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– Dame una sola razón para que no desenchufe este programa ahora mismo -le dijo Mellberg.

Erling guardaba silencio. Se le había quedado la mente en blanco. Todos los argumentos se habían esfumado. Miró a Mellberg, que se echó a reír a carcajadas.

– Vaya, por fin te veo indefenso. Joder, jamás creí que ocurriría tal cosa. Pero voy a portarme bien. Sé que son muchos los que disfrutan con esa basura en la tele. De modo que podrán seguir emitiendo, pero, al menor problema… -Lo señaló con un dedo amonestador y Erling asintió agradecido. Había tenido suerte. Se estremeció ante la idea de lo humillante que habría sido tener que admitir ante el Consejo Municipal que no podrían llevar a término el proyecto. Jamás habría podido recuperarse de semejante pérdida de prestigio.

Ya estaba a punto de salir cuando oyó que Mellberg le decía algo, así que se dio la vuelta.

– Oye… mis reservas de whisky empiezan a menguar. No tendrás ninguna botella de sobra, ¿verdad?

Mellberg le guiñó un ojo y Erling le respondió con una sonrisa forzada. A decir verdad, le habría gustado meterle a Mellberg en el gaznate la botella entera. Sin embargo, respondió:

– Claro, Bertil, cuenta con ello.

Lo último que vio antes de cerrar la puerta fue la expresión de satisfacción en el rostro de Mellberg.

– ¡Qué cosa más ruin! -sentenció Calle mirando a Tina mientras ella preparaba una bandeja con el pedido de una mesa.

– Ya, claro, como tú eres tan honrado… ¡Qué fácil es para ti, que nadas en el dinero de tu padre! -le espetó Tina, que casi volcó el vaso de cerveza que acababa de colocar en la bandeja.

– Oye, hay cosas que no se hacen ni por dinero.

– «Hay cosas que no se hacen ni por dinero» -lo remedó Tina con voz aflautada y una mueca de desprecio-. Joder! ¡Es repugnante lo santurrón que puedes ser! Y el cerdo de Mehmet. Tengo que matarlo.

– Oye, relájate -le dijo Calle inclinándose sobre la barra-. Recuerda que han amenazado con cortar la grabación si no se lo decíamos. Y tú parecías más interesada en salvar tu propio pellejo. Pero no tienes derecho a hundirnos a todos en la mierda.

– Era un farol, ¿no lo entiendes? ¿Cómo iban a eliminar lo único que les ha proporcionado un poco de publicidad? Si viven para esto, coño.

– Ya, bueno, pero yo no creo que Mehmet tenga la culpa de nada. Si yo te hubiera visto coger el diario, también lo habría dicho.

– Seguro que sí, pedazo de inútil -dijo Tina tan indignada que la bandeja le temblaba entre las manos-. ¿Sabes lo que te pasa a ti? Que te pasas los días en la plaza de Stureplan y crees que la vida es así. Ir por ahí tirando de las tarjetas de papá, andar por la vida pasando de currarte nada y aprovecharte de los demás. ¡Es tan patético! Y ahora vienes a decirme a mí qué está bien y qué está mal. Yo al menos intento hacer algo con mi vida, quiero algo, tengo aspiraciones. ¡Y tengo talento, dijera lo que dijera esa cretina de Barbie!

– Ya, así que ahí es donde te duele, ¿no? -repuso Calle burlón-. Escribió algo sobre tu supuesta carrera como cantante y eres tan ruin que decidiste airear su vida en la prensa para vengarte. Ya oí lo que os gritabais la noche que murió. No soportabas que dijera lo que todos pensamos.

– Ese putón mintió. Me aseguró que no os había dicho a ninguno que yo no llegaría a nada y que no tenía talento. Mintió y me aseguró que no se lo había dicho a nadie, que era una invención malévola, que quien hubiese dicho aquello mentía. Pero luego lo leí en su diario, así que era verdad. ¡Claro que lo pensaba y seguro que había ido diciéndolo y difundiendo un montón de mierda sobre mí! -Tina volcó uno de los vasos, que se cayó al suelo. Los fragmentos se esparcieron por toda la estancia.

– ¡Mierda! -exclamó Tina dejando la bandeja con los vasos que quedaban. Cogió el cepillo y empezó a recoger los fragmentos-. ¡Mierda, puta mierda!

– Oye -dijo Calle-. Jamás le oí a Barbie una mala palabra sobre ti. Por lo que yo sé, lo único que hizo fue animarte, como tú misma dijiste en la última reunión con Lars. Incluso lloraste con lágrimas de cocodrilo, si no recuerdo mal.

– No creerás que soy tan imbécil como para ponerme a hablar mal de una muerta, ¿verdad? -le preguntó barriendo las últimas esquirlas de vidrio.

– Sea lo que sea lo que escribió en el diario, no puedes reprochárselo, porque es verdad. Cantas como una urraca y si yo fuera tú empezaría a afinar un poco mi solicitud para el McDonalds -dijo Calle riéndose al tiempo que echaba una rápida ojeada a la cámara.

Tina soltó el cepillo en el suelo y se le acercó de una zancada. Pegó su cara a la de él y le susurró llena de ira:

– Más te valdría callarte la boca, Calle. Tú no fuiste el único que oíste lo que se dijo la noche que Barbie murió. Tú también te metiste con ella y te pasaste bastante. Por algo que había dicho por ahí de que tu madre se había suicidado por culpa de tu padre. Según ella, tampoco lo había ido contando, así que yo en tu lugar me callaría la boca.

Cogió la bandeja y salió en dirección al restaurante. Calle estaba pálido. Evocó mentalmente las acusaciones, las duras palabras que le había dicho a Barbie aquella última noche. Recordó también su mirada incrédula ante aquello de lo que la había acusado. Su insistencia cuando, al borde del llanto, le aseguraba que no había dicho nada parecido y que no sería capaz de decirlo jamás. Lo peor era que no podía librarse de la sensación de que le había dicho la verdad.

– Patrik, ¿tienes un minuto? -Annika guardó silencio al ver que estaba ocupado al teléfono.

Levantó un dedo para indicarle que esperase un momento. La conversación parecía estar tocando a su fin.

– Vale, de acuerdo, lo haremos así -dijo Patrik irritado-. Vosotros nos dais el diario y nosotros os damos información de primera mano cuando encontremos al culpable.

Estrelló el auricular en la base del teléfono y se volvió hacia Annika con expresión atormentada.

– ¡Idiotas! -exclamó indignado y lanzando un suspiro.

– ¿El periodista del diario vespertino? -preguntó Annika antes de sentarse.

– El mismo -respondió Patrik-. Oficialmente, acabo de cerrar un acuerdo con el diablo. Lo más probable es que hubiéramos conseguido el diario de todos modos, pero habríamos tardado más. Llevamos tres días trapicheando con ellos, así que ahora lo haremos así. Tendremos que darles su libra de carne.

– Sí -asintió Annika. Entonces, Patrik se dio cuenta de que estaba esperando impaciente para poder decirle algo.

– Bueno, ¿y qué querías decirme? -le preguntó.

– La consulta que cursé el lunes pasado ha dado resultado -le reveló Annika sin poder ocultar su satisfacción.

– ¿Tan pronto? -exclamó Patrik sorprendido.

– Sí, supongo que la atención mediática de que goza Tanumshede en estos momentos ha sido una ventaja -constató.

– Bien, ¿y qué tienes? -preguntó con repentino interés.

– Posiblemente, dos casos más -le dijo mirando sus papeles-. Al menos el modo en que murieron coincide al cien por cien. Y… -vaciló un instante-… en ambos casos encontraron lo mismo que nosotros en Rasmus y Marit.

– ¡Vaya, vaya! -comentó Patrik inclinándose-. Bien, cuéntame todo lo que tengas.

– Uno de los casos es de Lund. Un hombre de unos cincuenta años, murió hace seis. Estaba muy alcoholizado y aunque abrigaron ciertas dudas sobre sus lesiones, consideraron que se había matado bebiendo. -Annika miró a Patrik, que la animó a seguir-. El otro caso se produjo hace diez años. En Nyköping. Una mujer de setenta años. Se clasificó como asesinato, pero jamás lograron resolverlo.