– Es decir, dos asesinatos más -concluyó Patrik, intuyendo la envergadura de lo que se les avecinaba-. En total, cuatro casos de asesinato que parecen estar relacionados.
– Sí, eso parece -convino Annika quitándose las gafas, que empezó a hacer girar entre sus dedos.
– Cuatro asesinatos -repitió Patrik abatido. El cansancio se extendía sobre su semblante como una fina membrana gris.
– Cuatro, más el asesinato de Lillemor Persson. Lo admito, creo que hemos llegado al límite de nuestra capacidad -observó Annika con pesadumbre.
– Pero, ¿qué dices? -preguntó Patrik-. ¿No crees que podamos con la investigación? ¿Piensas que deberíamos pedir ayuda a la central? -La miró pensativo, con la sospecha de que quizá tuviera razón. Por otro lado, ellos tenían todos los datos, sólo ellos podían encajar todas las piezas del rompecabezas. Exigiría colaboración entre distritos, pero estaba convencido de que eran lo bastante competentes para controlar la situación-. Empezaremos con ello y ya veremos si necesitamos ayuda -decidió.
Annika asintió. Si él lo decía, lo harían así.
– ¿Cuándo piensas presentárselo a Mellberg? -le preguntó agitando sus notas.
– En cuanto haya hablado con los responsables de las investigaciones en Lund y Nyköping -respondió-. ¿Tienes ahí los datos de contacto?
Annika asintió.
– Aquí te dejo las notas, contienen todo lo que necesitas. Patrik le dio las gracias con un gesto. Ya en el umbral, Annika pareció dudar un poco.
– O sea, un asesino en serie, ¿no? -preguntó sin poder dar crédito a lo que acababa de decir.
– Eso parece -contestó Patrik. Luego cogió el auricular y empezó a llamar.
– Oye, ¡qué bonito tienes esto! -exclamó Anna al ver la planta baja.
– Bueno, está un poco vacío. Pernilla se llevó la mitad de las cosas y yo… pues no he tenido tiempo de reemplazarlas. Y ahora parece que no tiene mucho sentido. Tendré que vender la casa y en un apartamento no podré meter muchos muebles.
Anna asintió y lo miró compasiva.
– Sí, es duro. Aunque, comparado con lo que has tenido que pasar… -dijo Dan.
– No te preocupes, no espero que todo el mundo compare sus problemas con los míos. Cada uno tiene su perspectiva de las cosas y yo no puedo convertirme en la medida y el modelo de lo que es razonable quejarse. Lo entiendo.
– Gracias -respondió Dan con una amplia sonrisa-. En otras palabras, me permites que me lamente todo lo que quiera, ¿no?
– Bueno, puede que no todo lo que quieras… -repuso Anna con una sonrisa. Se dirigió a la escalera y señaló la planta superior con un gesto inquisitivo.
– Claro, puedes subir a mirar si quieres. Incluso he hecho la cama y he recogido del suelo la ropa sucia, así que no hay riesgo. No te verás atacada por unos calzoncillos sucios.
Anna puso cara de asco y volvió a reír. Se había reído mucho y muy a menudo últimamente. Era como si tuviese que recuperar varios meses de risas. Y, en cierto modo, así era.
Cuando volvió a bajar, Dan había puesto la mesa con unos bocadillos.
– ¡Nam! ¡Qué rico! -dijo sentándose a la mesa.
– Sí, pensé que nos vendría bien. Y esto es lo único que tengo que ofrecer en estos momentos. Las niñas me dejaron el frigorífico vacío y no he tenido tiempo de ir a comprar.
– Bocadillos es perfecto -replicó Anna dando un gran mordisco a uno de queso.
– ¿Cómo van los preparativos de la celebración? -preguntó Dan preocupado-. Tengo entendido que Patrik se pasa los días trabajando y no quedan ni cuatro semanas para el día de la boda.
– Sí, puede decirse que vamos con el tiempo justo… Pero lo vamos resolviendo entre Erica y yo, así que creo que lo conseguiremos. Siempre y cuando la madre de Patrik se mantenga al margen.
– ¿Por qué? -preguntó Dan curioso. Anna le respondió con una animada descripción de la última visita de Kristina.
– ¡Anda ya! ¡Estás de broma! -repuso muerto de risa.
– Te lo juro -aseguró Anna-. Fue tal y como te lo he contado.
– Pobre Erica -dijo Dan-. Y yo que pensaba que la madre de Pernilla se metía en todo cuando íbamos a casarnos. -Dan meneó la cabeza.
– ¿La echas de menos? -preguntó Anna. Dan fingió no haberla entendido.
– ¿A la madre de Pernilla? No, ni lo más mínimo, la verdad.
– Venga, hombre, ya sabes a quién me refiero. -Anna lo observó con una mirada escrutadora.
Dan se tomó unos minutos para reflexionar.
– No, creo que puedo decir sinceramente que ya no -dijo al fin-. Antes sí, pero no estoy seguro de que la echase de menos a ella, sino más bien lo que teníamos… como familia, no sé si me explico.
– Sí y no -respondió Anna con una súbita expresión de infinita pena-. Creo que quieres decir que echabas de menos el día a día, la seguridad, lo predecible. Yo eso jamás lo tuve con Lucas. Nunca jamás. Pero, en medio del miedo y, más tarde, del terror auténtico, tengo la sensación de que eso era lo que yo añoraba también. Un poco de rutina de lunes. Un poco de vida predecible. Lo cotidiano.
Dan puso su mano sobre la de ella.
– No tienes por qué hablar de eso.
– No pasa nada -replicó Anna cerrando los ojos para contener las lágrimas-. He hablado tanto durante las últimas semanas que empiezo a cansarme de mi propia voz. -Anna se rió y se sonó en una servilleta.
Dan mantuvo la mano sobre la de ella.
– Pues yo no me canso lo más mínimo de oírte. Por lo que a mí respecta, podrías estar hablando días enteros.
Se hizo un plácido silencio mientras los dos se miraban a los ojos. El calor de la mano de Dan se extendía por todo el cuerpo de Anna e incluso llegó a derretir partes que ni siquiera sabía que tenía congeladas. Dan abrió la boca para decir algo pero, justo en ese momento, sonó el móvil de Anna. Se sobresaltaron y Anna retiró la mano para sacar el teléfono, que tenía en el bolsillo. Miró la pantalla.
– Es Erica -dijo como disculpándose antes de levantarse para contestar.
En esta ocasión, Patrik decidió convocar a sus colegas en la cocina. Había tanto que digerir entre lo que pensaba exponerles que creyó que podrían necesitar tanto una taza de café bien cargado como algún bollo. Dejó que se fueran sentando, aunque él permaneció de pie. Todos lo miraban tensos según iban entrando. Era evidente que algo pasaba, pero Annika no les había revelado nada, así que ninguno sabía aún de qué se trataba. Sólo que era algo importante, a juzgar por la expresión grave de Patrik. Un pájaro pasó volando ante la ventana de la cocina y, en un acto reflejo, todos se volvieron atraídos por el movimiento, pero enseguida fijaron de nuevo la vista en Patrik.
– Servíos café y bollos antes de empezar -los animó Patrik con voz grave. Se oyó un murmullo mientras todos se servían café del termo y se pedían unos a otros la cesta de los bollos, pero enseguida volvió a reinar el silencio-. A petición mía, Annika envió el lunes pasado una consulta sobre casos de fallecimiento que presentasen similitudes con los asesinatos de Rasmus y Marit.
Hanna alzó la mano y Patrik le indicó con un gesto que podía hablar.
– ¿Qué, exactamente, se pedía en la consulta?
Patrik asintió, dando a entender que comprendía la pregunta.
– Enviamos una lista de puntos característicos de estos dos casos de asesinato. Y, en la práctica, abarcan dos ámbitos: el modo en que murieron y el objeto hallado cerca de las dos víctimas.
Esto último constituía una novedad para Gösta y Hanna, que se inclinaron hacia Patrik con gesto inquisitivo.
– ¿Qué objeto es ése? -preguntó Gösta.
Patrik echó una ojeada hacia Martin y explicó:
– Cuando Martin y yo revisamos la mochila que Rasmus llevaba cuando murió, encontramos un objeto que también hallamos cerca del cadáver de Marit. En su caso, en el asiento del acompañante. No reaccionamos al verlo porque lo consideramos parte de la basura que había en el coche. Sin embargo, al encontrarlo también en la mochila…