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– Pero ¿qué es? -insistió Gösta inclinándose aún más hacia Patrik.

– Una página arrancada de un libro. De un libro infantil, para ser exactos -explicó Patrik.

– ¿Un libro infantil? -repitió Gösta incrédulo. Hanna también parecía desconcertada.

– Sí, son páginas del cuento de Hansel y Gretel, ya sabéis, de los cuentos de los hermanos Grimm.

– Tú estás de broma -afirmó Gösta.

– Por desgracia, no. Y no sólo eso. Ese dato, en combinación con los detalles sobre el modo en que murieron Rasmus y Marit, nos ha llevado a localizar otros dos casos seguramente relacionados con el nuestro.

– ¿Dos casos más? -Ahora le tocó a Martin preguntar sin dar crédito a lo que oía.

Patrik asintió.

– Sí, hemos recibido la información esta mañana. Otros dos casos encajan en el patrón. Uno en Nyköping y el otro en Lund.

– O sea, dos casos más -repitió Martin como un eco, como si a su cerebro le costase asimilar la información que Patrik acababa de exponer. Éste lo entendía a la perfección.

– ¿Es totalmente seguro que los cuatro casos guardan relación? -preguntó Hanna-. Suena demasiado increíble, por decirlo de alguna manera.

– Murieron de forma idéntica y todos tenían cerca una página arrancada del mismo cuento. De modo que sí, creo que podemos dar por hecho que los cuatro casos están relacionados -repuso Patrik con acritud, un tanto sorprendido y molesto al ver cuestionada su afirmación-. En cualquier caso, seguiremos con la investigación, o con las investigaciones, partiendo de la base de que existe una conexión entre ellas.

Martin pidió la palabra. Patrik se la concedió con un gesto de asentimiento.

– ¿Las otras víctimas también eran abstemias?

Patrik meneó la cabeza despacio. Eso era lo que más lo irritaba.

– No -dijo al fin-. La víctima de Lund había consumido muchísimo alcohol, y la policía no disponía de ese dato con respecto a la víctima de Nyköping, pero había pensado que tú y yo podríamos ir a hablar con ellos y averiguar más detalles.

Martin asintió.

– Claro, ¿cuándo salimos?

– Mañana -respondió Patrik-. Bien, si nadie quiere añadir nada más, podemos dar por finalizada la reunión y ponernos manos a la obra. Si hay algo que haya quedado poco claro, propongo que leáis mi resumen. Annika ha sacado copias y podéis ir cogiendo un ejemplar cada uno según vayáis saliendo.

Se levantaron taciturnos y meditabundos. Todos pensaban en las dimensiones del caso al que se enfrentaban y trataban de incorporar a su vocabulario la expresión «asesino en serie». Jamás, en toda la historia de la comisaría de Tanumshede, habían tenido que recurrir a ella. No era un hito agradable.

Gösta se dio la vuelta al oír a alguien a su espalda cuando iba a entrar en su despacho.

– Martin y yo nos vamos mañana y estaremos fuera dos días -explicó Patrik.

– ¿Y? -preguntó Gösta.

– Había pensado que Hanna y tú os encargarais de lo demás entretanto. Por ejemplo, podríais revisar la carpeta de Marit. Yo he leído su contenido tantas veces que creo que sería beneficioso que alguien lo hiciese con nuevos ojos. Y haced lo mismo con lo que tenemos de Rasmus Olsson, por cierto. Además, Martin había comenzado a elaborar una lista de todos los propietarios de galgos españoles del país, y estaría bien que continuaseis con ella. Habla con Martin esta tarde y le preguntas hasta dónde llegó. Y… ¿qué más había? Ah, sí, el periodista del Kvállstídningen ha enviado por fax una copia del diario de Lillemor Persson. Nos enviarán también el original, pero llega por correo ordinario y no tenemos tiempo que perder esperándolo. Yo me llevo una copia, pero Hanna y tú podéis ir echándole un vistazo.

Gösta asintió agotado.

– Bien -concluyó Patrik-. Entonces en marcha. ¿Se lo cuentas tú a Hanna?

Gösta volvió a asentir. Más agotado si cabe. Vaya mierda tener que trabajar de aquel modo. Estaría totalmente exhausto antes de que la temporada de golf hubiese empezado siquiera.

Era por las noches cuando más cercano sentía el horror. ¿ Y si venían mientras ella estaba durmiendo? ¿Y si no le daba tiempo de despertar hasta que no fuese demasiado tarde? En el dormitorio, él y su hermana tenían cada uno su cama. Ella solía ir por las noches a taparlos hasta la barbilla y a darles un beso en la frente, primero a él, luego a su hermana. Un dulce «buenas noches» y apagaba la luz. Y cerraba con llave. Y era entonces cuando el mal campaba a sus anchas dominando sus sentidos. Sin embargo, supieron hallar consuelo. Con pasos cautos y de puntillas, se pasaba a la cama de su hermana y se acostaba pegado a ella bajo el edredón. No acostumbraban a hablar, simplemente se quedaban así, muy cerca, sintiendo el calor mutuo. Tan cerca que se intercambiaban el aliento, aire ardiente que llenaba sus pulmones y se extendía hasta sus corazones invadiéndolos de una sensación de seguridad.

A veces se quedaban así, despiertos, mucho rato. Cada uno veía el miedo en los ojos del otro, aunque incapaces de formularlo con palabras. En esos instantes, sentía a veces tal amor por su hermana que creía que podría estallar. Llegaba a cada rincón de su ser y lo impulsaba a querer acariciar cada centímetro de su piel. La veía tan indefensa, tan inocente, tan atemorizada por lo de fuera. Más asustada aun que él mismo. En su caso, el miedo convivía mezclado con el anhelo de lo que existía allá fuera. Aquello a lo que habría tenido acceso, de no ser por su condición de pájaro cenizo, y de no ser porque lo desconocido lo aguardaba allí.

A veces, cuando yacía así por las noches, con su hermana en sus brazos, se preguntaba si lo terrible guardaba alguna relación con la mujer de la voz agria. Después, el sueño se apoderaba de él. Y con el sueño, los recuerdos.

Martin se mareaba en coche desde siempre. Aun así, trataba de leer las páginas fotocopiadas del diario de Lillemor.

– ¿Quién será ese «él» del que habla y al que dice reconocer? -preguntó desconcertado sin dejar de leer, por si encontraba más pistas.

– No lo explica -respondió Patrik, que había leído las copias antes de partir-. Ni siquiera parece estar segura de haberlo visto, o de dónde lo vio.

– Pero sí dice que le produce una sensación desagradable -observó Martin señalando el lugar de la página donde acababa de leerlo-. Resulta increíble que haya sido casualidad que la mataran después.

– Sí, estoy de acuerdo -admitió Patrik mientras aceleraba para adelantar a un camión-. Pero no hay nada más en el diario que resulte de interés, de todos modos. Y puede ser cualquiera. Alguien del pueblo, alguien del grupo de participantes, alguien del equipo de producción… Lo único que sabemos es que se trata de un hombre. -Se detuvo, pues oyó que Martin empezaba a respirar con dificultad-. ¿Te encuentras bien? ¿Te estás mareando? -Una simple ojeada a la cara de Martin le confirmó que así era. Sus pecas relucían rojizas en contraste con la palidez de su cara, más acentuada que de costumbre, y el pecho se le agitaba subiendo y bajando al ritmo de su respiración-. ¿Quieres que abra la ventanilla para que entre un poco de aire fresco? -preguntó algo preocupado. Por un lado, lo sentía por el colega; por otro, no tenía ninguna gana de hacer el viaje hasta Lund con una vomitona en el coche. Martin asintió y Patrik bajó la ventanilla del lado del acompañante. Martin se apoyó en la ventanilla y respiró con avidez el oxígeno, aunque venía mezclado con el humo de los coches, por lo que no le reportó el alivio que esperaba.

Unas cuantas horas más tarde, con las piernas entumecidas y con dolor de espalda, entraron en el aparcamiento de la comisaría de policía de Lund. No se habían permitido más que una breve pausa para orinar y estirar las piernas, ya que ambos estaban ansiosos por saber qué sacarían de la reunión con el comisario Kjell Sandberg. Sólo tuvieron que aguardar unos minutos en recepción: el comisario bajó enseguida. En realidad, el hombre libraba aquel sábado, pero después de la llamada de Patrik, aceptó acudir a la comisaría.