– De modo que la víctima de Nyköping también había causado la muerte de alguien con un coche, ¿no?
– Bueno, aún no conocemos los detalles. Ese accidente es mucho más antiguo que los otros, así que nos llevará tiempo averiguar algo más. Pero hoy he estado hablando con los colegas de Uddevalla y nos enviarán todo el material de que dispongan en cuanto lo encuentren. A algún pobre diablo le tocará arrastrarse y rebuscar un buen rato entre cajones polvorientos.
– Es decir, que alguien se dedica a asesinar a gente que ha matado a alguien por conducir borracho. Pero esos delitos al volante se extienden desde el primer accidente, hace treinta y cinco años, hasta… ¿cuándo fue el último?
– Hace diecisiete años -dijo Patrik-. Rasmus Olsson.
– Y por toda Suecia. -Constató Erica pensativa, sin dejar de remover el contenido de la olla-. Desde Lund hasta aquí. ¿Cuándo tuvo lugar el primer asesinato?
– Hace diez años -respondió Patrik observando atentamente a su futura esposa. Erica estaba acostumbrada a manejar datos y a analizarlos, y él solía recurrir a su sagacidad.
– O sea, que el asesino se mueve a lo largo de una zona muy extensa, sus crímenes están alejados en el tiempo y lo único que las víctimas tienen en común es que los han asesinado por haber causado una muerte accidental al conducir bebidos.
– Exacto, así es -suspiró Patrik. Al oír la síntesis de Erica, tomó conciencia de lo imposible que era la situación. Mezcló las verduras en una fuente y la colocó en la mesa-. No olvides que seguramente nos falte una víctima -le dijo en voz baja al tiempo que se sentaba-. Lo más probable es que se trate de la víctima número dos, a la que aún no hemos encontrado. Bueno, yo estoy seguro de que es así. Se nos ha escapado uno.
– ¿No hay manera de obtener más información de las páginas del cuento? -Quiso saber Erica mientras colocaba la olla humeante sobre un salvamanteles.
– Parece que no -dijo Patrik-. Así que ahora tengo todas mis esperanzas puestas en que la información sobre el accidente de Elsa Forsell aporte algún dato que nos permita seguir avanzando. Ella fue la primera víctima, y algo me dice que por esa razón es la más significativa.
– Sí… puede que tengas razón -convino Erica antes de llamar a Anna y a los niños. Ya hablarían después.
Habían pasado dos días desde que supieron lo que tenían en común las víctimas del asesino en serie. La euforia inicial se fue apagando, sustituida por cierto abatimiento. Aún seguían sin comprender por qué tanta dispersión geográfica. ¿Acaso se dedicaba el asesino a viajar por toda Suecia en busca de sus víctimas o había vivido en todas esas ciudades? Aún eran demasiados los interrogantes. Habían leído con lupa todo el material disponible sobre los accidentes en que habían estado involucradas las víctimas, pero no hallaron nada que las vinculase. Patrik se sentía inclinado a pensar que no existía ninguna relación personal entre los asesinatos, sino que el asesino era una persona rebosante de odio que, de forma totalmente arbitraria, había elegido a una serie de víctimas en razón de sus acciones. De ser así, el asesino no tenía en cuenta que varias de las víctimas hubiesen demostrado arrepentimiento sincero después del suceso. Elsa había vivido cargando con la culpa y buscó el perdón en la religión. Marit jamás volvió a probar el alcohol, y lo mismo ocurrió con Rasmus, que, de todos modos, no podía beber a causa de las lesiones provocadas por el accidente. Börje era la excepción. El continuó bebiendo y continuó conduciendo bebido y no parecía vivir preocupado por la niña cuya muerte debía llevar en su conciencia.
Sin embargo, era imposible sacar ninguna conclusión, puesto que faltaba una de las víctimas para tener la imagen completa. Cuando el teléfono sonó a las nueve de la mañana del miércoles, Patrik no tenía ni idea de que aquella llamada le brindaría la última pieza del rompecabezas.
– Aquí Patrik Hedström -respondió, y tapó enseguida el micrófono con la mano, para que la persona que llamaba no lo oyese bostezar. Por esa razón no oyó bien el nombre-. Perdón, me ha dicho que se llama…
– Vilgot Runberg, soy comisario de Ortboda.
– ¿Ortboda? -repitió Patrik buscando febrilmente en un mapa mental del país.
– A las afueras de Eskilstuna -explicó el comisario un tanto impaciente-. Pero es una comisaría pequeña, sólo somos tres.
– El comisario apartó la boca del auricular para toser y, un segundo después, prosiguió-: Resulta que acabo de volver de dos semanas de vacaciones en Tailandia.
– ¿Ajá? -respondió Patrik preguntándose adonde conduciría aquella conversación.
– Sí, por eso no había visto vuestra consulta hasta ahora.
– Ajá -dijo Patrik con renovado interés. Sintió la expectación ante lo que intuía que iba a oír.
– Sí, los muchachos son relativamente nuevos en la zona, así que no sabían nada del asunto, pero yo conozco el caso, sin duda. Yo mismo dirigí la investigación, hace ocho años.
– ¿Qué caso? -preguntó Patrik, cuya respiración sonaba ahora entrecortada y superficial. Se apretó el auricular contra la oreja por miedo a perderse una sola palabra.
– Pues sí, hace ocho años, un hombre del pueblo… Bueno, yo pensaba que en todo aquello había algo muy extraño. Pero, claro, tenía antecedentes de alcoholismo y… -El comisario dejó la frase inconclusa: le costaba admitir el error cometido-. En fin, que todos creímos que había recaído y que había bebido hasta morir, pero las lesiones que mencionáis… Debo confesar que, bien mirado, yo tuve mis dudas entonces. -Se hizo un largo silencio y Patrik comprendió lo mucho que al comisario le estaba costando hacer aquella llamada.
– ¿Cómo se llamaba el hombre? -preguntó Patrik para romper el silencio.
– Jan-Olov Persson -respondió el comisario Runberg- Tenía cuarenta y dos años, trabajaba de carpintero. Era viudo.
– ¿Y había sido alcohólico?
– Sí. Durante un tiempo estuvo verdaderamente en el arroyo. Cuando su mujer murió, pues… bueno, el hombre se hundió. Fue una historia verdaderamente lamentable. Una noche se sentó borracho al volante y atropello a una pareja joven que había salido a pasear. El hombre falleció y a Jan-Olov lo encerraron una temporada. Pero una vez que salió, jamás volvió a probar el alcohol. Se portaba bien, hacía su trabajo, cuidaba de su hija…
– Y luego, un día, lo encuentran muerto y con una tasa insólita de alcohol en la sangre.
– Exacto -suspiró Runberg-. Como te decía, creí que nos hallábamos ante una recaída que se le había ido de las manos. Lo encontró su hija de diez años. La pequeña declaró que se había cruzado en la puerta con un desconocido, pero supongo que no le prestamos mucha atención. Pensamos que era el shock, o que quería proteger a su padre… -Su voz terminó por apagarse y la vergüenza impregnó el silencio que se hizo a continuación.
– ¿Hallasteis cerca de su cadáver alguna página suelta de un libro? De un cuento, concretamente.
– Cuando leí vuestra consulta, estuve haciendo memoria, pero no lo recuerdo -admitió Runberg-. De ser así, no reparamos en ello. Supongo que pensamos que sería de la niña.
– O sea, que no tenéis nada -se oyó preguntar Patrik, decepcionado.
– No, no tenemos mucho que digamos. Ya te digo, creíamos que el tipo se mató bebiendo. Pero puedo enviarte lo poco que conservamos.
– ¿Tenéis fax? Si pudieras enviármelo por fax… Estaría bien recibirlo lo antes posible.
– Claro -respondió Runberg, antes de añadir-: Pobre niña, ¡qué vida la suya! Primero murió su madre, cuando era pequeña, y su padre da con sus huesos en la cárcel. Y luego se le muere el padre. Y ahora resulta que, según he leído en los periódicos, la han asesinado ahí, en Tanum. Se ve que estaba participando en uno de esos reality-shows. La verdad es que jamás la habría reconocido por las fotos. Apenas quedaba rastro de la pequeña Lillemor. A los diez años era menuda y escuálida y tenía el pelo oscuro, y ahora… En fin, se produjeron muchos cambios durante esos años.