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Allí se quedaron todos, mudos y abatidos. Tina parecía herida, pero en la mirada que le lanzó a Mehmet se leía que aún no había dicho la última palabra.

– Venga, volved al trabajo. Tenemos que recuperar el tiempo de grabación perdido. -Fredrik Rehn los echó de la sala y todos se encaminaron apesadumbrados hacia la calle Affársvägen. The show must go on.

– ¿Qué ha pasado? -preguntó Simon preocupado mientras Mehmet volvía a ponerse el delantal.

– Nada. Una mierda.

– ¿A vosotros os parece que esto es normal? ¿Seguir grabando después de la muerte de una de las chicas? A mí me parece un poco…

– ¿Un poco qué? -preguntó Mehmet-. ¿Insensible? ¿De mal gusto? insistió alzando la voz-. Y que no somos más que una panda de imbéciles con encefalograma plano que beben y follan delante de las cámaras y hacemos el ridículo voluntariamente, ¿verdad? Eso es lo que piensas, ¿no? ¿Y no se te ha ocurrido pensar que quizá sea mejor que lo que tenemos en casa? ¿Qué es una oportunidad de huir de algo con lo que tendremos que enfrentarnos de todos modos? -Se le quebró la voz y Simon lo sentó amablemente en una silla de la trastienda.

– A ver, ¿qué supone esto para ti, en realidad? -preguntó sentándose enfrente de Mehmet.

– ¿Para mí? -la voz de Mehmet destilaba amargura-. Se trata de rebelarme. De pisotear todo lo que tiene algún valor. De pisotearlo hasta que ya nada me impulse a pegar los fragmentos. -Se cubrió la cara con las manos, sollozando. Simon le acarició la espalda despacio, rítmicamente.

– No quieres vivir la vida a la que te quieren obligar, ¿es eso?

– Sí y no. -Mehmet miró a Simon-. No es que me obliguen, ni que me amenacen con enviarme a mi país ni nada de eso que los suecos creéis que hacen todos los extranjeros. Es más bien una cuestión de expectativas. Y de sacrificios. Mis padres han sacrificado mucho por nosotros, por mí. Para que nosotros, sus hijos, tuviéramos una vida mejor, llena de posibilidades. Lo dejaron todo. Su hogar, sus familias, el respeto que gozaban entre sus iguales, sus trabajos, todo. Sólo para que nosotros tuviéramos una vida mejor. Para ellos, todo empeoró. Y yo lo veo. Veo la añoranza en sus miradas. Veo Turquía en sus miradas. Para mí no significa tanto, puesto que nací aquí. Turquía es un lugar al que vamos en verano, pero no lo llevo en el corazón. Sin embargo, éste tampoco es mi hogar, este país en el que debo cumplir sus sueños, sus esperanzas. No tengo cabeza para los estudios. Mis hermanas sí, pero, por irónico que parezca, yo, el hijo varón, no la tengo. El portador del apellido paterno. El que lo ha de transmitir. Yo sólo quiero trabajar con mis manos, no tengo grandes ambiciones. Me doy por satisfecho con volver a casa y sentir que he hecho algo con mis propias manos. No puedo estudiar. Y ellos se niegan a entenderlo. Así que tengo que destrozar el sueño de una vez por todas. Pisotearlo. Hasta que quede hecho añicos. -Las lágrimas corrían por sus mejillas y el calor que le transmitían las manos de Simon no consiguió más que intensificar su dolor. Estaba tan cansado de todo. Tan cansado de no ser suficiente. Tan cansado de mentir sobre quién era…

Levantó la cabeza muy despacio. La cara de Simon quedó a tan sólo unos centímetros de la suya. Simon lo miró inquisitivo a los ojos mientras, con la mano, que olía a bollos recién hechos, secaba las lágrimas de sus mejillas. Entonces, los labios de Simon rozaron vacilantes los suyos. Mehmet quedó sorprendido al sentir que aquello era lo correcto. Después se perdió en una realidad de la que había tenido una vaga idea hasta entonces, pero que jamás se había atrevido a ver en su totalidad.

– Quisiera hablar unos minutos con Bertil. ¿Está en su despacho? -preguntó Erling guiñándole un ojo a Annika.

– Pasa -le respondió Annika con parquedad-. Ya sabes dónde está.

– Gracias -respondió Erling con otro guiño. No terminaba de explicarse por qué su encanto no surtía efecto sobre Annika, pero se consolaba pensando que se trataría, sin duda, de una cuestión de tiempo.

Se dirigió con paso decidido al despacho de Mellberg y llamó a la puerta. Como no recibía respuesta, volvió a llamar. En esta ocasión, sí oyó un vago murmullo y sonidos misteriosos al otro lado de la puerta. Erling se preguntó qué estaría haciendo Bertil allí dentro. Obtuvo la respuesta cuando Mellberg le abrió por fin. Era evidente que acababa de despertarse y a sus espaldas se veían, de hecho, la manta y el almohadón encima del sofá. Además, en la cara de Mellberg se apreciaba la huella del almohadón.

– ¡Qué demonios, Bertil! ¿Qué es eso de acostarse a dormir en pleno día? -Erling había meditado muy bien qué actitud debía adoptar ante el comisario jefe y había decidido mostrarse sutil y amigable antes de pasar a una actitud más seria. Por lo general, no tenía problemas para manejar a Mellberg. En las cuestiones municipales que involucraban al Cuerpo de Policía había logrado una colaboración fluida y muy agradable simplemente adulándolo y sobornándolo con alguna que otra botella de buen whisky. Y no veía por qué iba a ser diferente en esta ocasión.

– Bueno, ya sabes -respondió Mellberg algo preocupado-. Ha habido tanto jaleo últimamente, que tengo las fuerzas muy mermadas.

– Sí, comprendo que os estáis empleando a fondo -observó Erling y vio con asombro que el comisario se sonrojaba hasta las orejas.

– Dime, ¿qué puedo hacer por ti? -preguntó Mellberg indicándole que tomase asiento.

Erling se sentó y le dijo con gesto de honda preocupación:

– Pues verás, resulta que hace un rato he recibido una llamada de Fredrik Rehn, el productor de Fucking Tanum. Al parecer, algunos de tus policías han estado en la gran sala de la granja haciendo de las suyas. Incluso han amenazado con detener la producción. Bueno, debo decir que me he quedado un tanto perplejo. Y también un poco decepcionado. Creía que estábamos de acuerdo con respecto a este asunto y que no habría fisuras en la colaboración. Sinceramente, Bertil, he quedado muy decepcionado. ¿Tú puedes explicarme lo ocurrido? -Miró a Mellberg con el ceno fruncido, artimaña con la que había aterrorizado a más de un contrario a lo largo de su carrera. Sin embargo, en esta ocasión el comisario no se dejó amilanar, sino que miró a Erling en silencio, sin molestarse en responder, de modo que Erling empezó a sentirse ligeramente preocupado. Tal vez debería haberle llevado una botella de whisky, por si acaso.

– Erling… -comenzó Mellberg.

El consejero municipal se retorcía en la silla. ¿No podía aquel tío ir al grano de una vez? Le había hecho una pregunta muy sencilla, velando por el bien de la comunidad. No entendía que fuese para tanto.

– Erling, estamos investigando un asesinato -continuó Bertil Mellberg clavando la mirada en el hombre que tenía enfrente-. Alguna de las personas involucradas en el programa no sólo nos ha ocultado pruebas importantes, sino que, además, le ha vendido el material a la prensa. De modo que, en estos momentos, me siento inclinado a secundar la opinión de mis colegas de que lo mejor sería interrumpir el programa.

Erling sintió que empezaba a sudar. Fredrik Rehn no se había molestado en comunicarle aquel pequeño detalle. Aquello era un asunto muy feo. Muy, muy feo.

– ¿Y viene… en el periódico de hoy? -balbució el consejero.

– Sí -respondió Mellberg-. En primera plana y en las páginas centrales. Fragmentos de un diario que llevaba la joven asesinada, pero de cuya existencia nosotros no teníamos noticia. Y que alguien nos ocultó. Es más, la persona en cuestión optó por vendérselo al Kvállstidningen. De modo que, en estos momentos, Hedström y Molin, dos de mis hombres, están trabajando para conseguir el diario y comprobar si es o habría sido de ayuda a la hora de localizar al asesino.

– Pues no tenía ni idea… -confesó Erling W Larson recreando mentalmente la conversación que pensaba mantener con Fredrik Rehn en cuanto saliera de allí. Acudir a una reunión de negocios sin disponer de toda la información era como lanzarse desarmado al campo de batalla, eso lo sabía cualquier novato. Menudo imbécil. Pero Rehn iba a enterarse de que no podía jugar con el consejero municipal de Tanumshede.