Presa de la apatía, Kerstin iba cambiando de canal. En la mayoría daban programas en los que invitaban a los telespectadores a que, a un precio altísimo, por supuesto, llamasen para adivinar una palabra. Totalmente carente de interés. De modo que su pensamiento se centró en aquella pregunta que tan a menudo se había hecho durante las dos últimas semanas. ¿Quién habría querido hacerle daño a Marit? ¿Quién la atrapó en pleno ataque de desesperación por la discusión mantenida con Kerstin, en pleno acceso de ira? ¿Habría tenido miedo? ¿Fue rápido o sufrió una muerte lenta? ¿Fue doloroso? ¿Era consciente de que iba a morir? Todas aquellas preguntas circulaban por el cerebro de Kerstin, sin que supiera cómo responderlas. Había seguido por televisión y la prensa la información sobre el asesinato de la chica del programa Fucking Tanum, pero se sentía extrañamente embotada, colmada de su propio dolor. Sin embargo, no pudo evitar preocuparse por el hecho de que le restase tiempo y recursos a la investigación de la muerte de Marit; que la atención que atraían los medios de comunicación llevase a la policía a dedicar todo su tiempo a investigar la muerte de la chica y que dejasen de preocuparse por Marit.
Kerstin se incorporó en el sofá y cogió el teléfono, que estaba sobre la mesa. Si no había quien mirase por los intereses de Marit, tendría que hacerlo ella. Se lo debía.
Desde la muerte de Barbie se reunían en círculo en el centro del jardín de la granja una vez al día. Al principio, tal medida fue acogida con una lluvia de protestas, un silencio contrariado seguido de comentarios cínicos; pero una vez que Fredrik les explicó que era un imperativo para poder seguir con la grabación del programa, los participantes consintieron en colaborar, aunque en contra de su voluntad. Algo más de una semana después y de un modo un tanto antinatural, llegaron incluso a acudir con entusiasmo a la reunión colectiva con Lars. Él no les hablaba con superioridad, los escuchaba, hacía comentarios que ellos no consideraban fuera de lugar y les hablaba con su mismo lenguaje. Y, aunque a su pesar, también Uffe empezaba a sentir cierta simpatía por Lars. Claro que antes se dejaría morir que admitirlo abiertamente. Las sesiones de grupo se habían ido alternando con conversaciones individuales y ya nadie protestaba por ello. Cierto que ninguno de los componentes del grupo se sentía feliz con la idea, pero la medida había alcanzado al menos cierto grado de aceptación.
– ¿Qué os han parecido los últimos días, después de lo ocurrido? -preguntó Lars observándolos uno a uno, con la esperanza de que alguno respondiese. Finalmente, detuvo la mirada en Mehmet.
– A mí me parece que ha estado bien -aseguró tras reflexionar brevemente-. Todo ha sido tan caótico que, en realidad, no hemos tenido tiempo de pararnos a pensar ni nada.
– ¿Pensar en qué? -preguntó Lars animándolo a continuar y a desarrollar su idea.
– Pues en lo que pasó. En Barbie. -Mehmet guardó silencio y bajó la vista. Lars apartó la mirada de él y la paseó por el resto de los congregados.
– ¿Y a vosotros os parece que eso es bueno? Me refiero a no tener que pensar en ello. ¿Creéis que el caos ha surtido un efecto positivo?
De nuevo se hizo el silencio.
– Yo no -respondió Jonna en tono sombrío-. A mí me parece que ha sido duro. Muy duro.
– ¿En qué sentido? ¿Qué aspecto te ha parecido duro? -preguntó Lars, con la cabeza ligeramente inclinada.
– Pensar en lo que le pasó. Recrear las imágenes de lo ocurrido. Y pensar en cómo murió y eso. Y en que la encontraron en aquel… contenedor. Un cosa tan asquerosa, vamos.
– ¿Y vosotros? ¿Recordáis también imágenes de aquella noche? -Lars fijó la vista en Calle.
– Bah, pues claro que sí, joder. Pero es mejor no pensarlo. Quiero decir, ¿de qué sirve pensarlo? De todos modos, Barbie ya está muerta, ¿no?
– Ya. Y no crees que, para tu bienestar, sería mejor hacer frente a esas imágenes, trabajar con ellas, ¿verdad?
– ¡Qué va! Lo mejor es tomarse otra cerveza, ¿a que sí, Calle? -Uffe le propinó una patada en la pierna a éste y rompió a reír, pero, al ver que nadie lo secundaba, recobró su malhumor habitual. Lars se centró entonces en él y Uffe empezó a retorcerse incómodo en la silla. Era el único que todavía se negaba en cierta medida a entregarse al proceso, como lo llamaba Lars.
– Uffe, tú siempre pareces tan duro y tan chulo, pero ¿en qué términos piensas tú cuando recuerdas a Barbie? ¿Qué recuerdos te vienen a la memoria?
Uffe miró a su alrededor como si no pudiese dar crédito a lo que oía. ¿Que qué recuerdos tenía de Barbie? Se rió burlón y miró a Lars, antes de responder:
– Pues, yo me atrevería a decir que miente quien diga que no son las tetas lo que recuerda de ella en primer lugar. ¡Menudas bombas de silicona! -exclamó moldeando en el aire el objeto de su recuerdo antes de mirar a su alrededor en busca de apoyo moral. Pero tampoco en esta ocasión parecieron apreciar su broma.
– Joder, Uffe, córtate un poco al hablar -lo recriminó Mehmet irritado-. ¿Eres tan tonto como parece o te lo haces?
– Oye, ¿y a ti de dónde coño te vienen esos aires? -Uffe se inclinó hacia Mehmet con gesto amenazador, pero en algún lugar recóndito de su cerebro de reptil comprendió que quizá sus comentarios no hubiesen sido muy afortunados, por lo que se retiró a su silencio y su malhumor habituales. Sencillamente, no lo pillaba. A nadie le caía bien antes de morir, y en cambio, allí estaban ahora, sentados como lloricas compungidos hablando de Barbie como si hubiera sido su mejor amiga.
– Tina, tú apenas te has pronunciado. ¿Cómo te ha afectado a ti la muerte de Lillemor?
– A mí me parece algo terrible, muy trágico. -Tina tenía los ojos llenos de lágrimas y negaba vehementemente con la cabeza-. Es que tenía toda la vida por delante. Y una carrera y eso. Iban a fotografiarla para Slitz cuando hubiera terminado la serie, eso ya estaba acordado, y había hablado con un tío sobre viajar a Estados Unidos para ver si podía aparecer en Playboy. Que podría haberse convertido en la próxima Victoria Silvstedt, vamos. Victoria no tardará en ser un vejestorio y Barbie sólo tenía que llegar y sustituirla. Ella y yo hablábamos mucho de eso y… tenía tantas aspiraciones… Era una tía genial, vamos. Joder, ¡qué pena! -Las lágrimas le rodaban ya por las mejillas, y Tina se las enjugó cuidadosamente con la mano, para no estropearse el maquillaje.
– Sí, es una verdadera pena -dijo Uffe-. Que el mundo haya perdido a la sustituta de Victoria Silvstedt. ¿Qué va a hacer el mundo ahora, eh? -Uffe estalló en una sonora carcajada, pero alzó las manos a la defensiva al advertir las miradas iracundas que le dirigían los demás-. Vale, vale, me callo. Vosotros seguid lloriqueando, hipócritas, panda de imbéciles…