– Uffe, parece que todo esto te produce una honda frustración -observó Lars sin perder la calma.
– Tanto como frustración, no sé. A mí me parecen un puñado de hipócritas, ahí llorando por Barbie, aunque cuando estaba viva no se preocupaban una mierda por ella. Yo, al menos, soy sincero -dijo levantando las manos.
– Tú no eres sincero -objetó Jonna-. Tú eres un imbécil.
– Anda, mira, ha hablado la neurótica. Súbete las mangas, anda, que vea tu última obra de arte. Una pirada total, vamos. -Uffe se echó a reír y Lars se puso en pie.
– No creo que adelantemos mucho más por hoy. Uffe, me parece que tú y yo vamos a tener la conversación individual ahora mismo.
– Fine, fine. Pero no te creas que me voy a sentar a llorar, ¿vale? Con lo bien que lo hacen estos maricas. -Se levantó y le dio una colleja a Tina, que se volvió iracunda y lo amenazó con el puño. Uffe se carcajeó simplemente y echó a andar despacio detrás de Lars. Los demás se quedaron mirándolo mientras se marchaba.
Ella había ido a Tanumshede para almorzar. No habían podido verse desde la cena en el Gestgifveriet, y Mellberg anhelaba con un ansia febril que diesen las doce. Miró el reloj, que marcaba implacable las doce menos diez, mientras aguardaba en la puerta. Las manecillas se arrastraban y Mellberg miraba alternativamente el reloj y los coches que de vez en cuando entraban en el aparcamiento. Había propuesto el Gestgifveriet también en esta ocasión. Si uno buscaba un entorno romántico, no existía mejor alternativa.
Cinco minutos después, vio girar hacia el restaurante su pequeño Fiat rojo. El corazón le latía de un modo peculiar y sintió que se le secaba la boca. Con un acto reflejo, comprobó que el peluquín estaba en su lugar. Se secó las manos en los pantalones y se le acercó para darle la bienvenida. El semblante de Rose-Marie se iluminó al verlo, y Mellberg tuvo que contener el impulso de abalanzarse sobre ella y darle un largo beso allí mismo, en el aparcamiento. La intensidad de sus sentimientos lo llenaba de asombro. Se sentía de nuevo como un adolescente. Se abrazaron y se saludaron y él la dejó pasar primero para entrar en el restaurante. Durante un segundo, posó la mano en la espalda de Rose-Marie, y notó que le temblaba ligeramente.
Una vez dentro, soltó un hipido de sorpresa. En una mesa situada junto a una de las ventanas estaban Hedström y Molin, que lo observaban perplejos. Rose-Marie miró alternativamente a Mellberg y a sus colegas con curiosidad y, muy a su pesar, Mellberg se dio cuenta de que tendría que presentárselos. Martin y Patrik le estrecharon la mano a Rose-Marie con una amplia sonrisa. Mellberg suspiraba para sus adentros. Ahora no tardaría mucho en saberlo toda la comisaría. Por otro lado… Se enderezó un poco. Desde luego, no se avergonzaba de que lo vieran con Rose-Marie.
– ¿Queréis sentaros con nosotros? -preguntó Patrik indicándoles las dos sillas vacías.
Mellberg estaba a punto de rechazar la oferta cuando oyó que Rose-Marie aceptaba satisfecha. Lanzó para sí una maldición. Tenía tantas ganas de pasar un rato a solas con ella… Un almuerzo compartido con Hedström y Molin no le proporcionaría la romántica intimidad con la que había soñado. Pero debía aguantarse. A espaldas de Rose-Marie, dedicó a Patrik una mirada furiosa, pero luego retiró la silla para que Rose-Marie pudiera sentarse. Hedström y Molin no daban crédito a lo que veían. Era natural. Los mocosos de su edad no habían oído hablar siquiera de la palabra gentkman.
– ¡Cómo me alegro de conocerte… Rose-Marie! -exclamó Patrik mirándola con interés. La mujer sonrió y las arrugas que enmarcaban sus ojos se pronunciaron aún más. Mellberg apenas podía apartar la vista de ella. Había algo en su forma de torcer la boca al sonreír y en el brillo de sus ojos… No, no tenía palabras para describirla.
– ¿Y dónde os conocisteis? -intervino Molin en un tono algo jocoso. Mellberg lo observó con el entrecejo fruncido. Esperaba que no creyesen que iban a poder reírse a su costa. Y a costa de Rose-Marie.
– En Munkedal, en una verbena popular. -A la mujer le brillaban los ojos-. Tanto a Bertil como a mí nos llevaron sendos amigos y, la verdad, ninguno de los dos estaba muy entusiasmado con la fiesta, pero a veces el destino nos lleva al lugar adecuado por vías muy extrañas. -Al decir esto, sonrió a Mellberg, que se sintió enrojecer de felicidad. Ahora sabía que él no era el único que se comportaba como un loco sentimental. Rose-Marie también notó algo especial desde la primera noche.
La camarera se acercó para tomar nota.
– Pedid lo que queráis, ¡invito yo! -se oyó decir Mellberg a sí mismo, para gran sorpresa suya.
Por un instante, lamentó sus palabras, pero la admiración que reflejaban los ojos de Rose-Marie lo reforzó en su decisión y, por primera vez en su vida, comprendió el verdadero valor del dinero. ¿Qué eran unos cuantos billetes comparados con la mirada complacida de una mujer hermosa? Hedström y Molin lo contemplaban atónitos, y Mellberg resopló irritado:
– Venga, pedid lo que sea, antes de que me arrepienta y os lo descuente del salario.
Aún en estado de shock, Patrik balbució que comería «mendo» y Molin, tan perplejo como su colega, sólo fue capaz de asentir para indicar que tomaría lo mismo.
– Yo tomaré pytt i panna [6] -aseguró Mellberg antes de dirigirse a Rose-Marie-. Y tú, preciosa mía, ¿qué te gustaría probar hoy? -Hedström se atragantó con un sorbo de agua y le dio un ataque de tos. Mellberg lo recriminó con la mirada y pensó en lo vergonzoso que era que hombres adultos no supieran comportarse. Desde luego, la juventud de hoy presentaba lagunas imperdonables en su educación.
– Tomaré solomillo de cerdo -respondió Rose-Marie desplegándose la servilleta sobre las rodillas.
– ¿Vives en Munkedal? -preguntó Martin solícito mientras le servía agua a la dama que tenían a la mesa.
– Vivo en Dingle, pero es provisional -explicó la mujer, que dio un sorbo de agua antes de proseguir-. Se me presentó la oportunidad de jubilarme anticipadamente con unas condiciones que no podía rechazar, y luego decidí mudarme más cerca de mi familia. Así que, por el momento, me alojo en casa de mi hermana, hasta que encuentre una vivienda propia. He vivido tantos años en la costa oriental que quisiera pensármelo muy bien antes de elegir dónde construir mis cimientos de nuevo.
Una vez que me haya instalado, no me moveré de allí hasta que me saquen con los pies por delante. -Rose-Marie estalló en una sonora carcajada que hizo brincar el corazón de Mellberg. Se diría que ella lo oyó, pues, bajando la mirada tímidamente, añadió-: Ya veremos dónde termino. En realidad, tiene mucho que ver con las personas que nos cruzamos en la vida. -En este punto alzó la vista, y Mellberg y ella se sostuvieron la mirada durante un silencio elocuente. No recordaba haber sido tan feliz en toda su vida. Abrió la boca para decir algo cuando llegó la camarera para servirles la comida. Rose-Marie se volvió entonces a Patrik y le preguntó:
– ¿Y cómo os va con el asunto de ese asesinato tan terrible? Por lo que me ha contado Bertil, es algo espantoso.
Patrik intentaba concentrarse en que la porción de pescado, patata, salsa y verduras que tenía en el tenedor no cayese en el plato mientras se lo llevaba a la boca.
– Sí, «espantoso», ésa es la forma más apropiada de describirlo -dijo una vez que hubo terminado de masticar-. Y el circo mediático que se ha organizado en el pueblo no nos ha facilitado las cosas, precisamente -añadió mirando hacia la granja municipal.