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– Ya, claro, y lo que dice Drinken siempre es verdad. -Se burló Uffe poniendo los ojos en blanco.

– Joder, ¡qué a gusto me voy a quedar cuando te pierda de vista! Eres siempre tan… negativo -le espetó Tina antes de darle la espalda con desprecio. Los demás disfrutaban del espectáculo.

– ¿Y tú, Mehmet? -Todas las miradas se volvieron hacia Mehmet, que no había abierto la boca desde que llegaron a la cafetería.

– Yo me quedo aquí -respondió preparado para la reacción, que no se hizo esperar.

Cinco pares de ojos incrédulos lo observaron atónitos.

– ¿Qué? ¿Que te vas a quedar… ¡aquí!? -Calle lo miraba como si Mehmet se hubiese transformado en rana delante de sus narices.

– Sí, me quedo trabajando en el horno. Voy a alquilar mi apartamento un tiempo, a ver.

– ¿Y dónde piensas vivir aquí? ¿Con Simon…? -Las palabras de Tina resonaron en el local y Mehmet sembró la perplejidad con su silencio-. O sea, que sí que te quedas con él… ¿Qué pasa, que estáis juntos?

– ¡No, no estamos juntos! -desmintió Mehmet-. Aunque eso no te incumbe a ti, de todos modos. Sencillamente, somos… colegas.

Simon and Mehmet, Sitting in a Tree, K-I-S-S-I-N-G -cantó Uffe riéndose de tal modo que por poco se cae de la silla.

– Oye, deja en paz a Mehmet -dijo Jonna casi en un susurro con el que, curiosamente, hizo callar a los demás-. Yo creo que eres muy valiente, Mehmet. Eres el mejor de todos nosotros.

– ¿Qué quieres decir, Jonna? -preguntó Lars con la cabeza ladeada en un gesto amable-. ¿En qué sentido es el mejor?

– Lo es y punto -respondió Jonna tirándose de las mangas del jersey-. Es un tío legal. Y bueno, eso.

– ¿Es que tú no eres buena? -quiso saber Lars. Su pregunta parecía tener muchos sentidos ocultos.

– No -dijo Jonna en voz baja. Una vez más, recreó mentalmente la escena desarrollada delante de la finca, el odio que sintió hacia Barbie, lo herida que se sintió al saber lo que Barbie había ido diciendo de ella y su deseo de hacerle daño. Experimentó una satisfacción auténtica cuando le sesgó la piel con el cuchillo. Si hubiese sido buena, no lo habría hecho. Pero no dijo nada al respecto, sino que se puso a observar los coches que pasaban al otro lado de la ventana. Los cámaras ya habían recogido su equipo y se habían marchado. Y eso haría ella ahora, marcharse a casa. A un piso enorme y desierto. A las notas de la cocina con la recomendación de que no esperase levantada. A los folletos informativos sobre diversas carreras universitarias que le dejaban en la mesa de la sala de estar. Al silencio.

– Y tú, ¿qué vas a hacer ahora? -le preguntó Uffe a Lars en un tono ligeramente venenoso-. ¿Ahora que no podrás entretenerte con nosotros?

– No te preocupes, sabré mantenerme ocupado -respondió Lars tomando otro sorbo de su taza de té azucarado-. Terminaré el libro y quizá abra una consulta. ¿Y tú, Uffe? Tú no nos has dicho lo que vas a hacer.

Uffe se encogió de hombros con fingida indiferencia.

– Bah, nada especial. Supongo que una gira en el programa El bar, al menos un tiempo. Y me figuro que podré oír la dichosa canción I Want to Be Your Little Bunny hasta hartarme -dijo mirando a Tina con desprecio-. Y luego, pues… Bah, yo qué sé. Ya me las arreglaré. -Por un instante, la inseguridad se dejó traslucir a través de la máscara. Pero enseguida se esfumó y Uffe volvió a carcajearse como de costumbre-. ¡Mira lo que sé hacer! -Cogió la cucharilla del café y se la colocó en la nariz. ¿Cómo iba a perder el tiempo en preocuparse por el futuro? Los tíos que sabían sostener una cucharilla en la nariz siempre salían a flote.

Cuando se despidieron para dirigirse al autobús que los aguardaba para llevárselos de Tanum, Jonna se detuvo un minuto. Por un instante, creyó ver a Barbie allí sentada entre ellos, con su largo cabello rubio y sus uñas postizas tan largas que apenas si podía usar las manos. La vio riéndose con ese destello dulce y tierno en los ojos, tan característico, un destello que todos interpretaron como un indicio de debilidad. Jonna comprendía ahora que se había equivocado. Mehmet no era el único bueno. Barbie también lo era. Por primera vez, empezó a pensar en la tarde de aquel viernes en que todo salió tan mal. En quién había dicho qué, en realidad. En quién había difundido todo aquello que Jonna sospechaba ahora eran mentiras. En quién los había dirigido como a marionetas. En su mente empezó a formarse una idea, pero, antes de que hubiese cobrado forma, el autobús partió alejándolos de Tanumshede. Jonna miró por la ventanilla. El asiento contiguo iba vacío.

Hacia las diez de la mañana, Patrik empezó a lamentar no haber tomado algo más en el desayuno. En efecto, ahora le rugía el estómago y se encaminó a la cocina de la comisaría en busca de algo comestible. Tuvo suerte, un bollo de canela yacía olvidado y solitario en una bolsa sobre la mesa, y Patrik lo devoró en un segundo. No era el tentempié ideal, pero tendría que valer. Cuando volvió al despacho aún con la boca llena de migas, sonó el teléfono. Vio que era Annika e intentó tragarse la bola a toda velocidad, pero sólo consiguió que se le atascara en el gaznate.

– ¿Hola? -preguntó en medio de un ataque de tos.

– ¿Patrik? Tragó un par de veces y logró arrastrar el resto de bollo.

– Sí, soy yo.

– Tienes visita -le dijo la recepcionista. Patrik comprendió que se trataba de algo importante.

– ¿Quién es?

– Sofie Kaspersen.

Aquello era muy interesante. ¿La hija de Marit? ¿Para qué querría verlo?

– Dile que pase -respondió antes de salir al pasillo para recibir a Sofie. La muchacha estaba pálida y muy desmejorada, y Patrik recordó que Gösta le había comentado algo de que, cuando estuvieron en casa de Ola, sufría gastroenteritis. Y, desde luego, tenía toda la pinta.

– Tengo entendido que has estado enferma. ¿Estás un poco mejor? -le preguntó mientras la conducía a su despacho.

Sofie asintió.

– Sí, he tenido gastroenteritis, pero ya estoy bien. Sólo que he perdido un par de kilos -explicó con media sonrisa.

– Vaya, pues podrías contagiarme un poco -dijo Patrik riéndose como para romper el hielo. La muchacha parecía estar aterrada. Permanecieron unos segundos en silencio. Patrik aguardó pacientemente.

– ¿Saben algo más… de lo de mi madre? -preguntó Sofie finalmente.

– No -contestó Patrik con sinceridad-. Estamos muy atascados, la verdad.

– O sea, que siguen sin saber cuál es la conexión entre ella y los demás, ¿no?

– Sí -volvió a responder Patrik, que ya empezaba a preguntarse adonde quería ir a parar la joven. Con suma cautela, sugirió-: Yo creo que la conexión se encuentra en algún dato que aún no hemos descubierto. Algo que desconocemos, tanto de tu madre como de los demás.

– Ya… -respondió Sofie, aún sin saber qué hacer.

– Es importante que lo sepamos todo si queremos encontrar a la persona que te arrebató a tu madre. -Su voz sonó suplicante, pero era evidente que Sofie tenía algo que decirle, y que ese algo guardaba relación con su madre.

Tras otra larga pausa silenciosa, la joven se llevó la mano al bolsillo de la cazadora muy despacio. Con la vista clavada en el suelo, sacó un folio de papel y se lo entregó a Patrik. Cuando éste empezó a leer, Sofie se quedó mirándolo.

– ¿Dónde has encontrado esto? -preguntó Patrik una vez hubo terminado de leerlo y con un cosquilleo de expectación en el estómago.

– En una caja. En casa de mi padre. Pero son cosas de mamá, cosas que ella guardó. Estaba entre un montón de fotos y cosas así.

– ¿Sabe tu padre que lo has encontrado? -quiso saber Patrik.

Sofie negó con un gesto vehemente. Su oscuro cabello liso flotó aleteando alrededor de su cara.