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– ¡Pero si tenías más vino, Erla el perla! -balbució Uffe con voz gangosa saliendo triunfal de la cocina con una botella recién abierta. Con una sensación de vértigo en el estómago, Erling constató que a Uffe se le había ocurrido descorchar uno de los mejores reservas que tenía y, por ende, uno de los más caros. Sintió la efervescencia de la rabia, pero se contuvo al notar que la cámara lo filmaba en primer plano, seguramente con la esperanza de grabar una reacción de ese estilo.

– Fíjate, ¡qué suerte! -observó sereno y con una sonrisa forzada. Acto seguido, lanzó una mirada suplicante a Fredrik Rehn. Sin embargo, el productor debió de pensar que el consejero se lo tenía bien merecido y le tendió a Uffe la copa vacía para que se la llenase.

– Sírveme un poco, Uffe -pidió sin mirar a Erling.

– Y a mí -dijo Viveca, que había guardado silencio durante la cena, mirando desafiante a su marido. Erling estallaba por dentro. Aquello era un motín, pensó antes de sonreír a la cámara.

Faltaba menos de una semana para la boda. Enea empezaba a sentirse un tanto nerviosa, aunque la intendencia estaba bajo control. Anna y ella habían trabajado como animales para organizado todo, las flores, las tarjetas de distribución en las mesas, el alojamiento de los invitados, la orquesta, todo, todo, todo. Erica observó preocupada a Patrik, que estaba desayunando enfrente de ella y mordisqueaba absorto un bocadillo. Le había preparado un chocolate y una rebanada de pan ácimo con queso y huevas, la combinación favorita de Patrik, que a Erica le producía náuseas. Pero ahora estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para que Patrik ingiriese algún alimento. Desde luego, no tendría ningún problema para entrar en el frac, se decía Erica.

Los últimos días, Patrik había deambulado por la casa como un espectro. Llegaba, comía, se acostaba y se levantaba al alba para ir a la comisaría. Se lo veía agotado y ojeroso, marcado por el cansancio y la frustración, y Erica había empezado a percibir también cierta resignación. La semana anterior Patrik le había contado que tenía que existir otra víctima. Habían vuelto a lanzar una consulta a todas las comisarías del país, pero sin resultado. Lleno de desesperanza, le explicó cómo habían revisado el material de que disponían una, dos, tres, mil veces, sin hallar nada que les permitiese avanzar en la investigación. Gösta habló por teléfono con la madre de Rasmus, pero tampoco a ella le sonaban los nombres de Elsa Forsell y Börje Knudsen. Se habían estancado.

– ¿Qué tenéis hoy en la agenda? -preguntó Erica tratando de mantener un tono neutro.

Patrik mordisqueaba como un ratón la tostada de pan duro, aunque, después de un cuarto de hora, sólo llevaba la mitad. Presa del abatimiento, le dijo:

– Esperar un milagro.

– Pero ¿no podéis pedir ayuda externa? Me refiero a los demás distritos afectados. O de la policía judicial central, ¡o algo!

– He estado en contacto con Lund, Nyköping y Boras. Y están trabajando en ello. Y la central… bueno, es que yo confiaba en que seríamos capaces de resolverlo nosotros solos, pero parece que tendremos que pedir refuerzos. -Absorto en sus pensamientos, dio un mordisco minúsculo a la tostada. Erica no pudo por menos de inclinarse y acariciarle la mejilla.

– ¿Sigues queriendo que lo hagamos el sábado?

La miró sorprendido, su expresión se dulcificó enseguida y, besándole la palma de la mano, le dijo:

– Cariño, ¡claro que quiero! El sábado será un día precioso, el mejor de nuestra vida, después del día en que nació Maja, claro. Y me sentiré feliz y animado, y no pensaré más que en ti y en nuestra boda. No te preocupes por eso, de verdad que tengo muchas ganas.

Erica le dirigió una mirada escrutadora, pero sólo vio sinceridad en su semblante.

– ¿Seguro?

– Seguro. -Patrik sonrió-. Y no creas que no sé lo mucho que habéis trabajado Anna y tú.

– Bueno, tú has estado ocupado con tus cosas. Y, además, creo que ha sido muy beneficioso para Anna -repuso Erica echando una ojeada a la sala de estar, donde Anna se había enroscado con Emma y Adrian para ver un programa infantil. Maja aún dormía y, pese al abatimiento de Patrik, a Erica le pareció un lujo disponer de unos minutos para estar a solas con él-. ¿Sabes? Me gustaría… -No terminó la frase. Patrik la miró y le leyó el pensamiento.

– Te gustaría que tus padres hubiesen estado con nosotros.

– Sí. O, bueno… Si he de ser sincera, me gustaría que mi padre hubiese podido estar aquí. Mi madre, en cambio, habría mostrado el mismo desinterés que siempre mostró por los asuntos de Anna y por los míos.

– ¿Habéis hablado Anna y tú de por qué Elsy se comportaba así?

– No -respondió Erica reflexiva-. Pero yo he pensado mucho en ello. En por qué sabemos tan poco sobre la vida de mi madre antes de que conociera a mi padre. Lo único que nos dijo fue que nuestros abuelos maternos llevaban muchos años muertos. Anna y yo no sabemos más. Ni siquiera hemos visto nunca una fotografía. ¿No te parece extraño?

Patrik asintió.

– Sí, desde luego, es muy raro. Podrías investigar un poco en el árbol genealógico, ¿no? A ti se te da bien indagar en esas cosas y recabar información. No tienes más que ponerte manos a la obra en cuanto nos hayamos librado de la boda.

– ¿En cuanto nos hayamos librado? -preguntó Erica en tono ominoso-. ¿Te parece que nuestra boda es algo de lo que haya que «librarse»?

– No -respondió Patrik, aunque no se le ocurrió una respuesta mejor formulada. En silencio, mojó la tostada de queso y huevas en el chocolate. Sabía cuándo le convenía callar. Dejar que la comida le cerrase la boca…

– En fin, hoy se acaba lo bueno.

Lars quería verse con ellos en un ambiente menos tenso que de costumbre, y los invitó a merendar en el Pappas Lunchcafé, que, naturalmente, se encontraba en la calle Affärsvágen de Tanumshede.

– Ya tenía ganas de largarme de aquí, joder -dijo Uffe antes de meterse en la boca un dulce de mazapán.

Jonna lo miró asqueada y le dio un mordisco a una manzana.

– ¿Qué planes tenéis? -preguntó Lars tomando un sorbo de té. Los chicos vieron fascinados que ponía seis terrones de azúcar en la taza.

– Lo de siempre -respondió Calle-. Volver a casa, ver a los amigos. Salir de bares. Las tías del Kharma me echan de menos -dijo con una sonrisa, aunque algo inerte y lleno de desesperanza se apreciaba en sus ojos.

A Tina, en cambio, le brillaron al decir:

– ¿No es ahí donde suele ir la princesa Madeleine?

– Sí, claro, Madde suele ir al Kharma -confirmó Calle con desinterés-. Antes salía con un amigo mío.

– ¿De verdad? -preguntó Tina impresionada. Por primera vez, en algo más de un mes, miraba a Calle con cierto respeto.

– Sí, pero él terminó dejándola. Su mamá y su papá se metían demasiado a todas horas.

– ¿Su mamá y…? ¡Oooh! -exclamó Tina con los ojos como platos-. ¡Qué pasada!

– Bueno, y tú, ¿qué vas a hacer? -le preguntó Lars a Tina. La joven se encogió de hombros.

– Yo me voy de gira.

– De gira -repitió Uffe en tono jocoso y burlón al tiempo que cogía otro mazapán-. Irás con Drinken y cantarás una canción por noche y luego te pasarás el resto del tiempo en la barra. Yo no lo llamaría irse de gira…

– Oye, que hay un montón de bares interesados en que vaya a cantar I Want to Be Your Little Bunny, que lo sepas -replicó Tina-. Drinken me dijo que, además, vendrán un montón de tíos de las discográficas.