieres hacerlo tú?
– Escribe tú -respondió Hanna-. Yo sigo haciéndolo con dos dedos y jamás he conseguido adquirir un promedio de pulsaciones digno de mención.
– Vale, escribo yo -rió Martin mientras introducía la contraseña. Abrió un documento de Word y se preparó para llenarlo-. El primer indicio que yo noté ayer de una pelea fueron las voces que procedían desde detrás de la casa. ¿Tú también?
Hanna asintió.
– Sí, yo no me di cuenta de nada hasta que oí las voces, lo único en lo que tuvimos que intervenir con anterioridad fue para encargarnos de aquella chica que estaba tan borracha que no se tenía en pie. ¿Qué hora sería? ¿Las doce? -Martin iba escribiendo mientras Hanna hablaba-. Luego, creo que en torno a la una, oí a aquellos dos que discutían a gritos. Te llamé y fuimos a la parte trasera de la casa y vimos a Barbie y a Uffe.
– Ajá… -comentó Martin sin dejar de escribir-. Yo miré la hora, era la una menos diez. Fui el primero en doblar la esquina y, cuando llegué, vi que Uffe tenía a Barbie cogida por los hombros y la zarandeaba con violencia. Corrimos hasta donde se encontraban, yo me encargué de Uffe y lo aparté de ella, y tú te quedaste con Barbie.
– Sí, así fue -convino Hanna dando un sorbo de café-. No dejes de anotar que la agresividad de Uffe era tal que, incluso cuando lo habías agarrado y lo sujetabas fuertemente, seguía pateando al aire para alcanzar a Barbie.
– Sí, exacto -dijo Martin. El texto del documento crecía sin cesar-. «Separamos a las partes e hicimos que se calmasen» -leyó en voz alta-. «Yo hablé con Uffe y le expliqué que, si no se relajaba, tendría que hacer una visita a la comisaría.»
– No habrás escrito «si no se relajaba», ¿verdad? -rió Hanna.
– No, bueno, después lo cambiaré. Retocaré y burocratizaré el texto luego, quédate tranquila, pero ahora prefiero plasmar las palabras tal como las decimos, para que no se nos escape ningún detalle.
– Vale -aceptó Hanna con una sonrisa. Luego se puso muy seria otra vez y continuó-: Yo hablé con Barbie e intenté averiguar lo que había provocado la pelea. Estaba muy alterada y decía que Uffe se había enfadado mucho porque creía que ella había ido hablando mal de él, pero Barbie aseguraba que no tenía ni idea de a qué se refería. Luego se serenó y a mí me pareció que se encontraba mejor.
– Después los dejamos ir a los dos -completó Martin levantando la vista del ordenador. Pulsó la tecla «intro» dos veces para comenzar un nuevo párrafo, tomó un sorbo de café y continuó-: El siguiente incidente se produjo… bueno, hacia las dos y media, diría yo.
– Sí, creo que eso es bastante exacto -dijo Hanna-. Sobre las dos y media o las tres menos cuarto, más o menos.
– Fue uno de los asistentes a la fiesta quien reclamó nuestra presencia, porque se había organizado una pelea en la pendiente que desemboca en la escuela. Acudimos allí. Vimos a varias personas que atacaban a una sola, empujándola y propinándole puñetazos no demasiado fuertes, sin dejar de gritar. Son los participantes Mehmet, Tina y Uffe, que están atacando a Barbie. Intervenimos y ponemos fin al enfrentamiento. Todos están muy alterados y la lluvia de insultos no cesa. Barbie está llorando, tiene el pelo revuelto y el maquillaje corrido y parece destrozada. Yo hablo con los demás participantes, intento averiguar qué ha sucedido. Dan la misma respuesta que Uffe, que «Barbie ha ido por ahí diciendo un montón de mentiras», pero no me dan más detalles.
– Entretanto, yo, a unos metros de los demás, hablo con Barbie -añade Hanna, visiblemente afectada por el relato-. Está triste y tiene miedo. Le pregunto si quiere ponerles una denuncia, pero asegura que no, en absoluto. Me quedo un rato hablando con ella para tranquilizarla, intento averiguar qué pasa realmente, pero insiste en que no tiene ni idea. Al cabo de un rato, me doy la vuelta para ver qué tal te va a ti. Vuelvo a dirigirme a Barbie, veo que corre en dirección al pueblo, pero luego gira a la derecha y toma la calle Affársvägen. Sopeso la posibilidad de echar a correr tras ella, pero recapacito y pienso que quizá necesite estar sola y calmarse. -En este punto, a Hanna le tembló un poco la voz-. A partir de ahí, no vuelvo a verla.
Martin alzó la vista del ordenador y sonrió como consolándola.
– No habríamos podido hacer otra cosa, Hanna. Tú no habrías podido hacer otra cosa. Lo único que sabíamos era que se pelearon y se dijeron cosas muy fuertes. Nada podía inducirnos a suponer que… -Martin vaciló un segundo-… que acabaría así.
– ¿Crees que la mató uno de los otros participantes? -preguntó aún con la voz temblorosa.
– No lo sé -dijo Martin mientras observaba en la pantalla el texto que había escrito-. Pero creo que hay motivos para sospechar que así fue. Ya veremos qué sacamos en limpio de los interrogatorios.
Dicho esto, guardó el documento y apagó el portátil. Se levantó y lo cogió para llevárselo.
– Me voy a mi despacho a darle a esto un tono formal. Si recuerdas algo más, me lo dices.
Hanna asintió sin pronunciar palabra. Cuando Martin se hubo marchado, se quedó allí un rato más. En sus manos, que sostenían la taza de café, se apreciaba un ligero temblor.
Calle se dio una vuelta por el pueblo. En Estocolmo solía entrenar en el gimnasio cinco veces por semana, pero allí tenía que contentarse con dar paseos para mantener a raya los michelines de la cerveza. Apremió el paso un poco para quemar grasas. Tener un buen físico no era nada detestable. El despreciaba a la gente que no se preocupaba de su cuerpo. Era un verdadero placer contemplarse en el espejo y comprobar que los músculos se sucedían alineados en el abdomen, que los bíceps se tensaban cuando flexionaba los brazos, igual que el pecho se marcaba bajo la camisa de aquel modo perfecto. Cuando salía por la zona de Stureplan, solía desabotonarse la camisa con cierto estudiado descuido hacia la medianoche. A las tías les encantaba. No podían resistir la tentación de meter la mano por la camisa y tocarlo y pasar las uñas por los músculos del abdomen de acero. Después de eso, estaba chupado lo de llevarse a casa a alguna pieza joven.