En ocasiones oía en su cabeza voces airadas, como si de una grabación se tratase. Podía oír lo que decían como desde fuera, o desde arriba. Era espantoso. Todo había salido tan mal. Era tan atroz. La oscuridad se había adueñado de su interior sin que ella pudiese hacer nada por evitarlo. Toda aquella materia oscura de la que intentaba liberarse a través de la sangre, por medio de las heridas, se había inflamado como una rabia incontrolable.
Ahora sentía que el vacío de la caja que tenía detrás se mezclaba con la vergüenza. Y con el miedo. Sentía el palpitar de las heridas. Era la sangre, más sangre, que quería salir.
– ¡Maldita sea! ¡Yo opino que ha llegado el momento de cerrar este circo! -gritó Uno Brorsson estampando el puño en la gran mesa de reuniones de las oficinas municipales, al tiempo que fijaba en Erling una mirada exigente. Ni siquiera miró a Fredrik Rehn, al que habían invitado para hablar de lo sucedido y para que les comunicase la postura de la productora.
– Pues yo opino que deberías calmarte un poco -respondió Erling con un punto de censura en la voz. En realidad, tenía ganas de agarrar a Uno por la oreja y arrastrarlo fuera de la sala de reuniones, como si se tratara de un niño desobediente, pero la democracia era la democracia y tuvo que reprimirse-. Lo que ha sucedido es una gran tragedia, pero nada que implique que debamos tomar decisiones precipitadas, más emocionales que racionales. Estamos aquí para discutir con calma la continuidad del proyecto. He invitado a Fredrik para que nos cuente cómo ven ellos el ser o no ser del programa, y os recomiendo que le prestéis atención. No en vano, él es el experto en este tipo de producciones y, por más que lo ocurrido constituye una novedad absoluta y, bueno, como he dicho, una tragedia, seguro que sus puntos de vista sobre cómo enfrentarnos a ello son sensatos.
– Menudo tontaina, un engreído de la capital -masculló Uno en voz baja, pero lo bastante alto como para que lo oyera Fredrik. El productor optó por ignorar el comentario y se sentó a horcajadas en la silla, con los brazos apoyados en el respaldo.
– Bueno, comprendo que esto haya despertado muchos sentimientos encontrados. Naturalmente lamentamos profundamente la muerte de Barbie, Lillemor, y tanto yo como todo el equipo de producción en Estocolmo sentimos mucho lo ocurrido. -En este punto, emitió un ligero carraspeo y bajó la vista apesadumbrado. Tras un instante de incómodo silencio, alzó la mirada de nuevo-. Pero, como dicen en Estados Unidos: The show must go on. Del mismo modo que vosotros no interrumpiríais vuestro trabajo si alguno de vosotros, Dios no lo quiera, sufriese una desgracia, tampoco nosotros podemos hacerlo. Además, estoy convencido de que Barbie, Lillemor, habría querido que continuásemos. -Otro silencio, y de nuevo una mirada tristona.
Se oyó un sollozo en uno de los extremos de la enorme mesa reluciente.
– Pobre muchacha -se lamentó Gunilla Kjellin enjugándose una lágrima con la servilleta.
Por un instante, Fredrik pareció un tanto molesto, pero luego continuó:
– Tampoco podemos ignorar la realidad. Y una realidad es que hemos invertido una suma muy cuantiosa de dinero en Fucking Tanum, una inversión que, confiamos, nos proporcione un buen rendimiento tanto a vosotros como a nosotros. A nosotros, con índices de audiencia y con los ingresos procedentes de los anuncios publicitarios; y a vosotros, con turistas y los ingresos que ellos generen. Una ecuación muy sencilla.
Erik Bohlin, el jefe municipal de economía, comenzó a alzar la mano para indicar que deseaba hacer una pregunta, pero como Erling temía que encauzase la discusión en una dirección no deseada, lanzó al joven economista una agria mirada que lo indujo a bajar la mano de inmediato.
– Pero ¿cómo vamos a tener turistas ahora? Los asesinatos tienen cierto… efecto disuasorio sobre el turismo…
El anterior consejero municipal, Jórn Schuster, observaba a Fredrik Rehn con el ceño fruncido, y era evidente que esperaba obtener una respuesta. Erling notó que le subía la presión sanguínea y contó mentalmente hasta diez. Que la gente tuviera que ser tan jodidamente negativa siempre… Era un suplicio tener que fingir que tomaba en consideración a unas… personas, que no habrían sobrevivido ni un solo día en el volcán de la realidad a la que él estaba acostumbrado de sus años como jefe. Se dirigió a Jórn con serena frialdad.
– Debo decir que tu postura me decepciona enormemente, Jörn. Si había alguien a quien yo creyese capaz de ver la imagen a gran escala, ése eras tú. Un hombre con tu experiencia no debería distraerse con los detalles. Lo que aquí debemos promover es el bien del municipio, no dedicarnos a detener todo aquello que supone un avance, como una pandilla de simples burócratas.
Constató que el reproche, debidamente envuelto en adulación, provocó un débil destello en los ojos del antiguo consejero municipal. Lo que más deseaba Jórn, por encima de todo, era que lo siguieran considerando el hombre importante, como si hubiese dejado el puesto voluntariamente para actuar como una especie de mentor del recién llegado. Tanto Jórn como Erling sabían que no era el caso, pero Erling estaba dispuesto a seguirle el juego, con tal de lograr lo que quería. La cuestión era si Jórn también lo estaba. Erling aguardó, paciente. Reinaba un denso silencio en la sala y todos miraban a Jórn expectantes, deseosos de ver cuál sería su reacción. Su poblada barba blanca se agitó ligeramente cuando, tras un buen rato de reflexión, se dirigió a Erling con una sonrisa paternal.
– Por supuesto, Erling, tienes razón. Yo también, en mis muchos años al frente de este municipio, he apoyado el desarrollo de grandes ideas sin dejarme entorpecer por las opiniones negativas ni por los pequeños detalles. -Asintió satisfecho y miró a su alrededor. Todos estaban perplejos e intentaban en vano recordar a qué grandes ideas aludía Jórn.
Erling asintió complacido. El viejo zorro había adoptado la decisión adecuada. Sabía por qué caballo debía apostar a la larga. Y con ese respaldo, Erling respondió al fin a la pregunta.
– En lo que concierne al turismo, nos hallamos en la situación única de haber visto el nombre de nuestro municipio escrito en letras grandes en todas las primeras planas del país. Claro que en relación con una tragedia, pero el hecho es, pese a todo, que el nombre del pueblo empieza a grabarse en la conciencia de casi todos los suecos. Y es una circunstancia que podemos utilizar ventajosamente. Sin duda. De hecho, pienso implicar a una agencia de publicidad, para que nos ayuden a decidir la mejor manera de sacarle partido al espacio mediático.
Erik Bohlin murmuró un comentario sobre el «presupuesto», pero Erling lo desechó de un manotazo, como si de una mosca irritante se tratara.
– Esa no es la cuestión ahora, Erik. A eso, precisamente, me refería antes, eso sólo son detalles. Ahora estamos pensando a lo grande, lo otro ya lo arreglaremos. -Se volvió hacia Fredrik Rehn, que había seguido el intercambio de opiniones con evidente regocijo-. Y Fucking Tanum sigue contando con todo nuestro apoyo. ¿Verdad? -Erling dirigió entonces la vista hacia los demás y fue clavando en cada uno de ellos una intensa mirada.
– ¡Por supuesto! -se oyó la vocecilla de Gunilla Kjellin, que lo miró llena de admiración.
– ¡Sí, qué coño, que siga funcionando esa porquería! -exclamó iracundo Uno Brorsson-. De todos modos, ya no puede ser peor.
– Sí -aprobó también Erik Bohlin escuetamente, aunque con un millón de preguntas en el aire.
– Está bien, está bien -accedió Jórn Schuster tironeándose de la barba-. Es una tranquilidad oír que todos sois capaces de ver «la imagen a gran escala», the big picture, exactamente igual que Erling y yo.
Le dirigió una amplia sonrisa a Erling, que hizo un esfuerzo por estirar la comisura de los labios para corresponderle. Aquel viejo no sabía lo que decía y, sin embargo, sonreía con todas sus ganas. Aquello había ido mejor de lo esperado. ¡Joder, qué listo era!