Con su padre en el trabajo se estaba a gusto en el piso. Sofie prefería estar sola en casa. De lo contrario, su padre siempre estaba encima dándole la tabarra con los deberes, preguntándole dónde había estado, adonde iba, con quién hablaba por teléfono, cuánto gastaba en llamadas. Dale que te pego. Y, además, tenía que procurar que todo estuviese en orden. No podía haber cercos de vasos en la mesa de la sala de estar, ningún plato en el fregadero, los zapatos formando una línea perfecta en el zapatero, ni un solo pelo en la bañera después de ducharse… Podía hacer una lista infinita. Sabía que era una de las razones por las que Marit había optado por irse. Sofie los oía discutir y, cuando tenía diez años, ya conocía todos los matices de sus disputas. Pero su madre tenía la oportunidad de irse y, mientras vivió, Sofie contaba con un respiro dos semanas al mes, lejos de tanto rigor y tanta perfección. Con Kerstin y Marit podía poner los pies en la mesa del sofá, poner la mostaza en medio del frigorífico, en lugar de en el compartimento de la puerta, y dejar enredados los flecos de la alfombra, en lugar de verse obligada a peinarlos para que se vieran lisos y ordenados. Era maravilloso estar con ellas y le ayudaba a sobrellevar la semana de disciplina estricta. Pero ahora se acabó la libertad, ya no había escapatoria. Se veía atrapada allí, en medio de tanta pulcritud y de tanto brillo. En un hogar donde siempre la interrogaban y la cuestionaban. Los únicos momentos de descanso los hallaba cuando volvía pronto de la escuela. Entonces se permitía pequeños actos de rebeldía. Como, por ejemplo, tomarse una taza de cacao sentada en el sofá blanco, poner música pop en el reproductor de CD de Ola y desordenar los cojines. Sin embargo, siempre lo arreglaba todo antes de que él llegase a casa. Cuando Ola entraba por la puerta, no quedaba ni rastro de su rebelión. No imaginaba un horror mayor que la posibilidad de que Ola saliese un poco antes del trabajo y la descubriese. Aunque era altamente improbable: sólo estando enfermo de muerte se le pasaría por la cabeza salir del trabajo un minuto antes de la hora. Debido a su cargo de jefe de equipo, consideraba vital dar ejemplo, y no toleraba los retrasos, las bajas por enfermedad y las salidas anticipadas del trabajo ni en sí mismo ni en sus subordinados.
Marit lo compensó con el cariño. Sofie lo veía clarísimo ahora. Ola era la crudeza, la limpieza, el frío, en tanto que Marit significaba la seguridad, el calor, un poco de caos y de alegría. Sofie había pensado a menudo qué verían el uno en el otro al principio. Cómo dos personas tan distintas llegaron a conocerse, a enamorarse, a casarse y a tener un hijo juntos. Para Sofie siempre fue un misterio, desde que le alcanzaba la memoria.
Se le ocurrió una idea. Aún faltaba más de una hora para que su padre volviese del trabajo. Entró en el dormitorio de Ola, que antes fuera también el de su madre. Sabía dónde lo tenía todo. En el armario, al fondo, en el rincón. Una gran caja con todo lo que Ola llamaba «las chorradas sentimentales de Marit», pero de las que aún no se había desprendido. A Sofie le sorprendía que su madre no se las hubiese llevado cuando se mudó, pero quizá deseaba dejarlo atrás todo, puesto que se disponía a comenzar una nueva vida. Lo único que quiso llevarse consigo era a Sofie. Eso le bastaba.
Sofie se sentó en el suelo y abrió la caja. Estaba llena de fotos, de recortes, de mechones de pelo de Sofie cuando era pequeña y las pulseritas de plástico que les pusieron a ella y a Marit en la maternidad para identificarlas como madre e hija. En un tarro pequeño sonó un ruidito y, al abrirlo, Sofie constató con cierta repugnancia que eran dos dientes diminutos, seguramente suyos, aunque no por ello le daban menos asco.
Pasó media hora repasando despacio el contenido de la caja. Una vez lo hubo examinado todo, fue colocándolo en pequeños montones que dispuso en el suelo. Comprobó perpleja que las viejas fotos de cuando Marit era adolescente mostraban a una jovencita que se parecía muchísimo a ella. Nunca antes había reparado en que fuesen tan iguales, pero se alegraba. Estudió a fondo la fotografía de boda de Marit y Ola, en un intento de detectar el germen de todos los problemas que los esperaban. ¿Sabrían ya que no iba a funcionar? Sofie creyó intuir que así era, Ola tenía un aspecto severo, pero satisfecho a un tiempo. La expresión de Marit denotaba casi indiferencia, era como si hubiese clausurado los canales de todos sus sentimientos. Y, desde luego, no se la veía como a una novia radiante de felicidad. Los recortes de los periódicos amarilleaban un poco y crujieron resecos cuando Sofie los desplegó. Era el anuncio de la boda, el de su nacimiento, un recorte de cómo tejer patucos, recetas de cenas suculentas, artículos sobre enfermedades infantiles. Sofie sentía como si tuviese a su madre entre las manos. Casi se imaginaba a Marit sentada a su lado riéndose de los artículos que había recortado sobre la mejor manera de limpiar el horno o sobre cómo se prepara el jamón de Navidad perfecto. Sintió que Marit le ponía la mano en el hombro y sonreía cuando sacó una foto de las dos en el hospital, Marit con un bulto colorado y arrugado en el regazo. Ahí se la veía tan feliz… Sofie se puso la mano en el hombro, tratando de imaginar que debajo estaba la de su madre. El calor que irradiaba la mano de Marit en la suya. Pero enseguida se hizo patente la realidad. Lo único que había debajo de su mano era el tejido de la camiseta, y su mano estaba fría como el hielo. Ola siempre quería cerrar las fuentes de calor, para ahorrar en la factura del gas.
Cuando llegó al artículo que había en el fondo de la caja, al principio creyó que habría ido a parar allí por error. El titular no encajaba en absoluto, y le dio la vuelta para ver si era el de la otra cara el que Marit quiso conservar. Pero allí no había más que un anuncio de una marca de jabón. Un tanto distraída, comenzó a leer la entradilla y, con la primera frase, sintió que se le helaba la sangre en el cuerpo. Con los ojos desorbitados y sin dar crédito a lo que leía, devoró cada frase y cada letra. Aquello no podía ser. Sencillamente, no podía ser.
Sofie volvió a colocarlo todo en la caja y la guardó en su lugar, en el fondo del armario. Las ideas se agolpaban sin ton ni son en su cabeza.
– Annika, ¿podrías ayudarme? -Patrik se desplomó en una silla de la recepción.
– Claro que sí -respondió Annika observándolo preocupada-. Pareces una ruina -constató la recepcionista. Patrik no pudo evitar echarse a reír.
– Vaya, gracias, ahora me encuentro mucho mejor…
Annika no se dio por enterada de su sarcasmo y continuó dándole instrucciones.
– Vete a casa, come y duerme. El ritmo que has llevado estas semanas es inhumano.
– Sí, ya lo sé -respondió Patrik con un suspiro-. Pero ¿qué demonios puedo hacer? Dos investigaciones de asesinato paralelas, los medios de comunicación atacándonos como una manada de lobos y, por si fuera poco, una de las muertes presenta indicios de una conexión que se halla fuera de nuestro municipio. Y, de hecho, eso es lo que quería pedirte. ¿Podrías ponerte en contacto con el resto de los distritos policiales del país y preguntar por casos de asesinato sin resolver o por investigaciones de accidente o de suicidio en las que se observen las siguientes características?
Le dio a Annika una lista con una serie de puntos. Ella los leyó detenidamente, dio un respingo al leer el último y le preguntó:
– ¿Tú crees que hay más?
– No lo sé -confesó Patrik masajeándose la base de la nariz con los ojos cerrados-. Pero no detectamos la relación entre la muerte de Marit y el caso de Boras, y quiero asegurarme de que no hay más casos similares.
– ¿Estás pensando en un asesino en serie? -preguntó Annika, reacia a dar crédito a tal idea.
– No, no es eso. Todavía no -puntualizó Patrik-. Puede que se nos haya escapado una conexión evidente entre estas víctimas. Aunque, por otro lado, la definición de asesino en serie incluye dos víctimas o más en una serie, de modo que, desde un punto de vista formal, podría decirse que eso es lo que buscamos, sí. -Sonrió con desgana-. Pero no se lo digas a la prensa. Imagínate la que se armaría delante de esta ventanilla. Imagínate los titulares: «Asesino en serie arrasa en Tanumshede». -Patrik estalló en una carcajada, pero a Annika parecía costarle ver el lado divertido del asunto.