Patrik comprendía el escepticismo de Gösta pero, aun así, se irritó. En efecto, tenía la inequívoca sensación de que existía una conexión, y de que debían relacionar la antigua investigación con aquella otra.
– Eso es lo que hemos de averiguar -respondió Patrik-. Pensaba empezar por escribir aquí lo poco que sabemos, quizá así encontremos entre todos el modo de seguir adelante. -Le quitó el tapón a uno de los rotuladores y trazó una línea vertical en el centro del papel. En la parte superior de cada columna escribió «Marit» y «Rasmus» respectivamente-. Y bien, ¿qué sabemos de las víctimas? O, bueno, qué sabemos de Marit, para empezar. Yo iré escribiendo la información que tenemos sobre Rasmus Olsson, puesto que soy el único que ha tenido acceso a los datos de esa investigación. Pero luego os daré copias de todo -añadió.
– Cuarenta y tres años -comenzó Martin-. Pareja, una hija de quince años, trabajadora autónoma.
Patrik anotó cuanto Martin había dicho antes de, rotulador en mano, volverse a mirar al resto del grupo, a la espera de más información.
– Abstemia -dijo Gösta que, por un segundo, pareció estar prestando verdadera atención.
Patrik lo señaló con el dedo para marcar la importancia de lo que acababa de decir, antes de plasmar en el papel la palabra «abstemia», escrita con letras mayúsculas. A continuación, se apresuró a cumplimentar la información correspondiente en la columna de Rasmus: «Treinta y un años, soltero, sin hijos, empleado de una tienda de animales… Abstemio».
– Interesante -observó Mellberg que, con los brazos cruzados, asintió expectante desde su silla.
– ¿Qué más?
– Nacida en Noruega, separada, enemistada con el ex marido, una persona formal… -intervino Hanna, que concluyó con un gesto de resignación al comprobar que no recordaba ningún otro detalle. Patrik escribió los datos. La columna de Marit crecía mientras que la de Rasmus permanecía con muy poca información. Patrik añadió «una persona formal» también en la columna de Rasmus, pues en su conversación con la policía de Boras salió a relucir que, de hecho, era un hombre cumplidor y sensato. Tras unos instantes de reflexión, escribió «¿accidente?» en la columna de Marit y «¿suicidio?» en la de Rasmus. El silencio general indicaba que no parecía haber mucho más que añadir, por ahora.
– Bien, pues tenemos dos víctimas totalmente distintas, aparentemente, asesinadas del mismo modo, mediante un procedimiento muy extraño. Difieren en edad, sexo, profesión, estado civil, en fin, que no parece que tuvieran nada en común, salvo su condición de abstemios.
– Abstemio… -intervino Annika-. Para mí esa palabra tiene casi un tono religioso. Por lo que sé, Marit no era una persona religiosa, sencillamente, no bebía alcohol.
– Cierto. Y es un dato que debemos averiguar sobre Ras-mus. Puesto que es el único denominador común, creo que es el mejor punto de partida de que disponemos. He pensado que Martin y yo iremos a hablar con la madre de Rasmus; tú, Gösta, podrías ir con Hanna a tener una charla con la pareja de Marit y con su ex marido. Averiguad tanto como sea posible acerca de su vida como abstemia. ¿Existía algún motivo concreto para que no bebiese? ¿Pertenecía a algún tipo de organización? En fin, cualquier cosa que nos proporcione una pista de cuál podría ser la conexión de su caso con el de un soltero de treinta y un años residente en Boras. Por ejemplo, podéis indagar en qué ciudades había vivido con anterioridad y si, en algún período de su vida, residió en la zona de Boras.
Gösta miró a Hanna cansado, pero inquisitivo.
– Claro, podemos empezar esta misma tarde.
– Claro -corroboró Hanna que, no obstante, demostró escaso entusiasmo ante la tarea.
– ¿Alguna objeción a este reparto de tareas? -le preguntó Patrik a Hanna con rabia en la voz, aunque se arrepintió enseguida. Estaba tan cansado…
– No, qué va -respondió Hanna molesta, antes de que Patrik suavizara la situación-. Simplemente, a mí me parece un poco flojo el razonamiento y me gustaría tener más datos objetivos, para no correr el riesgo de perder el tiempo con una falsa pista. Es decir, yo me pregunto: ¿de verdad es lícito concluir que existe una conexión? Puede que el hecho de que las circunstancias de sus muertes respectivas sean similares sólo sea una coincidencia. Puesto que no existe ninguna relación evidente entre las víctimas, a mí me parece que todo es muy vago. Pero, claro, eso no es más que mi opinión personal. -Hanna extendió las palmas de las manos, como para indicar que se trataba de algo más que de un mero juicio.
Patrik respondió secamente, con una frialdad sorprendente incluso para él mismo:
– En tal caso, te aconsejo que te guardes tu opinión hasta nueva orden y que realices la tarea que se te ha encomendado.
Notó las miradas perplejas de todos en su espalda mientras salía del despacho de Mellberg. Y sabía que su estupefacción estaba más que justificada. El no solía reaccionar con tanta brusquedad, pero Hanna había puesto el dedo en la llaga. ¿Y si su intuición lo conducía por un camino equivocado? Sin embargo, había algo en su interior que reforzaba su convencimiento: tenía que existir una relación entre ambos casos. Y se trataba de encontrarla.
– Ajá…dijo Kristina en un tono más bien interrogativo, antes de, con una mueca de aversión, dar un sorbito de té.
En efecto, para sorpresa de Erica, Kristina le había explicado que había dejado de tomar café a causa de su «frágil estómago», según dijo con un suspiro mientras se daba una palmadita en el abdomen. Sin embargo, Erica sabía que era una gran bebedora de café, por lo que pensó que sería interesante comprobar cuánto iba a durar aquella decisión. Su suegra las obsequió con una prolija exposición del modo en que su delicado estómago había dejado de tolerar el café, antes de darles la espalda y dedicarse a jugar con Maja. Erica miró a Anna y alzó la vista al cielo discretamente, haciendo un esfuerzo por contenerse. Erica y Patrik jamás habían oído hablar de que Kristina tuviese un «estómago delicado», pero la mujer había leído en la revista Allers un artículo al respecto, y no tardó en adjudicarse todos los síntomas.
– ¿Es esta niña el tesoro de su abuela? Que sí, que esta niña es el tesoro de su abuela, cuchicuchicuchi -parloteaba Kristina ante la mirada perpleja de Maja.
Había ocasiones en que a Erica le daba la impresión de que su hija ya era más inteligente que la abuela, pero, aunque con esfuerzo, se había abstenido de exponerle a Patrik tal teoría. Como si le hubiese leído el pensamiento, Kristina se volvió hacia su nuera y le clavó una mirada asesina.
– Bueno, ¿y cómo va lo de la boda esa? -dijo en un tono muy distinto al que había usado con la pequeña.
De hecho, cuando decía «la boda esa» usaba el mismo tono que si hubiera dicho «la mierda esa», expresión que comenzó a utilizar en el preciso instante en que tuvo claro que no sería ella quien mangonease todo lo relacionado con la celebración.
– Pues, gracias, va todo estupendamente -respondió Erica con la sonrisa más cordial de que fue capaz, aunque maldiciendo para sus adentros con la peor retahíla de groserías que le vino a la mente. Un vocabulario digno de un marinero.
– Vaya -replicó Kristina disgustada. Erica intuía que le había preguntado con la esperanza de oír que existía cierta amenaza de catástrofe al menos.
Anna, por su parte, se había mantenido al margen escuchando entretenida la conversación entre su hermana y la suegra de ésta, pero ahora decidió echarle un cable.
– Sí, la verdad, todo va sobre ruedas. Incluso llevamos cierto adelanto con respecto a los planes, ¿verdad, Erica?
Erica asintió con orgullo manifiesto, aunque en su interior las maldiciones habían dado paso a un gran signo de interrogación.
¿Cierto adelanto con respecto a los planes? Anna exageraba, desde luego, pero Erica disimuló su asombro ante Kristina. Había aprendido un truco que consistía en pensar en su suegra como en un tiburón. Si se le permitía que olfateara la sangre, aunque fuese de lejos, uno se arriesgaba a perder un brazo o una pierna tarde o temprano.