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– Claro -respondió Gösta.

– Había pensado que podríamos tratar de conseguir más información a partir de las páginas del cuento -continuó Patrik-. Martin y Hanna, ¿podríais hablar con Ola y con Kerstin una vez más, por si les suenan los nombres de Elsa o de Börje? Hablad también con Eva, la madre de Rasmus Olsson. Pero hacedlo por teléfono, os necesito aquí.

Gösta levantó la mano, algo inseguro.

– ¿No podría ir yo con Hanna a hablar con Ola Kaspersen? Hanna y yo estuvimos con él el viernes pasado, y yo me quedé con la sensación de que no nos lo contó todo.

Hanna miró a Gösta.

– Pues yo no me di cuenta -aseguró la colega dando a entender que Gösta se estaba sacando aquello de la manga.

– Sí, mujer, claro que te darías cuenta de que… -Gösta se volvió hacia Hanna para seguir con la explicación, pero Patrik lo interrumpió.

– Vale, vosotros vais a Fjällbacka y habláis con Ola. De la lista puede encargarse Annika. Por cierto, me gustaría verla, así que, cuando hayas terminado con ella, déjala en mi mesa.

Annika asintió sin dejar de tomar notas.

– Martin, tú revisarás el material audiovisual de la noche en que murió Barbie. Puede que se nos haya escapado algo, así que examina la grabación escena a escena.

– Cuenta con ello -respondió Martin resuelto.

– Bien, en ese caso, adelante -concluyó Patrik poniéndose en jarras. Todos se levantaron y salieron en fila, uno tras otro. Ya solo en su despacho, Patrik volvió a mirar a su alrededor. Aquella tarea los superaba. ¿Cómo lograrían encontrar el vínculo entre todas aquellas piezas?

Descolgó de la pared las cuatro hojas del cuento con la mente totalmente en blanco. ¿Qué haría para sacar más información de aquello?

Una idea fue abriéndose paso en su mente. Patrik cogió la cazadora, puso las hojas cuidadosamente en una carpeta y se apresuró a salir de la comisaría.

Martin cruzó las piernas sobre la mesa con el mando a distancia en la mano. Empezaba a estar cansado y aburrido de aquello. Todo había sido demasiado intenso, había estado demasiado alerta, había vivido demasiada tensión aquellas últimas semanas. Sobre todo, había descansado demasiado poco y había pasado demasiado poco tiempo con Pia y «la piña», como la llamaban.

Pulsó la tecla de «reproducir» y dejó que la cinta pasara a cámara lenta. Ya la había visto con anterioridad, y dudaba de la utilidad que tendría hacerlo otra vez. ¿Por qué iba a haber rastro del asesino o de cualquier otra pista en aquella grabación? Seguramente, Lillemor encontró la muerte cuando salió corriendo de la finca. Pero Martin estaba acostumbrado a obedecer y no estaba dispuesto a ponerse a discutir con Patrik.

Sintió que le entraba sueno de estar retrepado en la silla viendo la película. El ritmo lento contribuía a aumentar la sensación de cansancio y tuvo que obligarse a mantener los ojos abiertos. El no advertía nada nuevo en la pantalla. En primer lugar, se veía el enfrentamiento entre Uffe y Lillemor. Cambió de cámara lenta a la velocidad normal para poder oír el sonido y constató, una vez más, la hostilidad de la discusión. Uffe acusaba a Lillemor de haber ido hablando mal de él, de haberles dicho a los demás que era imbécil, tonto, un troglodita. Y Lillemor se defendía llorando y porfiando que ella no le había dicho nada de eso a nadie, que todo era mentira, que alguien quería hacerle una putada. Uffe no parecía creerla y la discusión adquirió un cariz más físico. Luego, Martin vio cómo él mismo y Hanna aparecían en escena para poner fin a la trifulca. La cámara se acercaba de vez en cuando a sus rostros y Martin constató que expresaban tanto enojo como de hecho sentían.

Después se sucedían unos cuarenta y cinco minutos de grabación en los que no sucedía nada. Martin intentó prestar atención en la medida de lo posible, trató de ver cosas que se le hubiesen escapado con anterioridad, algo que alguien dijese, algo del entorno. Pero nada parecía interesante. Nada era nuevo. Y el sueño amenazaba constantemente con cerrarle los ojos. Pulsó el botón de «pausa» y fue a buscar un café. Iba a necesitar todos los medios a su alcance para mantenerse despierto. Volvió a pulsar la tecla de «reproducir» y se sentó dispuesto a seguir mirando la cinta. Empezaba a fraguarse la pelea entre Tina, Calle, Jonna, Mehmet y Lillemor. Oyó las mismas acusaciones que ya había oído de Uffe. Le gritaban a Lillemor, la empujaban y la acosaban preguntándole qué coño era eso de ir hablando mal de ellos. Vio a Jonna atacarle duramente y, exactamente igual que antes, Lillemor se defendió llorando a lágrima viva de modo que el maquillaje se le corrió y le emborronó las mejillas.

Martin no pudo por menos de conmoverse al verla de pronto tan pequeña, tan indefensa y tan joven bajo la melena, el maquillaje y la silicona. No era más que una pobre chica. Tomó un sorbo de café y vio en la pantalla cómo Hanna y él intervenían para poner fin a la pelea. La cámara seguía primero a Hanna, que se apartó unos metros con Lillemor, y luego al propio Martin que, con expresión furibunda, les leía la cartilla al resto de los participantes. Luego, la cámara enfocó de nuevo el aparcamiento y grabó el momento en que Lillemor echaba a correr hacia el pueblo. La cámara se acercó a su espalda mientras la muchacha se alejaba, luego aparecía Hanna hablando por el móvil y después otra vez Martin, que, aún enojado, seguía con la mirada la huida de Lillemor.

Una hora más tarde, Martin no había visto más que a un puñado de jóvenes borrachos y a los participantes, que continuaban la fiesta. Los últimos fueron a acostarse hacia las tres y las cámaras dejaron de filmar. Martin se quedó sentado mirando sin ver la negra pantalla mientras rebobinaba la cinta. No podía decir que hubiese descubierto nada que les permitiese avanzar. Sin embargo, algo carcomía su subconsciente y lo importunaba como una carbonilla en el ojo. Miró una vez más la pantalla a oscuras. Y volvió a pulsar el botón de «reproducir».

– Sólo tengo una hora para el almuerzo -advirtió Ola iracundo cuando abrió la puerta-. Así que ya pueden abreviar.

Gösta y Hanna entraron y se quitaron los zapatos. Era la primera vez que iban a casa de Ola, pero no se sorprendieron ante el orden desmesurado y la limpieza que allí reinaban, ya que habían visto su despacho.

– Yo voy a ir comiendo entretanto -dijo señalando un plato de arroz, pechuga de pollo y guisantes.

Ni una gota de salsa, constató Gösta, que, por su parte, era incapaz de pensar siquiera en comerse nada que no llevase salsa. Eso era precisamente lo más interesante, la salsa. Por otro lado, había sido agraciado con una capacidad de asimilación de los alimentos que le impedía engordar y adquirir la odiosa barriga de cincuentón, pese a que su alimentación le habría debido garantizar una bien hermosa. Tal vez Ola no tuviese tanta suerte.

– Bueno, ¿y qué quieren ahora? -preguntó mientras ensartaba con cuidado unos guisantes en el tenedor.

Gösta observó fascinado que Ola parecía reacio a mezclar los alimentos en cada bocado, ya que comía los guisantes, el arroz y el pollo todo por separado.

– Hemos obtenido información nueva desde la última vez que hablamos -repuso Gösta con acritud-. ¿Le resultan familiares los nombres de Börje Knudsen y de Elsa Forsell?

Ola frunció el entrecejo y se volvió al oír un ruido a su espalda. Era Sofie, que salió de su habitación y se quedó mirando sorprendida a Gösta y a Hanna.

– ¿Cómo es que estás en casa? -le preguntó Ola iracundo y mirándola amenazador.

– Pues… me sentía mal -respondió la muchacha, que, de hecho, no parecía encontrarse muy bien.

– ¿Y qué es lo que te pasa? -insistió Ola como si aún no estuviera convencido.

– Estaba mareada y he vomitado -explicó. Le temblaban ligeramente las manos y tenía la piel sudorosa, lo que, finalmente, pareció persuadir a su padre de que decía la verdad.