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Patrik enarcó una ceja. Aquel cura católico lo tenía muy sorprendido, desde luego.

Después de haber reflexionado un instante, por si se les había quedado alguna pregunta en el tintero, Patrik dejó su tarjeta de visita sobre la mesa.

– Si recuerda algún detalle, no dude en llamarnos, por favor.

– Tanumshede -leyó Silvio en la tarjeta-. ¿Dónde queda eso?

– En la costa oeste -respondió Patrik poniéndose de pie-. Entre Strömstad y Uddevalla, más o menos.

Totalmente perplejo, observó que Silvio palidecía por completo. Durante un segundo, lo vio tan blanco como a Martin durante el viaje en coche del día anterior. Pero el sacerdote se recuperó enseguida y asintió sin pronunciar palabra. Patrik y Martin se despidieron un tanto desconcertados. Ambos con la sensación de que Silvio Mancini sabía mucho más de lo que les había confiado.

La expectación se mascaba en el ambiente. Todos estaban ansiosos por oír lo que Patrik y Martin habían conseguido averiguar durante su excursión aquel fin de semana. Patrik se fue derecho a la comisaría en cuanto llegaron de Nyköping y dedicó un par de horas a preparar la reunión. De ahí que las paredes de su despacho estuvieran plagadas de fotos y papeles, notas, dibujos y flechas por todas partes. Parecía caótico, pero ya se encargaría él de poner orden en aquel jaleo.

No quedó mucho espacio libre en su despacho cuando todos hubieron tomado asiento, pero Patrik no quiso colocar el material en ningún otro lugar, de modo que tendrían que arreglarse. Martin llegó el primero y se sentó al fondo. Luego llegaron Annika, Gösta, Hanna y Mellberg, por ese orden. Nadie dijo ni una palabra, sino que se dedicaron a mirar con interés el material fijado a las paredes. Todos trataban de hallar el hilo conductor, la guía que los llevaría hasta el asesino.

– Como ya sabéis, Martin y yo hemos estado este fin de semana en Lund y en Nyköping. Las dos comisarías se habían puesto en contacto con nosotros, pues tenían casos cuyas características coincidían con las de las muertes de Marit Kaspersen y Rasmus Olsson. La víctima de Lund -se dio la vuelta para señalar una fotografía de la pared- se llamaba Börje Knudsen. Tenía cincuenta y dos años, alcohólico recalcitrante, encontraron su cadáver en su piso. Para entonces llevaba allí tanto tiempo que, por desgracia, no lograron encontrar indicios de lesiones físicas como las que hemos documentado en las demás víctimas. Sin embargo… -Patrik hizo aquí una pausa y dio un trago del vaso de agua que tenía en la mesa-. Sin embargo, sí que tenía esto en la mano -añadió señalando lo que había en la pared, junto a la foto: la funda de plástico con la página del cuento.

Mellberg levantó la mano.

– ¿Tenemos respuesta del laboratorio sobre si había huellas dactilares en las páginas que encontramos en los casos de Marit y Rasmus?

A Patrik lo sorprendió el hecho de que su jefe anduviese tan alerta.

– Sí, nos llegó la respuesta, y nos han devuelto las páginas -asintió señalando las páginas que había junto a las fotos de Marit y Rasmus-. Pero, por desgracia, no hallaron huellas dactilares. La página encontrada en la mano de Börje está sin analizar, así que saldrá para el laboratorio hoy mismo. Sí lo está, en cambio, la que descubrieron en Elsa Forsell, la víctima de Nyköping. El análisis se llevó a cabo durante la investigación inicial, con resultado negativo.

Mellberg asintió, dando a entender que quedaba satisfecho con la respuesta, y Patrik continuó.

– El caso de Börje se clasificó como un accidente, sencillamente pensaban que había muerto de una borrachera. En el caso de Elsa, en cambio, los colegas de Nyköping investigaron su muerte como un asesinato, aunque nunca dieron con el asesino.

– ¿Tenían muchos sospechosos? -preguntó Hanna. Parecía serena, concentrada y estaba un tanto pálida. Patrik se preguntó preocupado si no estaría incubando alguna enfermedad: no podía permitirse el lujo de perder personal en aquella situación.

– No, no había ningún sospechoso. Las únicas personas con las que parecía relacionarse eran los miembros de su comunidad católica y, según parece, ninguno de ellos tenía problemas con ella. Al igual que la víctima de Lund, también a ella la asesinaron en su piso. -Señaló la foto que habían tomado del lugar del crimen-. Y, oculto entre las páginas de la Biblia que tenía en la mano, estaba esto. -Señaló entonces la página del cuento de Hansel y Gretel.

– Pero ¿qué clase de loco de mierda es? -preguntó Gösta incrédulo- ¿Qué coño tiene que ver el cuento con todo esto?

– No lo sé, pero me huelo que es la clave de esta investigación -respondió Patrik.

– Esperemos que la prensa no se entere de esto -masculló Gösta-. De lo contrario, tendremos al «asesino de Hansel y Gretel», con esa afición que tienen por bautizar a los asesinos…

– Ya, bueno, no tengo que recordaros lo importante que es que nada de esto llegue a oídos de la prensa -recalcó Patrik, que tuvo que contenerse para no mirar a Mellberg. Pese a ser el jefe, siempre constituía una carta dudosa. Pero incluso él parecía haber recibido su ración de atención mediática las últimas semanas, porque asintió conforme.

– ¿Tenemos algún dato, o alguna intuición, de cuáles serían los puntos de contacto entre los asesinatos? -preguntó Hanna.

Patrik miró a Martin, que fue quien respondió:

– No, por desgracia, volvemos al punto cero. Börje no era precisamente abstemio, y Elsa parecía tener una relación normal con la bebida, ni abstemia radical ni consumo exagerado.

– De modo que no tenemos ni idea de cuál es la conexión entre los asesinatos -concluyó Hanna con gesto preocupado.

Patrik dejó escapar un suspiro y abarcó con una mirada todo el material que había fijado en las paredes.

– No -dijo finalmente-. Lo único que sabemos es que, con toda probabilidad, el asesino es el mismo en los cuatro casos. Por lo demás, no existe un solo punto de contacto entre ellos. Nada hay que nos indique que Elsa y Börje guarden relación alguna con Marit y Rasmus ni con las ciudades en las que vivían. Aunque, como es natural, tendremos que emprender otra ronda de interrogatorios con los parientes de Marit y Rasmus para ver si les suenan los nombres de Börje y de Elsa, o si saben si alguno de los dos vivió en Lund o en Nyköping. En estos momentos, estamos dando palos de ciego, pero la conexión existe. ¡Tiene que existir! -exclamó Patrik con frustración.

– ¿No podrías marcar las ciudades en el mapa? -sugirió Gösta señalando el mapa de Suecia que colgaba de una de las paredes.

– ¡Por supuesto! ¡Es una buena idea! -respondió Patrik sacando de una cajita que tenía en el cajón unos alfileres con la cabeza de distintos colores. Con mucha precisión, clavó cuatro alfileres en el mapa: uno en Tanumshede, otro en Boras, otro en Lund y otro en Nyköping.

– En cualquier caso, el asesino se mantiene en la mitad sur de Suecia. Al menos limita un poco la zona de búsqueda -observó Gösta enfurruñado.

– Sí, habrá que conformarse con lo poco que tenemos -replicó Mellberg con una carcajada, pero guardó silencio enseguida, al ver que a nadie parecía hacerle la menor gracia.

– Bueno, creo que tenemos trabajo por hacer -dijo Patrik muy serio-. Y no podemos perder de vista la investigación del caso Persson -les recordó-. Gösta, ¿qué tal la lista de los dueños de galgos españoles?

– Está terminada -contestó Gösta-. Ciento sesenta propietarios. Es lo máximo que he conseguido, porque parece que hay algunos que no figuran en ningún listado ni registro.

– Pues sigue adelante con los que tienes, compara la dirección de cada uno y comprueba si es posible relacionar a alguno con esta zona.