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Suerte que Erica fuese tan comprensiva, se decía mientras se subía en el coche. Estuvo pensando si pedirle a Martin que lo acompañase, pero, en realidad, no era preciso que fueran dos para ver a Pedersen. Y, al menos una tarde, Martin se merecía irse a casa con Pia un poco más temprano. El también había trabajado duro las últimas semanas. Justo cuando Patrik metió la marcha para salir, volvió a sonar el teléfono.

– Aquí Hedström -respondió un tanto irritado, pues esperaba que se tratase de otro periodista preguntón. Cuando oyó quién era, lamentó haber sido tan brusco.

– Hola, Kerstin -dijo al tiempo que apagaba el motor.

Los remordimientos, que llevaban una semana atormentándolo, lo azotaron de la forma más virulenta. Había dejado de lado la investigación de la muerte de Marit para dedicarse al asesinato de Lillemor. En realidad, no lo hizo de forma consciente. Simplemente, se dio así cuando, tras la muerte de la muchacha, los medios empezaron a ejercer una presión desmedida. Con gesto contrito, escuchó lo que le decía Kerstin, antes de responder:

– Pues… por desgracia, no hemos podido averiguar mucho todavía.

– Es cierto, pero no vamos a dejar de centrarnos en Marit, naturalmente.

Una vez más, esbozó una mueca de disgusto al oírse mentir de aquel modo. Pero lo único que podía hacer ahora era tratar de recuperar el tiempo perdido. Después de colgar, se quedó un rato pensando, marcó un número y, cuando atendieron la llamada, estuvo hablando durante cinco minutos con una persona que se mostró extremadamente confundida al oír lo que Patrik le decía. Después, algo más animado, puso rumbo a Gotemburgo.

Dos horas más tarde, giró para detenerse en el laboratorio de criminalística de Gotemburgo. No tardó en encontrar el despacho de Pedersen y, una vez delante de la puerta, dio unos golpecitos discretos. Patrik y Pedersen solían comunicarse por fax o por teléfono, pero, en esta ocasión, el forense había insistido en que deseaba sacar las conclusiones él mismo. Patrik sospechaba que el enorme interés de los medios por el caso había inducido a los jefes a procurar que nada quedase a merced del azar.

– ¡Hola! ¡Cuánto tiempo sin vernos! -exclamó Pedersen cuando Patrik abrió la puerta. Se levantó y fue a estrecharle la mano.

– Pues sí, sí que hace, sí, desde la última vez que nos vimos, porque en lo que a hablar se refiere, lo hacemos cada vez con más frecuencia. Por desgracia, podría añadirse… -respondió Patrik al tiempo que se sentaba en la silla para las visitas, que estaba delante de la gigantesca mesa de escritorio de Pedersen.

– Ya, no puede decirse que yo llame para dar buenas noticias, desde luego.

– No, pero sí son importantes -se apresuró a puntualizar Patrik.

Pedersen respondió con una sonrisa. Era un hombre alto y delgado, pero daba muestras de un carácter afable que contrastaba radicalmente con la brutalidad que veía en su profesión. A juzgar por sus gafas, que llevaba en la punta de la nariz, y por el pelo canoso siempre enmarañado, aunque en distinto grado, cualquier observador podía pensar que era un hombre distraído y poco exhaustivo. Sin embargo, aquello estaba tan lejos de la verdad como pudiera imaginarse. Los documentos que tenía en la mesa estaban ordenados en pulcros montones, en tanto que las carpetas y los archivadores se hallaban cuidadosamente etiquetados y colocados en las estanterías. Pedersen prestaba mucha atención a los detalles. Sacó un montón de papeles y los revisó un poco antes de alzar la vista y tomar la palabra.

– No cabe la menor duda de que la chica murió estrangulada. Se aprecian fracturas en el hioides y en las astas mayores del cartílago tiroideo. Sin embargo, no presenta las hendiduras que dejaría una cuerda, sólo las contusiones a ambos lados del cuello, que coinciden con un par de manos. -Puso delante de Patrik una fotografía ampliada y señaló las magulladuras a las que se refería.

– ¿Insinúas que alguien la estranguló con sus propias manos?

– Sí -respondió Pedersen lacónico. El forense sentía siempre una empatía inmensa con las víctimas que terminaban en su mesa de autopsias, pero su tono de voz rara vez lo dejaba traslucir-. Otro indicio de que hubo estrangulamiento es que presentaba una serie de petequias, es decir, pequeñas manchas cutáneas provocadas por la efusión interna de sangre, tanto en las membranas de los ojos como en la piel circundante.

– ¿Se precisa mucha fuerza física para estrangular a alguien de ese modo? -A Patrik le costaba apartar la vista de la fotografía que representaba a una Lillemor pálida, levemente azulada.

– Más de lo que la gente cree. Estrangular a una persona lleva bastante tiempo y hay que mantener la garganta fuertemente agarrada. Pero, en este caso… -Pedersen sufrió un ataque de tos y se volvió un momento, antes de continuar- En este caso, el asesino se lo puso algo más fácil.

– ¿Qué quieres decir? -Patrik se inclinó hacia delante, cada vez más interesado. Pedersen hojeó los folios que tenía delante hasta que encontró el párrafo que buscaba.

– Aquí. Encontramos restos de somníferos en su sistema circulatorio. Lo más probable es que la durmieran primero y la estrangularan después.

– Joder -dijo Patrik mirando una vez más la foto de Lillemor.

– ¿Pudisteis averiguar cómo ingirió los somníferos? Quiero decir si los mezclaron con algo.

Pedersen negó con un gesto.

– El contenido de su estómago era como un cóctel diabólico. No tengo ni idea de lo que bebió, pero olía claramente a alcohol. Yo diría que estaba muy ebria en el momento de su muerte.

– Sí, bueno, se corrieron una buena juerga aquella noche, según supimos después. ¿Es posible que le administraran el somnífero en alguna de las bebidas que tomó?

Pedersen alzó los brazos con gesto impotente.

– Imposible decirlo con seguridad, pero, desde luego, es una posibilidad.

– Vale, en resumidas cuentas, la durmieron y la estrangularon. De eso estamos seguros. ¿Encontraste alguna otra cosa de interés?

Pedersen volvió a repasar sus documentos.

– Sí, se aprecian otras lesiones. Parece haber recibido golpes en el torso, y una mejilla presentaba un hematoma subcutáneo, como si le hubieran propinado una bofetada tremenda.

– Bueno, eso encaja con lo que sabemos que ocurrió aquella noche -respondió Patrik ceñudo.

– También tenía varios cortes profundos en las muñecas. Debió de sangrar mucho.

– Cortes en las muñecas… -repitió Patrik, que no había reparado en ellos cuando la vio en el camión de la basura. Claro que no fue capaz de examinarla a fondo. Le echó un vistazo y luego se dio la vuelta rápidamente. Aquellos datos eran sin duda muy interesantes-. ¿Qué puedes decir de los cortes?

– No mucho.

Pedersen se pasó la mano por el pelo y se lo revolvió un poco más. Patrik experimentó una sensación de déjà vu: ésa era la imagen que el espejo le devolvía a él últimamente.

– Sin embargo, el modo en que se practicaron me hace pensar que no son autoinfligidos. Ya sabes que es una práctica muy popular, sobre todo entre las adolescentes.

Patrik recordó enseguida la imagen de Jonna en la sala de interrogatorios. Los brazos plagados de heridas, desde la muñeca hasta el codo. En su mente empezó a cobrar forma una idea, pero se encargaría de ello más tarde.

– ¿Y la hora? -preguntó Patrik-. ¿Podrías decir cuándo murió aproximadamente?

– Como ya sabes, yo no me dedico a una ciencia muy exacta, pero la temperatura de su cuerpo en el momento del hallazgo indica que murió durante la noche. En torno a las tres o las cuatro, diría yo basándome en mi experiencia.