Выбрать главу

– Me parece bien -convino Gradenius poniéndose en pie-. Sería estupendo poder ponerle fin a esto. La madre de la víctima estaba… destrozada. Y supongo que, en cierto modo, aún lo está. Todavía me llama de vez en cuando y sería perfecto disponer de alguna información que darle.

– Haremos todo lo que podamos -respondió Patrik estrechándole la mano. Con la carpeta bien pegada al pecho, se encaminó a la salida. No veía el momento de llegar a casa y ponerse a leer aquella documentación. Tenía el presentimiento de que aquello supondría un giro en la investigación. Tenía que ser así.

Lars se derrumbó en el sofá y puso los pies sobre la mesa que tenía delante. Llevaba un tiempo sintiéndose tan cansado… Siempre oprimido por ese cansancio paralizante que lo embargaba negándose a ceder. También las cefaleas se presentaban cada vez con más frecuencia. Era como si cada uno tuviese su origen en el otro: el cansancio en el dolor de cabeza, el dolor de cabeza en el cansancio, en una espiral interminable que lo abatía cada vez más. Se masajeó despacio las sienes y la presión mitigó el dolor levemente. De pronto sintió las manos frescas de Hanna sobre las suyas. Lars las dejó caer sobre sus rodillas, se retrepó y cerró los ojos. Los dedos de ella siguieron masajeándole la cabeza. Hanna había practicado tanto últimamente que sabía muy bien lo que tenía que hacer.

– ¿Cómo te encuentras? -le preguntó con dulzura mientras movía los dedos.

– Bien -respondió Lars, sintiendo cómo la inquietud de Hanna se infiltraba en su pecho y se quedaba allí, irritante. No quería que Hanna se preocupase. Detestaba que Hanna se preocupase.

– Pues no lo parece -objetó Hanna acariciándole la frente. La caricia en sí fue muy agradable, pero a Lars le resultaba imposible relajarse, ya que sentía flotar en el aire las preguntas que ella no formulaba. Irritado, le apartó las manos y se levantó.

– Te digo que estoy bien. Sólo un poco cansado. Será la primavera.

– La primavera… -dijo Hanna con una risa tan amarga como irónica-. ¿Culpas a la primavera? -preguntó sin moverse de detrás del sofá.

– Pues sí, ¿a qué demonios le voy a echar la culpa si no? Bueno, quizá a que llevo un tiempo trabajando como una máquina, no sólo con el libro, sino también intentando que los imbéciles de la granja no se desmadren.

– Vaya, ¡qué manera más respetuosa de hablar de tus clientes! O de tus pacientes… Y a ellos, ¿les has explicado que te parecen unos imbéciles? Me imagino que eso facilita la terapia un montón.

Hablaba presa de una crispación manifiesta, que dirigió contra Lars con la intención de que sintiera su aguijón. Él no comprendía por qué Hanna actuaba así. ¿Por qué no podía dejarlo en paz? Lars estiró el brazo en busca del mando del televisor y se sentó de nuevo en el sofá, de espaldas a Hanna. Tras cambiar varias veces de canal, se detuvo en el programa Jeopardy, para medir sus conocimientos con los participantes. Hasta ahora, siempre había sabido las respuestas.

– Y ¿de verdad tienes que trabajar tanto? Y además, ¡con eso! -añadió Hanna. Todo lo que no decían cargaba de tensión el ambiente.

– Bueno, supongo que no tengo ninguna obligación -respondió Lars con el íntimo deseo de que Hanna guardase silencio por fin. A veces se preguntaba si Hanna lo comprendía siquiera. Si entendía todo lo que hacía por ella. Se volvió y dirigió la mirada hacia su mujer-. Hanna, hago lo que tengo que hacer. Como siempre. Y tú lo sabes.

Sus miradas se cruzaron un instante. Luego, Hanna se dio media vuelta y se marchó. Él la siguió con la mirada. Un minuto después, oyó que salía y cerraba la puerta.

El programa Jeopardy seguía haciendo sus preguntas en la televisión.

– «¿Qué es El viejo y el mar?» -oyó preguntar al presentador. Eran unas preguntas demasiado fáciles.

– Bueno, ¿y qué os está pareciendo el programa, chicas? -preguntó Uffe al tiempo que abría unas cervezas para las muchachas, que las aceptaron entre risitas.

– Divino -dijo la rubia.

– De puta madre -opinó la de cabello castaño.

Calle se dijo que, precisamente aquella noche, no tenía ninguna gana. Uffe se había llevado dentro a dos de las chicas que andaban merodeando delante de la granja y ahora desplegaba con ellas su gran ofensiva de seducción… en la medida de sus posibilidades. La seducción no era su fuerte, precisamente.

– A ver, ¿quién os parece más guapo? -Uffe le pasó el brazo por los hombros a la rubia y se le acercó un poco más-. Yo, ¿verdad? -Se rió y le hizo cosquillas a la chica en el costado, a lo que ella respondió con una risita complacida. Animado por la reacción, continuó-: Bueno, la verdad es que no tengo competencia digna de mención. Aquí soy el único que es un hombre de verdad. -Empinó la botella para tomar un trago de cerveza, y señaló luego con ella en dirección a Calle-. Mira ése, por ejemplo. El típico ligón que se pasea por la plaza de Stureplan, con el pelo engominado y todo el equipo. Nada que les interese a unas chicas diez como vosotras. Lo único que sabe hacer es sacar la Visa de su papá, ¿sabéis? -Las chicas volvieron a reír y Uffe prosiguió-: Luego está Mehmet -dijo señalando a éste, que estaba leyendo tumbado en su cama-. Os juro que es lo opuesto a un ligón. Un verdadero currante negro. El sabe cómo mantenerse en la brecha, pero claro, es obvio que no hay carne como la sueca. -Tensó los músculos, antes de intentar meter la mano bajo el jersey de la rubia, pero la joven adivinó la maniobra y, tras una angustiosa mirada a la cámara que los enfocaba, apartó la mano de Uffe discretamente. Uffe pareció contrariado un instante, pero no tardó en reponerse del fracaso. A las chicas siempre les llevaba un rato olvidarse de las cámaras, pero luego todo iría sobre ruedas. Su objetivo aquellas semanas era poder cabalgar un poco -o un mucho, más bien- bajo las sábanas y en directo. Joder, que eso lo convertía a uno en leyenda. En la isla estuvo muy cerca. Si aquella mema de Jokkmokk hubiese estado un poquito más borracha, le habría salido bien. Aquel recuerdo aún lo atormentaba, y estaba ansioso de tomarse la revancha.

– Mierda, Uffe, ¿no podemos simplemente tomárnoslo con calma? -Calle notaba que se iba indignando por momentos.

– ¿Cómo que tomárnoslo con calma? -Uffe volvió al ataque con la mano y, en esta ocasión, llegó un poco más lejos-. No estamos aquí para tomárnoslo con calma. Y yo que creía que tú eras el marchoso por excelencia… ¿Es que has perdido el brío? ¿O sólo te va la marcha de Stureplan? -preguntó Uffe en tono hiriente.

Calle miró a Mehmet, para ver si recibía algo de apoyo por su parte, pero éste parecía totalmente absorto en su libro de ficción. Una vez más, tomó conciencia de lo harto que estaba de aquella porquería. Ni siquiera sabía por qué aceptó al principio. El programa Robinson fue otra cosa, pero aquello… Verse allí encerrado con semejantes imbéciles. Con un gesto altanero, se colocó los auriculares, se tumbó boca arriba y se puso a escuchar música en el iPod. Subió el volumen bien alto, para no tener que oír el parloteo de Uffe, y dio rienda suelta a sus pensamientos. Pero éstos lo retrotrajeron implacables a un tiempo pasado. En primer lugar, los recuerdos más remotos, imágenes de su niñez, granulados y entrecortados, como si se tratase de una reproducción en súper 8. El, corriendo hacia su madre, que lo aguardaba con los brazos abiertos. El olor de su pelo, mezclado con un aroma a hierba, a verano. La sensación de seguridad total que le proporcionaba aquel abrazo. También veía reír a su padre. Y cómo los contemplaba con una mirada llena de amor. Y, pese a todo, siempre yéndose, siempre camino de otro lugar. Nunca tenía tiempo de quedarse y participar de su abrazo. Nunca tenía tiempo de oler él también la cabellera de su madre. Ese olor a Timotei que su nariz aún podía evocar perfectamente.