– Ya. Yo no entiendo que la gente disfrute viendo esa basura -aseguró Rose-Marie meneando la cabeza-. Sobre todo, después de un suceso tan trágico. ¡Uf. ¡La gente se comporta como buitres!
– Una gran verdad, sí señor -opinó Martin sombrío-. Yo creo que el problema es que no ven a las personas que aparecen en televisión como a verdaderos seres humanos. Es la única explicación que se me ocurre. No pueden verlos como a verdaderos seres humanos. De lo contrario, ¿cómo iban a regodearse en esas cosas?
– ¿Sospecháis que alguno de los demás participantes esté implicado en el asesinato? -preguntó Rose-Marie, bajando la voz con cierto secretismo.
Patrik miró a su jefe de soslayo. No se sentía muy cómodo discutiendo cuestiones relativas a la investigación con personas ajenas a la profesión, pero Mellberg no se pronunció.
– Estudiamos el caso desde todos los ángulos posibles -respondió prudente-. Aún no abrigamos ninguna sospecha concreta -remató, resuelto a no decir nada más.
Comieron en silencio durante unos minutos. La comida era excelente y al extraño cuarteto le costaba hallar un tema común de conversación. De improviso, el silencio se vio interrumpido por el estruendo de un timbre de teléfono. Patrik rebuscó en el bolsillo en busca de su móvil y se encaminó a buen paso hacia el vestíbulo mientras respondía, a fin de no molestar a los demás comensales. Regresó al cabo de unos minutos y, sin sentarse de nuevo, se dirigió a Mellberg:
– Era Pedersen. La autopsia de Lillemor Persson está lista. Puede que tengamos algo más sobre lo que trabajar.
Patrik estaba visiblemente preocupado.
Hanna disfrutaba del silencio que reinaba en la casa. Había aprovechado para almorzar allí, ya que, en coche, sólo le llevaba unos minutos. Después del estrés de los últimos días en la comisaría, era un alivio poder descansar los oídos de tanto teléfono durante un rato. En casa sólo se oía, como un murmullo lejano, el rumor del tráfico de la calle.
Se sentó a la mesa de la cocina y sopló un poco para enfriar la comida que había calentado unos minutos en el microondas. Eran restos de salchicha con sofrito de verduras de la cena del día anterior, un plato que, para su gusto, sabía casi mejor al día siguiente que recién preparado.
Era tan agradable estar sola en casa. Amaba a Lars más que a nadie en el mundo, pero, cuando él estaba en casa, siempre se mascaba la tensión en el ambiente, aquel vacío impronunciable. A ella la vida en esa especie de campo de tensión cada día la destrozaba más.
El problema consistía en que era consciente de que lo que desgastaba su relación era algo que jamás podrían cambiar. El pasado descansaba sobre sus vidas como una fina membrana. En ocasiones intentaba hacerle comprender a Lars que debían retirar juntos la membrana, dejar que entrase un poco de aire, un poco de luz. Pero él no conocía otro modo de vivir que aquella oscuridad, aquella humedad, aquello que, aunque pesado, le resultaba familiar.
A veces Hanna anhelaba otra cosa. Algo distinto del miserable círculo vicioso en el que habían caído. Y durante los últimos años, había pensado en más de una ocasión que quizá un hijo borraría el pasado. Un niño que despejase con su luz las tinieblas en que vivían, que aligerase el peso y les permitiese respirar otra vez. Pero Lars se negaba. Ni siquiera se prestaba a tratar el asunto. Ellos tenían su trabajo, cada uno el suyo, y eso bastaba, aseguraba Lars. El problema era que ella sabía que no bastaba. Sentía la exigencia constante de algo más. No veía fin a la situación. Un niño haría que todo se detuviese, que todo concluyese. Dejó el tenedor en el plato, presa del mayor abatimiento. Ya no tenía apetito.
– ¿Qué tal estás? -Simon miraba preocupado a Mehmet, que estaba sentado frente a él en la zona de descanso del personal de la panadería. Llevaban trabajando intensamente muchas horas y se concedieron una breve pausa. No obstante, eso significaba que Uffe debía quedarse al frente de la tienda, por lo que Simon no dejaba de lanzar miradas nerviosas hacia esa parte del local.
– No tendrá tiempo de destrozar nada en tan sólo cinco minutos. Al menos, eso creo yo… -observó Mehmet entre risas. Simon se relajó un poco y rió también de buena gana.
– Por desgracia, yo ya he perdido la esperanza sobre lo que han llamado «incremento» de personal -confesó-. Desde luego, se ve que saqué el peor número cuando sortearon la distribución de los participantes en los distintos puestos de trabajo. -Se lamentó Simon, antes de tomar un sorbo de café.
– Bueno, el peor y el mejor -repuso Mehmet antes de dar también un trago-. También sacaste el premio gordo -observó con una gran sonrisa-. ¡Yo! Así que si nos juntas a Uffe y a mí, tendrás un trabajador medio.
– Sí, en eso tienes razón -convino Simon riendo-. ¡También me tocaste en suerte tú!
Volvió a ponerse serio y se quedó mirando a Mehmet un buen rato, aunque éste optó por ignorarlo. Había en su mirada tantas preguntas y palabras impronunciadas que no tenía fuerzas para enfrentarse a ellas en ese momento. Si es que decidía hacerlo alguna vez.
– No has respondido a mi pregunta. ¿Qué tal estás? -insistió Simon, sin apartar la mirada de él.
Mehmet sintió que las manos le temblaban a causa del nerviosismo. Intentó zafarse de la pregunta.
– Bah, pues bien. No la conocía mucho. Lo peor es el jaleo que se ha armado. Pero los del canal de televisión están encantados. Los índices de audiencia han batido todos los récords.
– Bueno, yo estoy tan harto de veros la jeta todos los días que no he tenido ganas de sentarme a ver ni un solo capítulo.
Simon había reducido la intensidad de su mirada y Mehmet pensó que ya podía relajarse un poco. Tomó un gran bocado de uno de los bollos recién horneados, disfrutando del sabor y el olor a canela caliente.
– ¿Y cómo es eso de que te interrogue la policía? – Simon también cogió un bollo, y de un solo mordisco devoró un tercio.
– Pues nada del otro mundo. -A Mehmet no le gustaba abordar aquel tema con Simon. Y además, acababa de mentirle. No quería revelarle la verdad acerca de lo humillante que le resultaba verse en aquella angosta sala de interrogatorios bajo una lluvia de preguntas. Y cómo sus respuestas nunca parecían ser satisfactorias-. Se portaron bien. No creo que sospechen en serio de ninguno de nosotros. -Evitó la mirada de Simon. Durante un segundo, acudieron a su mente retazos de recuerdos, pero los ahuyentó negándose a aceptar lo que querían que recordase.
– Y el psicólogo con el que habláis, ¿es bueno o qué? -Simon se inclinó y dio otro bocado gigantesco al bollo, mientras aguardaba la respuesta de Mehmet.
– Lars es un buen tío. Nos ha venido muy bien poder hablar con él.
– ¿Y cómo se lo toma Uffe? -Simon hizo un gesto hacia la tienda, donde acababa de ver a Uffe pasando por delante de la panadería y tocando la guitarra con una baguette. Mehmet no pudo evitar una carcajada.
– ¿Tú qué crees? Uffe es… pues eso, Uffe es Uffe. Pero podría haber sido peor. Ni siquiera él se atreve a decir cualquier cosa delante de Lars. Así que… está muy bien lo de Lars.
Una señora mayor entró en la panadería y Mehmet la vio retroceder ante los saltos salvajes de Uffe.
– Oye, creo que ya es hora de ir a salvar a los clientes.
Simon giró la cabeza y también se levantó.
– Sí, de lo contrario, a la señora Hjertén le dará un infarto.
Cuando se dirigían a la tienda, Simon rozó casualmente la mano de Mehmet con la suya. Mehmet la retiró como si se hubiese quemado.
– Erica, esta tarde tengo que ir a Gotemburgo, así que llegaré a casa un poco más tarde. Yo diría que sobre las ocho.
Mientras hablaba con ella, oía de fondo el parloteo de Maja y sintió un súbito deseo de volver con su familia a casa. Daría cualquier cosa por pasar olímpicamente de todo, irse a casa y tirarse en el suelo a jugar con su hija. Los últimos meses se había encariñado mucho con Emma y con Adrian, y también deseaba poder pasar tiempo con ellos. Además, tenía remordimientos al pensar que Erica tuviese que llevar una carga tan pesada antes de la boda, pero, tal y como estaban las cosas, por el momento no le quedaba otra opción. La investigación se hallaba en su fase más intensa y tenía que hacer cuanto estuviese en su mano.