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Hanna y él se habían instalado en la mesa de la cocina para organizar el trabajo que Patrik les había encomendado, pero ninguno de los dos parecía sentir el menor entusiasmo. Gösta observó a su colega, que servía el café junto al fregadero. Desde luego, no podía decirse que, cuando empezó con ellos, fuese una de esas mujeres entradas en carnes, pero ahora más que delgada estaba raquítica. Se preguntó una vez más si tendría algún problema en casa. Últimamente había en su semblante una expresión tensa, casi atormentada. Tal vez ella y su marido no pudieran tener hijos, aventuró Gösta. Después de todo, Hanna tenía cuarenta años y no tenía niños. Le habría gustado poder ofrecerse para que le contara lo que quisiera, pero tenía la sensación de que no dispensaría una buena acogida a tal ofrecimiento. Hanna apartó un mechón de su rubio cabello y, de repente, Gösta advirtió en su gesto una fragilidad y una inseguridad inmensas. Hanna Kruse era, en verdad, una mujer llena de contradicciones. Era fuerte, dura y valiente en apariencia pero, al mismo tiempo y de vez en cuando, en ciertos gestos, Gösta creía entrever algo muy distinto… algo… roto. Esa era la palabra que en su opinión mejor lo describía. Cuando Hanna se volvió hacia él, no obstante, Gösta se preguntó si no estaría interpretando de más. La expresión de Hanna era hermética, su rostro denotaba fortaleza. No había ni rastro de debilidad.

– Yo me encargaré de los documentos de Marit -propuso ella mientras se sentaba-. Y tú te encargas de los chuchos, ¿te parece bien? -le preguntó mirándolo por encima de la taza.

– Me parece bien. Ya te dije que podías elegir -respondió Gösta un tanto más irritado de lo que pretendía.

Hanna sonrió y la sonrisa suavizó sus rasgos de modo que Gösta dudó aún más de que sus especulaciones fuesen acertadas.

– Un suplicio, ¿no, Gösta?, esto de tener que trabajar.

Le guiñó un ojo, para hacerle ver que estaba bromeando y Gösta no pudo por menos de responder con una sonrisa. Dejó a un lado las reflexiones sobre su vida doméstica y decidió disfrutar sin más de su nueva colega. Le gustaba muchísimo, de verdad.

– Bien, pues yo me encargo de los chuchos -convino poniéndose de pie.

– ¡Guau! -contestó ella entre risas. Después, se puso a hojear los documentos que contenía la carpeta de Marit.

– He oído que el otro día hubo aquí una especie de juego dramático -observó Lars mirando con gravedad a los participantes, que escuchaban sentados en círculo a su alrededor. Nadie pronunció una palabra. Lars lo intentó de nuevo-. ¿Alguien tendría la amabilidad de informarme de lo que pasó?

– Tina hizo el ridículo -murmuró Jonna.

Esta la miró iracunda.

– ¡Y una mierda! -le espetó mirándolos a todos-. Lo que os pasa es que tenéis envidia porque lo encontré yo y no vosotros. Y habríais hecho lo mismo.

– Oye, yo jamás habría hecho algo tan sucio -aseguró Mehmet sin levantar la vista de sus zapatos. Lo había visto demasiado apagado últimamente, de modo que Lars centró su atención en él.

– ¿Y cómo estás tú, Mehmet? Pareces bastante abatido.

– No, no es nada -respondió aún con la vista en sus zapatos.

Lars lo observó inquisitivo, pero decidió no insistir. Era evidente que Mehmet no deseaba hablar. Quizá fuera más fácil en la sesión individual. Lars volvió a Tina, que, obstinada, meneaba la cabeza.

– ¿Qué decía el diario que tanto te indignó? -le preguntó afable. Tina apretó los labios con rebeldía manifiesta- ¿Qué te hizo pensar que tenías derecho a exponer de ese modo a Barbie…, quiero decir, a Lillemor?

– Decía que Tina no tenía ningún talento -intervino Calle solícito. El ambiente entre él y Tina había sido bastante frío desde la discusión en el restaurante Gestgifveriet, y ahora aprovechaba la ocasión de hacerle la puñeta. Aún le dolía el comentario con que ella había terminado la discusión, por lo que su voz resonó con maldad. En aquellos momentos, su mayor deseo era herirla-. Y no creo que se le pueda reprochar -añadió con frialdad-. No hizo más que constatar un hecho.

– ¡Cállate, cállate, cállate! -gritó Tina salpicando saliva.

– Calma, chicos -atajó Lars con dureza-. Es decir, que Lillemor escribió en su diario algo negativo sobre ti, y por eso te creíste con derecho a mancillar su memoria. -Lars le dedicó una mirada de reproche y Tina apartó la vista. Sonaba tan… duro y tal cruel dicho así…

– Escribió un montón de mierda sobre todos vosotros -dijo mirando al grupo con la esperanza de reconducir parte del descontento de Lars hacia alguno de los otros-. Decía que tú eras un niño rico consentido, Calle; que tú, Uffe, eras uno de los tíos más tontos que había conocido en su vida. Y que Mehmet sufría una inseguridad y una angustia tales ante la idea de no complacer a su familia que debería echarle un poco de valor a la cosa. -Hizo una pausa, antes de dirigirse a Jonna-. Y de ti dijo que tenías los problemas típicos de los países desarrollados y que era ridículo y patético que anduvieras haciéndote cortes a todas horas. Así que cada uno recibió su parte, ¡que lo sepáis! ¿Alguno de vosotros sigue pensando que «deberíamos honrar su memoria» o la basura esa que decís? Si tenéis remordimientos por haberla puesto entre la espada y la pared la noche de la fiesta, ¡olvidadlo! ¡Se lo tenía merecido! -Tina se apartó la melena de la cara con un gesto brusco, como retando a que la contradijeran.

– ¿Y morir? ¿También se lo tenía merecido? -preguntó Lars tranquilamente.

Se hizo el silencio en la sala. Tina se mordía una uña de puro nerviosismo. Luego, se levantó bruscamente y echó a correr hacia la calle. Todos la siguieron con la mirada.

La carretera se extendía infinita ante su vista. Sus cuerpos empezaban a resentirse después de tantas horas de coche y Patrik iba dormitando en el asiento del acompañante. Martin se había ofrecido a conducir en esta ocasión, con la esperanza de mantener a raya las náuseas. Hasta el momento, había funcionado, y ya sólo les quedaban unos kilómetros hasta Nyköping. Martin bostezó y contagió a Patrik. Ambos se echaron a reír.

– Me temo que anoche nos quedamos hasta muy tarde -dijo Patrik.

– Sí, yo diría que sí, pero es que había mucho que revisar.

– Desde luego -respondió Patrik sin añadir más comentarios al respecto. La noche anterior, habían desbrozado la información relativa al caso varias veces en la habitación de Patrik. Martin no se fue a la suya hasta bien entrada la madrugada y luego les llevó cerca de otra hora más conciliar el sueño, excitados con tantas ideas y cabos sueltos-. Oye, ¿cómo está Pia? -preguntó, por abordar un tema distinto de los asesinatos.

– ¡Muy bien! -a Martin se le iluminó la cara-. Ya se le han pasado las molestias y ahora está estupendamente, la verdad. ¡Joder, es tan emocionante!

– Sí, lo es, sin duda -aseguró Patrik sonriendo al pensar en Maja. Las echaba tanto de menos a ella y a Erica que casi sentía un dolor físico.

– ¿Queréis saber de antemano si es niño o niña? -preguntó Patrik curioso cuando tomaron la salida hacia Nyköping.

– Pues, no sé, pero no lo creo -dijo Martin concentrándose en los indicadores-. ¿Qué hicisteis vosotros? ¿Lo preguntasteis?

– No, a mí me parece que eso es como hacer trampas. Dejamos que fuese una sorpresa. Y con el primer hijo, no importa, la verdad. Claro que estaría bien que el segundo fuera un niño, para tener la parejita.

– Pero, ¿no iréis a…? -comenzó a preguntar Martin mirando a Patrik.

– No, no, ¡qué va! -negó Patrik riendo-. Todavía no, ¡por Dios! Con habituarnos a la vida con Maja tenemos de sobra. Pero más adelante…