– Y el nombre de Rasmus Olsson, ¿le suena de algo?
Kerstin meneó la cabeza y se calentó las manos con la taza.
– No, nunca lo había oído.
– Bien, en ese caso, no creo que lleguemos mucho más lejos, por ahora. Ni que decir tiene que también hablaremos con Ola. Y, si recuerda algo, no dude en llamarnos. -Gösta se puso en pie y Hanna siguió su ejemplo. Parecía aliviada.
– Sí, claro, si recuerdo algo les llamaré -aseguró Kerstin sin levantarse para acompañarlos a la salida.
Ya en el umbral, Gösta no pudo contenerse y le dijo:
– Kerstin, debería salir a dar un paseo, hace un tiempo estupendo. Y necesita salir y respirar un poco de aire fresco.
– Vaya, se parece a Sofie -dijo Kerstin, volviendo a sonreír-. Sé que tienen razón, quizá salga a dar un paseo a media mañana.
– Bien -asintió Gösta sin más antes de cerrar la puerta. Hanna no lo miró. Ya iba un par de pasos por delante, en dirección a la comisaría.
Con mucho cuidado, Patrik dejó la bolsa con la mochila encima del escritorio. Aunque ignoraba si sería necesario, puesto que la policía ya lo había revisado todo hacía tres años y medio, se puso unos guantes de látex, por si acaso. No sólo por no interferir ni malograr el posible trabajo de la policía científica, sino también porque le desagradaba la idea de tocar la sangre reseca de la mochila con sus manos.
– ¡Uf! ¡Qué vida más solitaria! Y qué trágica… -exclamó Martin a su lado, mientras observaba lo que hacía su colega.
– Sí, parece que la única persona que tenía en el mundo era su hijo -convino Patrik abriendo la cremallera con un suspiro.
– No debió de ser nada fácil, tener un hijo y criarlo sola. Y luego el accidente… -Martin vaciló un instante-. Y el asesinato.
– Ya, y luego que te crean -añadió Patrik, que ya estaba extrayendo el contenido de la mochila. Había un walkman, aunque Patrik intuía que esa denominación para el aparato que tenía delante revelaba más de lo que él habría deseado acerca de su edad y su falta de interés por la técnica. Ya no se llamaban así y él lo sabía, pero no tenía ni idea de su nombre actual. En cualquier caso, era un reproductor de música diminuto, con unos auriculares. Aunque dudaba mucho de que funcionase, ya que parecía haberse llevado un buen golpe en la caída desde el puente, y algo resonó en su interior cuando Patrik lo sacó.
– ¿Desde qué altura cayó? -preguntó Martín sacando una silla para sentarse junto a la mesa.
– Diez metros -respondió Patrik, que seguía concentrado en vaciar la mochila.
– ¡Vaya! -exclamó Martin con una mueca-. No debía de ofrecer un espectáculo muy agradable.
– No -contestó Patrik mecánicamente. Las fotografías del lugar del accidente pasaban a toda velocidad por su mente. Cambió de tema de conversación-. Estoy un poco preocupado, no sé cómo vamos a distribuir los recursos ahora que tenemos que investigar dos casos simultáneamente.
– Te comprendo -admitió Martin-. Y sé lo que estás pensando. Que cometimos un error permitiendo que los medios de comunicación nos empujasen a relegar la muerte de Marit a un segundo plano. Y sí, bueno, seguro que es cierto, pero lo hecho, hecho está, y ahora no tiene mucho remedio, salvo que repartamos las tareas de un modo más inteligente.
– Sí, ya sé que tienes razón -respondió Patrik sacando una cartera, que dejó sobre la mesa-. Y, aun así, me cuesta dejar de pensar en todo lo que deberíamos haber hecho de otra forma. Además, tampoco sé cómo proseguir con la investigación del caso de Lillemor Persson.
Martin reflexionó un instante.
– Lo que tenemos hoy por hoy, tal y como yo lo veo, son los pelos del perro y las grabaciones que nos ha cedido la productora.
Patrik abrió la cartera y empezó a revisar el contenido.
– Sí, es más o menos lo que yo pensaba. Los pelos del perro son una pista muy interesante en la que debemos seguir indagando. Según Pedersen, se trata de una raza poco común, quizá existan registros, listas de propietarios, asociaciones, en fin, cualquier cosa que nos permita llegar hasta el dueño. Quiero decir que, con doscientos perros en toda Suecia, debería ser fácil localizar a un propietario que viva en esta zona.
– Sí, suena lógico -opinó Martin-. ¿Quieres que me encargue yo?
– No, se me ha ocurrido que podría hacerlo Mellberg. Así se hará como es debido. -Martin lo miró perplejo y Patrik se echó a reír-. ¿Y tú qué crees? Por supuesto que quiero que te encargues tú, hombre.
– Ja-ja-ja. Muy gracioso -respondió Martin bromeando. Pero enseguida se puso serio otra vez, se inclinó sobre los objetos que había en la mesa y preguntó-: ¿Qué es eso?
– Nada emocionante, me temo -respondió Patrik-. Dos billetes de veinte, una moneda de diez, el carné de identidad, un papel con la dirección de su casa y los números de teléfono de su madre, tanto el de casa como el móvil.
– ¿Sólo eso? -preguntó Martin.
– Sí. Bueno, no… -se corrigió con una sonrisa-. También hay una foto de él con Eva. -Se la enseñó a Martin. Un joven Rasmus rodeaba con su brazo los hombros de su madre y sonreía a la cámara. Rasmus le sacaba a Eva dos cabezas, y se percibía cierta actitud protectora en su gesto. Sería de antes del accidente. Después, se invirtieron los papeles y la que protegía era Eva. Patrik volvió a dejar la foto en la cartera.
– ¡Mira que hay gente sola en el mundo! -dijo Martin fijando la vista en un punto indeterminado del horizonte.
– Sí, sí que hay -convino Patrik-. ¿Estás pensando en alguien en concreto?
– No… bueno, estaba pensando en Eva Olsson. Pero también en Lillemor. Imagínate, no tener a nadie que llore tu muerte. Sus padres fallecieron y no tiene más familiares. Nadie a quien transmitirle la noticia. Lo único que ha dejado son unos cientos de horas de grabaciones televisivas, que terminarán cogiendo polvo en algún archivo.
Guardaron silencio unos minutos. Ambos recrearon la imagen de un ataúd descendiendo solitario en el hoyo, ni un solo familiar, ningún amigo. Infinitamente triste.
– Un diario -anunció Patrik rompiendo el silencio. Se trataba de un libro negro bastante grueso, cuyas páginas tenían un borde dorado. Se notaba que para Rasmus era muy importante.
– ¿Qué hay? -preguntó Martin con curiosidad. Patrik hojeó un poco las páginas repletas de texto.
– Creo que son notas sobre los animales de la tienda -dijo Patrik al fin-. Mira esto, por ejemplo: «Hercules, pienso tres veces al día, cambio de agua frecuente, limpieza diaria de la jaula. Gudrun, un ratón por semana, limpieza semanal del terrario».
– Parece que Hercules es un conejo o una cobaya o algo así, y yo diría que Gudrun es una serpiente -sonrió Martin.
– Sí, Rasmus era muy meticuloso, tal y como nos dijo su madre -dijo Patrik mientras pasaba las páginas del libro. Todas trataban de animales y no contenían nada que despertase su interés-. Bueno, ya no parece que haya nada más.
Martin dejó escapar un suspiro.
– Ya, bueno, yo tampoco creía que fuésemos a encontrar nada decisivo para la investigación. La policía de Boras ya lo revisó todo en su momento. Pero, claro, la esperanza es lo último que se pierde.
Patrik devolvió el libro al interior de la mochila con mucho cuidado. De pronto, se oyó un ruidito.
– Espera, aquí hay algo más. -Volvió a sacar el diario, lo dejó encima de la mesa y volvió a meter la mano en la mochila. Cuando sacó lo que había en el fondo, Martin y él se quedaron mirándose atónitos y sin dar crédito a lo que veían. Desde luego, no esperaban encontrar aquello en la mochila de Rasmus, pero el hallazgo demostraba, fuera de toda duda, que existía una conexión real entre las muertes de Rasmus y Marit.