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– Hola Hanna -le dijo-. ¿Podrías llevarle este disquete a Patrik? Es la relación de los suecos que tienen galgos españoles y sus direcciones. Ya está terminada. Yo… estaba pensando que hoy me voy a comer a casa.

– Oye, ¿cómo estás? ¿No te encuentras bien? -le preguntó Hanna preocupada cogiendo el disquete.

Annika se obligó a sonreír.

– Sí, muy bien. Es sólo que me apetece comer algo casero.

– Vale -asintió Hanna sin creérselo del todo-. Bueno, yo le llevo el disquete a Patrik, no te preocupes. Entonces, nos vemos luego.

– Sí, luego nos vemos -respondió Annika apresurándose hacia la salida. Los angelitos la acompañaron a casa.

Patrik levantó la vista cuando llegó Hanna.

– Toma, Annika me ha pedido que te lo dé. Los dueños de los perros. -Hanna le entregó el disquete y Patrik lo dejó en la mesa.

– Siéntate un momento -dijo señalando la silla que había enfrente del escritorio. Hanna obedeció y Patrik la observó con una mirada escrutadora-. ¿Cómo te ha ido aquí este primer mes? ¿Estás a gusto? Un comienzo algo turbulento, quizá. -Sonrió y ella le correspondió con una tímida sonrisa. A decir verdad, estaba un poco preocupado por su nueva colega.

Parecía cansada, agotada. Claro que todos lo estaban, más o menos, después de las semanas que habían pasado, pero en el caso de Hanna había algo más. Había una película transparente sobre su rostro, algo más que simple cansancio. Como de costumbre, llevaba la melena rubia recogida en una cola de caballo, pero no tenía brillo, y, debajo de los ojos, la piel aparecía fina y oscura.

– Me ha ido estupendamente -respondió Hanna con vivacidad, inconsciente de que Patrik la estuviese observando-. Me encanta, de verdad, y me gusta estar ocupada al máximo. -Miró a su alrededor, observó todos los documentos y las fotografías que cubrían las paredes, y guardó silencio-. Bueno, comprendo que puede sonar un poco absurdo, pero tú me entiendes.

– Sí, te entiendo -sonrió Patrik-. Y Mellberg, ¿se ha… portado bien?

Hanna rompió a reír. Por un instante, su expresión se relajó un poco y Patrik reconoció en ella a la mujer que empezó en la comisaría hacía cinco semanas.

– Apenas lo he visto, si he de ser sincera, así que bueno, podemos decir que sí, que se ha portado bien. Lo que he aprendido a lo largo de estas cinco semanas es que, en la práctica, todos te consideran jefe a ti. Y he de decir que haces honor a tal consideración.

Patrik sintió que se ruborizaba sin poder remediarlo. No solían alabarlo, y no sabía cómo reaccionar.

– Gracias -murmuró con timidez y cambió de tema enseguida-. Habrá una nueva reunión dentro de una hora. He pensado que nos veamos en la cocina. Esto se nos queda muy estrecho.

– ¿Ha habido alguna novedad? -preguntó Hanna irguiéndose en la silla.

– Pues… sí, podría decirse que sí -respondió Patrik sin poder contener media sonrisa-. Puede que hayamos encontrado la clave de la relación entre los cuatro casos -declaró sonriendo ya abiertamente.

Hanna se revolvió en la silla.

– ¿La conexión? ¿Has encontrado la conexión?

– Bueno… yo no. Digamos que me la han traído. Pero he de hacer dos llamadas para confirmarlo, así que no quisiera decir nada antes de la reunión. Por ahora, sólo he informado a Mellberg.

– Vale, pues nos vemos dentro de una hora -convino Hanna antes de levantarse para salir. Patrik seguía sin poder librarse de la sensación de que algo le pasaba, pero se dijo que, llegado el momento, Hanna acudiría a él para contárselo.

Cogió el auricular y marcó el primer número.

– Hemos encontrado la conexión que estábamos buscando.

Patrik miró a su alrededor para disfrutar del efecto provocado por semejante declaración. Su mirada se detuvo un segundo en Annika y se inquietó al notar que parecía haber estado llorando. Aquello era del todo inusual, Annika siempre estaba alegre y tenía una actitud positiva en todas las situaciones, de modo que se dijo que debería hablar con ella después de la reunión, a fin de averiguar qué le ocurría.

– Sofie Kaspersen nos ha traído hoy la pieza decisiva del rompecabezas. Entre las pertenencias de su madre, encontró un viejo artículo y decidió venir a entregárnoslo. Está claro que Gösta y Hanna, que estuvieron en casa de su padre la semana pasada, supieron transmitirle la necesidad de que colaborasen, lo que la llevó a tomar esa resolución. ¡Buen trabajo! -dijo asintiendo alentador en la dirección de los dos colegas-. El artículo… -No pudo resistir la tentación de hacer una pequeña pausa de efecto al sentir la expectación que reinaba en la sala-. El artículo explica que, hace veinte años, Marit sufrió un accidente de tráfico en el que hubo un muerto. Su vehículo colisionó con el de una señora mayor que falleció en el acto y, cuando la policía acudió al lugar del siniestro, comprobaron que Marit sobrepasaba la tasa de alcohol permitida. La condenaron a once meses de cárcel.

– ¿Por qué no hemos sabido nada al respecto hasta el momento? -preguntó Martin intrigado-. ¿Fue antes de que se mudara aquí?

– No. Ella y Ola tenían veinte años y llevaban ya uno viviendo en Tanumshede cuando tuvo lugar el accidente. Pero de eso hace mucho tiempo, la gente olvida, y quizá lo veían con cierta condescendencia. La tasa de alcohol estaba justo por encima del límite legal, y cogió el coche después de haber estado cenando en casa de una amiga, donde tomó un poco de vino. Lo sé porque he localizado los documentos relacionados con el accidente. Los teníamos en el archivo.

– O sea, que durante toda la investigación, hemos tenido los papeles que demostraban lo que dices ahí abajo, ¿no? -preguntó Gösta incrédulo.

– Sí, ya sé -asintió Patrik-, pero no es extraño que no lo encontrásemos. Ocurrió hace tantos años que no figuraba en ningún archivo electrónico, y no existía razón alguna para revisar los documentos del archivo así, al azar. Y, desde luego, tampoco existía razón alguna para revisar el cajón de las sentencias por conducción bajo los efectos del alcohol.

– Ya, pero aun así… -masculló Gösta abatido.

– Lo he comprobado con Lund, Nyköping y Boras. Rasmus Olsson sufrió sus lesiones en un accidente de tráfico. El conducía, se le fue el coche contra un árbol y su acompañante, un amigo de su misma edad, falleció a consecuencia de la colisión. Börje Knudsen tenía un repertorio delictivo tan largo como mi brazo. Uno de ellos es un accidente, ocurrido hace quince años, en el que provocó un choque frontal con un vehículo que venía en sentido contrario. Una niña de cinco años murió en aquel accidente. Es decir, en tres de los cuatro casos, nuestras víctimas, en estado de embriaguez, protagonizaron un accidente de tráfico que causó la muerte de otra persona.

– ¿Y Elsa Forsell? -quiso saber Hanna clavando la mirada en Patrik, que hizo un gesto de resignación.

– Es el único caso en que aún no cuento con la confirmación necesaria. No hay ninguna sentencia contra ella en Nyköping, pero el sacerdote de su comunidad religiosa nos habló con insistencia de la «culpa» de Elsa. Y yo creo que se trata de una culpa del mismo tipo, sólo que no la hemos encontrado todavía. Voy a llamar al sacerdote, Silvio Mancini, después de nuestra reunión a ver si puedo sacarle algo más.

– Buen trabajo, Hedström. -Lo felicitó Mellberg desde el lugar donde estaba sentado, junto a la mesa de la cocina común. Su intervención fue tan inesperada que todas las miradas se volvieron hacia él.

– Gracias -respondió Patrik tan perplejo que ni siquiera se sintió avergonzado. Un elogio por parte de Mellberg era como… No, ni siquiera se le ocurría un buen símil. Sencillamente, Mellberg no elogiaba a nadie y punto. Un tanto desconcertado por lo inesperado del comentario, prosiguió-: En otras palabras, ahora hemos de trabajar partiendo de los nuevos datos. Averiguar tanto como podamos de aquellos accidentes. Gösta, tú te encargarás de Marit. Martin, tú dedícate al caso de Boras. Hanna, tú indaga en el de Lund. Yo trataré de averiguar algo más sobre Nyköping y Elsa Forsell. ¿Alguna pregunta?