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– Ajá… -dijo la mujer en tono vacilante.

Patrik comprendía que, por mucho que se alegrase de que ahora volvieran a investigar el caso, le horrorizaba tener que evocar todos aquellos recuerdos. Le concedió unos minutos para que ordenase sus ideas y aguardó pacientemente. Al cabo de un rato, la mujer comenzó a hablar con voz temblorosa.

– Fue hace tres años, el 2 de octubre, bueno, hace casi tres años y medio… Rasmus… En fin, vivía conmigo. No acababa de arreglárselas solo para llevar su casa, así que vivía conmigo. Acudía a su trabajo a diario. Salía a las ocho en punto todas las mañanas. Llevaba ocho años trabajando en el mismo establecimiento, y le gustaba mucho. Eran tan amables con él… -Eva sonrió ante aquel recuerdo-. Solía llegar a casa sobre las tres. Jamás se retrasó más de diez minutos. Nunca. Así que… -En este punto, se le quebró la voz, pero se serenó enseguida y pudo continuar-. Así que, cuando dieron las tres y cuarto, luego las tres y media, y, finalmente, las cuatro… Supe que algo no iba bien. Que había sucedido algo. Y llamé a la policía de inmediato. Pero ellos, bueno, no quisieron escucharme. Me dijeron que no tardaría en volver a casa, que, como adulto que era, no podían emitir la orden de búsqueda tan pronto, «con indicios tan poco sólidos». Eso dijeron exactamente, «con indicios tan poco sólidos». Yo creo que no hay indicios más sólidos que la intuición de una madre, pero claro, yo qué sé… -se interrumpió y exhibió una pálida sonrisa.

– ¿Cómo…? -balbució Martin, buscando la expresión adecuada-. ¿Cuánta ayuda necesitaba Rasmus en el día a día?

– ¿Quiere decir qué grado de retraso mental sufría? -preguntó Eva sin ambages.

Martin asintió incómodo.

– Pues, al principio, ninguno en absoluto. Rasmus obtenía las mejores calificaciones posibles en la mayoría de las asignaturas y, además, a mí me ayudaba muchísimo en casa. Siempre estuvimos los dos solos, desde el principio -dijo con otra sonrisa, tan llena de amor y de dolor que Patrik tuvo que apartar la vista-. Fue a partir de un accidente de tráfico en el que se vio involucrado a los dieciocho años cuando empezó a mostrarse… cambiado. Sufrió una lesión en el cráneo y nunca volvió a ser el que era. Era incapaz de cuidarse solo, de seguir adelante con su vida, de mudarse de la casa de su madre, como los demás chicos de su edad. Rasmus se quedó conmigo. Y entre los dos nos construimos una vida a nuestra manera. Una buena vida, diría yo que pensaba Rasmus también. O, en cualquier caso, la mejor, dadas las circunstancias. Claro que tenía sus malos momentos… pero los pasábamos juntos.

– Y debido a esos… malos momentos, la policía no investigó su muerte como un caso de asesinato, ¿verdad?

– Así es. Rasmus había intentado quitarse la vida en una ocasión. Dos años después del accidente. Cuando tomó conciencia de hasta qué punto había cambiado. Y de que nada volvería a ser como antes. Pero yo lo encontré a tiempo. Rasmus me prometió que jamás volvería a intentarlo y sé que cumplió su promesa. -Miró alternativamente a Patrik y a Martin, deteniéndose unos segundos en cada uno de ellos.

– Bien, ¿y qué ocurrió después, el día que lo encontraron muerto? -preguntó Patrik antes de coger una galleta de nueces. Su estómago protestaba advirtiéndole de que ya había pasado la hora del almuerzo, pero pensó que podría mantener el hambre a raya con un poco de azúcar.

– Llamaron a la puerta. Justo antes de las ocho. Lo supe en cuanto los vi. -Eva cogió la servilleta y se enjugó despacio una lágrima que rodaba por su mejilla-. Me dijeron que habían encontrado a Rasmus. Que había saltado desde un puente. Era… ¡Era tan absurdo! El jamás habría hecho tal cosa. Y dijeron que parecía que había bebido un montón justo antes. Pero eso no podía ser. Rasmus jamás bebía. No podía, desde el accidente. No, nada encajaba, y yo lo indiqué. Pero nadie me creyó. -Bajó la vista y volvió a secarse las lágrimas con la servilleta-. Después de transcurrido un tiempo, archivaron el caso clasificándolo de suicidio. Pero yo llamo al comisario Gradenius de vez en cuando, para que no lo olvide. Tengo la sensación de que él me cree. Al menos, un poco. Y ahora aparecen ustedes…

– Sí -dijo Patrik reflexivo-. Ahora aparecemos nosotros. -Sabía perfectamente lo difícil que les resultaba a los familiares aceptar la idea del suicidio de las víctimas. Y que aceptaban cualquier razón, salvo que la persona que amaban hubiese optado por quitarse la vida y causarles tanto dolor. En no pocas ocasiones ellos mismos sabían que era cierto, pero, en este caso, Patrik se inclinaba por creer en las convicciones de Eva. Su relato suscitaba los mismos interrogantes que la muerte de Marit; y su sensación de que existía una conexión se veía reforzada a cada minuto-. ¿Aún conserva su habitación? -preguntó en un impulso.

– Desde luego que sí -respondió Eva al tiempo que se ponía de pie, como agradecida por la interrupción-. La dejé tal y como estaba entonces. Puede parecer un poco… sentimental, pero es lo único que me queda de Rasmus. A veces entro y me siento en el borde de la cama y hasta hablo con él. Le cuento cómo ha sido la jornada, qué tiempo hace y lo que pasa en el mundo. Una vieja loca, ¿verdad? -preguntó y rompió en una carcajada tan sincera que toda su cara pareció iluminarse por un momento.

Patrik pensó que debió de ser guapa de joven. No hermosa, quizá, pero sí guapa. Una foto ante la cual pasaron al cruzar el pasillo se lo confirmó. Una joven Eva, con un bebé en brazos. El rostro encendido de felicidad, pese a que le resultaría difícil criar sola a un niño. Sobre todo en aquella época.

– Es aquí -afirmó Eva señalándoles la última habitación del pasillo.

El dormitorio de Rasmus estaba tan limpio y ordenado como el resto de la casa, sólo que aquella estancia tenía un carácter peculiar. Era evidente que la había decorado el propio Rasmus.

– Le gustaban los animales -explicó Eva orgullosa al tiempo que se sentaba en la cama.

– Sí, ya lo veo -dijo Patrik riéndose. Había pósters de animales por todas partes. Y también había animales en las fundas de los almohadones, en la colcha y en la gran alfombra, con el dibujo de un tigre.

– Soñaba con trabajar como cuidador en un zoo. Los demás chicos querían ser bomberos o astronautas, pero Rasmus quería ser cuidador de animales. Yo creía que de mayor se le pasaría, pero siguió fiel a sus inclinaciones. Hasta que… -Se le quebró la voz, carraspeó un poco y pasó la mano despacio por la colcha-. Después del accidente, le quedó el interés por los animales. Y que se le presentara la oportunidad de trabajar en una tienda de mascotas fue… un regalo del cielo. Le encantaba su trabajo, y lo hacía muy bien. Se encargaba de dar de comer a los animales y de procurar que las jaulas y los acuarios estuviesen limpios. Y lo hacía de un modo ejemplar.

– ¿Podríamos echar un vistazo un momento? -preguntó Patrik con dulzura.

Eva se puso de pie.

– Pueden mirar lo que quieran y preguntar lo que necesiten saber, con tal de que hagan lo posible por traernos la paz a mí y a Rasmus.

Cuando la mujer salió de la habitación, Patrik y Martin intercambiaron una mirada. No era preciso que dijeran nada. Ambos sentían el peso de la responsabilidad que llevaban sobre sus hombros. No querían traicionar las esperanzas de la madre de Ras-mus, pero tampoco podían prometerle que sus investigaciones condujesen a alguna parte.

En cualquier caso, pensaban hacer cuanto estuviese en su mano.

– Yo miraré en los cajones y tú en el armario, ¿de acuerdo? -dijo Patrik, que ya había abierto el primer cajón.

– Claro -convino Martin dirigiéndose a la pared, cubierta por un armario de puertas blancas y sencillas-. ¿Buscamos algo en concreto?

– Si quieres que te sea sincero, no tengo ni idea -confesó Patrik-. Cualquier cosa que nos dé una pista de cuál es la conexión entre Rasmus y Marit.